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«Hace mucho tiempo que el rock and roll dejó de ser relevante»

En 1981 se publicó En la cresta de la nueva ola, un pequeño volumen en el que el autor facturaba una suerte de resumen de aquellos años en la primera línea del periodismo musical, una suculenta colección de anécdotas y reflexiones marcadas por la ingenuidad, la arrogancia y el sentido del humor.

Cuatro décadas después, la editorial Efe Eme ha rescatado el impagable volumen en una atractiva reedición [1]. “La idea de recuperarlo fue de Juan Puchades -explica el autor-, el director de Efe Eme, que conocía el libro y le parecía oportuno reeditarlo ahora. Yo no sabía si iba a ser muy buena idea, pero la vedad es que no le costó convencerme. Me explicó que él pensaba que el libro había aguantado bien el paso del tiempo, que era una buena referencia de aquellos años, así que no tuve nada que objetar, claro”.

– ¿Le tenía especial aprecio a ese libro?

Hombre, sí. Le tenía cariño, porque fue lo primero que publiqué, más allá de los dos o tres folios que te lleva escribir un artículo periodístico. El libro fue un encargo de la editorial Icaria, en la que por alguna razón pensaron que yo podía tener esa posibilidad de contar algo que estaba ocurriendo y sobre lo que en realidad no se sabía o no se publicaba gran cosa.

– ¿Se llevó alguna sorpresa al releerlo?

Leer a los 66 lo que escribiste a los 24 es, no sé si adentrarse en territorio completamente desconocido, pero sí volver a un sitio que no visitabas desde hacía eso, más de cuarenta años. Aunque no tengo nada en contra del tono general, que, de hecho, lo identifico en gran medida con el que he mantenido después a lo largo de toda mi carrera, sí que a veces me han parecido excesivas algunas afirmaciones y opiniones sobre personas concretas a las que entonces apenas conocía y que en algunos casos he tenido la oportunidad de conocer y darme cuenta de que había sido un tanto injusto de forma bastante gratuita.

Eso es una cosa que el underground lo fomentaba mucho; “sé un bocazas y quédate tan tranquilo”. Formaba parte del ambiente general de la época, un poco por influencia de los Tom Wolfe, Hunter Thompson y ese tipo de gente. Eran un poco las reglas del juego. Ya que no estábamos en la prensa convencional, pues teníamos que estar demostrándolo todo el rato. Era esa actitud de “aquí estamos porque hemos venido y vamos a dejar las cosas claras”.

Algunas de estas cosas leídas ahora resultan inevitablemente pueriles. Entiendes exactamente por qué te comportabas así, pero evidentemente es algo que obedece a la edad que tenías y a las circunstancias en que te encontrabas.

– Además de resultarle “un poco petulante”, como señala en la breve “Advertencia del autor” que se publica al comienzo de esta reedición, ¿qué le parece el Ramón de España de veintipocos años que aparece en el libro?

No tengo una mala impresión, la verdad. Hay cosas en las que me reconozco y otras, lógicamente, en las que no tanto, porque, claro, ha pasado mucho tiempo y, afortunadamente, uno evoluciona y aprende, pero en general me parece bien. Es un joven, algo petulante, como dice, que a veces da la sensación de querer estar un poco de vuelta de todo cuando en realidad todavía no ha ido a ningún sitio. Imagino que a esas edades todo el mundo es impulsivo, se cree más listo de lo que es…

– Quizá esa petulancia tiene a menudo que ver con el periodismo en general y con el periodismo cultural en particular, ¿no?

Bueno, a veces parece que estás en una posición de cierto privilegio, porque te codeas con músicos, te pasan entradas gratis para los conciertos y tienes la tentación de sentirte más que otros, pero yo lo achaco sobre todo a la edad.

– ¿Es el de crítico musical un oficio de gente joven?

No sé si sería muy tajante en eso, pero en aquella época parecía que sí. Nos gustaba mucho distanciarnos de lo anterior, enfrentaros a las generaciones anteriores y lo hacíamos con esa vehemencia y cierta arrogancia de la que hablábamos antes. Además, en esos tiempos, la música pop, el rock and roll, no estaban en los medios convencionales, era cosa de gente un poco marginal, diferente, y eso a nosotros nos resultaba muy atractivo.

– ¿Cómo entra en ese circuito?

Me parecía que era el sector más atractivo para alguien de veinte años con ganas de hablar de temas que no encontraban su sitio en la prensa convencional. En aquella época había una cierta red, bastante precaria, de publicaciones que podían ser revistas musicales, como la última etapa de Star, Disco Express… me apetecía estar o formar parte de un movimiento renovador o alternativo, lo que se llamó el underground. Podías escribir de lo que eran tus aficiones, que eran la música, los cómics, el cine, la literatura.

El primer curro que tuve fue en una revista que ya dejó de existir que se llamaba la Guía del Ocio, que me salió por un amigo al que le habían propuesto hacer un par de páginas semanales de música y lo había dejado porque pagaban fatal. Me lo ofreció a mí y así fue cómo empecé a meter un poco la cabeza en ese mundillo. Luego entré en Star y en Disco Express y fue un poco de la misma manera, por amigos y conocidos, que era como funcionaban las cosas entonces y como, de hecho, creo que sigue funcionando todo también ahora.

Era así, aunque recuerdo que alguien, el típico cenizo que no falta nunca, que ahora no recuerdo quién era, me dijo: “Uy, entrar ahí… ni lo intentes. Está todo controlado por esos viejos…” y se refería a Diego Manrique y Jesús Ordovás, que tenían, como mucho, cinco o seis años más que yo. Y además es que no era cierto. La verdad es que abriéndote paso a codazos discretos podías entrar. No era un mundo controlado de esa forma. No es que Manrique u Ordovás hubiesen montado ahí un cuello de botella y que no pasara ni Dios si ellos no querían. No era así en absoluto.

Recuerdo aquellas revistas como sitios en los que se te recibía amablemente, se te daba la bienvenida, publicabas el primer artículo y si al jefe le gustaba seguías publicando y al cabo de unas semanas ya eras como de la familia. Recuerdo haber ido a muchos conciertos en el coche del jefe, Juanjo Fernández, que tenía un Land Rover. Con Ignacio Juliá, Juan Bufil, Manuel Huerga, Jaime Gonzalo… era un rollo, en el fondo, muy familiar; éramos como una gran familia; una familia disfuncional, eso sí, pero la mar de entretenida.

Formábamos una curiosa pandilla en la que había un poco de todo, desde lo más radical, que podría ser Oriol Llopis, pobre, que se nos suicidó hace poco y que en aquella época explotaba muy hábilmente su parecido con Keith Richards; lo veías allí, con sus botas de piel de leopardo… el pobre es que era muy yonqui. Pero era un tipo encantador. A mí me sorprendió mucho cuando se quitó de en medio; yo sabía que llevaba tiempo viviendo en Andalucía, donde al parecer tenía una corte de leales entre los que se sentía bien. Oriol encontró una novia y un club de leales por Sevilla, creo, y ahí estuvo un montón de años, y, de hecho, creímos que se había salvado, pero de repente se le fue la olla y se acabó.

El resto la verdad es que éramos bastante menos del Walk on the Wilde Side. Cada uno tenía sus manías. Ignacio estaba obsesionado con Lou Reed, Jaime Gonzalo con Iggy Pop, yo era muy fan de Ferry y de Roxy Music… El ambiente era una especie de mezcla de escuela de periodismo y patio de colegio, pero era divertido y te hacías la ilusión de que no te habías vendido a la prensa tradicional.

[1]

– Qué representaban personas como Manrique u Ordovás, ¿eran una referencia?

Eran una referencia, claro. Yo llevo leyendo a Diego toda la vida… a Ordovás menos, porque se dedicó más a la radio. Pero en aquella época, desde luego, nos leíamos todos sus artículos. Eran una especie de hermanos mayores, pero que no te estaban haciendo la puñeta sino, más bien, dándote la bienvenida al circo Ringling.

– ¿Se podía vivir de aquello?

Millonarios ya sabíamos que no nos haríamos con el underground, pero sí se podía, más o menos, ir tirando. Hay que tener en cuenta que buena parte de las necesidades básicas del periodista alternativo de la época estaban cubiertas. Las discográficas te mandaban discos gratis, las promotoras te invitaban a los conciertos y hasta en muchos bares no pagabas por el hecho de trabajar en Star o en Disco Express; curiosamente, solo por eso tenías derecho a no pagar las copas… o sea que a pesar de que, efectivamente, se cobraba poco no recuerdo una penuria excesiva.

– Quien no sale muy bien parado en sus crónicas es el público de los conciertos.

El público de entonces estaba aprendiendo a marchas forzadas porque lo cierto es que, tras cuarenta años de dictadura, había mucha ignorancia. Se mezclaba gente de todo tipo y, en general, estaba todo el mundo bastante despistado.

Pero bueno,creo que la impresión que reflejo en el libro sobre el público obedece, sobre todo, a la alucinante experiencia del Canet Rock de 1978, el festival que organizaba Pau Riba, que era un tipo encantador, pero digamos que el orden no era su mayor virtud. El festival fue bastante caótico, pero, sobre todo, me sentí personalmente insultado cuando a eso de las seis o las siete de la mañana por fin salió Ultravox, que entonces era uno de mis grupos favoritos y recuerdo que estaba con mi amigo José María Martí Font, de Disco Express, que luego fue redactor jefe de El País y que era de la quinta de los Ordovás y Manrique. Después de haber estado aguantando toda la noche a base de alcohol y de otras sustancias, Martí me dijo algo así como “echa un vistazo a tu espalda”, y de verdad que lo que vi fue dantesco, una pandilla de borregos tirados por ahí, durmiendo a pierna suelta mientras estaba en el escenario uno de los grupos más interesantes del momento… O como cuando echaron del escenario a la pobre Nico, a base de abuchearla. Se me quedó grabada la intervención de un anormal que tenía cerca, que mientras Nico, que desde luego no era precisamente la alegría de la huerta, trataba de aguantar el chaparrón, con el armonio y cantando con su vocecita angelical. Pues en un momento dado el anormal este le gritó “lárgate, queremos música de jaleo”. Me llevé las manos a la cabeza: “esta es mi generación”. Entonces llegué a la conclusión contraria a la que llegó Pete Townshend cuando escribió My Generation, y, sobre todo, me di cuenta de que la idiotez es transversal. No hay una generación mejor que otra. En cada generación todo está repartido democráticamente: la imbecilidad, la inteligencia, la flexibilidad, la burricie… en fin, quizá me dejé impresionar demasiado por aquel tipo que quería “música de jaleo”.

Aquí entra el problema de los conciertos en estadios o en recintos muy grandes, porque, claro, lo que a todos nos habría gustado habría sido ver a los Rolling Stones en el 64 en un club de mierda, una sala de 200 personas en la que te puedas poner en primera fila y estar casi en el escenario… lo que fue Zeleste en Barcelona, donde podías ver a Sisa o a Pau Riba a una distancia de solo unos metros, que creo que es la manera de ver a un grupo o a un artista.

Con respecto al público de aquella época tengo que confesar que había también algo de esnobismo. Creo que me influyó bastante aquella canción del Zurdo, de kaka de Luxe, Pero qué público más tonto tengo. Formaba parte de esa actitud un poco sobrada, propia en el fondo de alguien que no dejaba de ser un privilegiado, que no había pagado ni un duro por estar al lado del escenario, en el mejor sitio. Y encima te permitías chotearte de los pobres desgraciados que habían plantado ahí su tienda de campaña confiando en que no lloviera.

– La figura del fan tampoco le inspira mucha confianza.

Sobre todo la figura del periodista convertido en groupie, que siempre me ha parecido un poco grotesca. Me parece perfecto que a uno le guste la música y disfrute al máximo con los discos de su grupo y sus artistas favoritos, pero el propio concepto de fan me parece algo pueril que se convierte en ridículo si la persona en cuestión tiene ya cierta edad.

– Aunque lo retomaría después puntualmente, escribe En la cresta de la nueva ola justamente cuando deja el periodismo musical.

Bueno, en realidad fue más bien el underground el que me dejó a mí. Piense que en el año 80 se hunden las dos revistas en las que yo colaboraba, que eran Star y Disco Express. Entonces no recuerdo muy bien qué hice para sobrevivir, pero bueno, lo cierto es que los siguientes años los pasé muy metido en el mundo del cómic. También había estado un tiempo de redactor jefe en una revista que había fundado Juanjo Fernández y que se llamaba Bésame mucho, había terminado de hundir el Vibraciones, porque habían cometido el error de ponerme de redactor jefe y conseguí esa cosa tan maravillosa de acabar perdiendo todo el público que teníamos y no lograr interesar a otro público nuevo. Hubo una época en la que parece que tenía yo cierta tendencia a pasar por proyectos que se hundían irremediablemente, pero quiero creer que no era exclusivamente culpa mía. Luego, en el 82 me junté con Joan Navarro, Ignacio Vidal-Folch, Montesol… y sacamos Cairo.

– Fue la edad de oro de los cómics en España.

Absolutamente. Creíamos que habíamos conseguido poner los tebeos al mismo nivel de interés que la literatura o el cine, pero en realidad fue un espejismo. Después de la muerte de Franco empezaron a salir cantidad de publicaciones prácticamente con todo el material que no se había podido publicar en los últimos cuarenta años, en algunos casos por censura y en muchos otros también por mero desinterés. Cuando en Cairo exhumamos a Edgar Pier Jacobs, con La marca amarilla, que incluso estuvo a punto de llevarse al cine, aunque luego el proyecto se vino abajo, estábamos redescubriendo un material de los años cincuenta del que aquí nadie parecía tener ni noticia.

Fueron unos años en los que estaba todo por hacer y bastaba con algo de criterio y un poco de dinero, no demasiado, para sacar adelante un montón de cosas.

Nuestra competencia era El Víbora, y era un lujo que así fuera. Aparte del rollo underground tradicional, ellos fueron los primeros que empezaron a publicar a los nuevos dibujantes americanos, como Peter Bagge, Daniel Clowes… La verdad es que sí parecía que se había conseguido el viejo proyecto de situar los tebeos en el sector cultural, pero luego se fue todo a la mierda, como casi siempre; la gente dejó de comprar revistas y todo fue decayendo hasta llegar al momento actual en el que el grueso de las ventas se concentra en los superhéroes americanos y en los manga japoneses. Porque hablamos mucho de cómic independiente, pero luego resulta que cualquier tebeo independiente si vende trescientos o cuatrocientos ejemplares ya se puede dar con un canto en los dientes.

– Porque el fenómeno de la novela gráfica, que en cierto momento pareció que podía revitalizar la escena del cómic, finalmente también ha quedado también como algo marginal, ¿no?

Bueno, es que esto de la novela gráfica es un invento de los americanos, que creo que se sacaron de la manga para tener acceso a las reseñas del New York Times. La cosa empieza un poco con Art Spiegelman y Maus, una obra admirable, desde luego, pero no sé, no veo yo muy claro lo del concepto de novela gráfica, porque novelas gráficas ya eran los álbumes de Tintín. También lo había empezado a impulsar una revista estupenda que sacó Casterman que se llamaba A Suivre, que es “continuará” en francés, y que puso un poco de moda los relatos largos publicados por capítulos. Cuando nosotros empezamos con Cairo era una revista que teníamos muy presente. También acabó hundiéndose, claro, pero la verdad es que toda la euforia de los tebeos hay que reconocer que acabó bastante mal. Ahora el sector está en una precariedad absoluta. Al desaparecer las revistas ya no se cobra por página, el dibujante tiene que conformarse con adelantos propios de novelista, que te suelten una cantidad modesta y darte por satisfecho. Se ha complicado mucho la cosa. Lo sé por amigos que siguen en la brecha y la verdad es que les cuesta Dios y ayuda seguir adelante.

– Sin embargo, siguen apareciendo con cierta frecuencia un montón de títulos interesantes.

Sí, sí, desde luego, yo sigo comprando habitualmente, no al nivel de los años ochenta, cuando íbamos de expedición al salón del cómic de Angulema y volvías con treinta álbumes, pero sigue habiendo autores que me interesan muchísimo, pero que sus ventas desafortunadamente son muy bajas. Los dibujantes que ahora tienen cierto reconocimiento sacan la pasta más haciendo portadas para el New Yorker o para Time que publicando álbumes.

– También era propia de aquella época la alianza entre el cómic y la música pop, con muchos dibujantes ilustrando portadas de discos o carteles de conciertos…

Es normal, es la típica solidaridad entre culturas marginales. Recuerdo que, como siempre estábamos a la greña con El Víbora, con aquella famosa polémica entre la línea clara y la línea chunga, tuvimos en Barcelona una especie de tregua porque aparecieron los de La Mode, con Fernando Márquez, que era muy fan de Cairo pero también de Makoki, que se publicaba en El Víbora, y recuerdo que, en su honor, Navarro y Berenguer llegaron a un acuerdo para organizar una comida de hermandad… en realidad, aquella aparente batalla tenía mucho, también, de jugada comercial, aunque muchos ni nos dábamos cuenta, pero en el fondo estábamos todos en el mismo barco. No sé, quizá los de la línea chunga se duchaban algo menos, pero en realidad era todo lo mismo, y había trasvases permanentemente de una revista a otra.

– Volviendo a la música, ¿qué le parece la escena musical de ahora mismo?

Pues no quiero parecer el abuelo Cebolleta, pero cuando me fijo en lo que se escucha ahora de forma más o menos mayoritaria llego a la conclusión de que el rock and roll ha perdido todo lo que tenía de excitante, de rebelde, renovador…

Me resulta muy sorprendente y muy decepcionante, la verdad, pero el rock and roll hace mucho tiempo que dejó de ser relevante. Es innegable que todo lo que nos había mantenido vivos durante años, que en el fondo era el rock de guitarras más o menos vanguardista, más o menos desafiante en algún sentido, con un periodo especialmente glorioso, que es el que va desde finales de los sesenta hasta el comienzo de los ochenta.

De lo que ha surgido en los últimos años me gustan, por ejemplo, los Strokes, pero si te fijas, es un grupo que ya tiene más de dos décadas.

– ¿Escucha música habitualmente? ¿Qué suele escuchar?

Desafortunadamente se ha acabado ya eso de estar escuchando en casa un disco que están escuchando todos tus amigos. Estamos es una época en la que lo que escuchas lo escuchas tú, y, con suerte, una o dos personas con las que lo puedes comentar. De mi quinta la mayoría se ha retirado, o se ha pasado a la música clásica o sigue escuchando los mismos discos de los sesenta y de los setenta.

Yo me dedico, sobre todo, a comprar rarezas. Mi última manía es una especie de crooner alemán que se llama Max Raabe, que hace versiones de canciones de la república de Weimar, material propio absolutamente anticuado, intemporal, pero que me pone de muy buen humor. Y, claro, ¿con quién puedo hablar yo de Max Raabe? Si no lo conoce ni su madre…

Como decía, creo que el rock ha perdido toda su influencia, pero la verdad es que siempre va apareciendo gente que te permite seguir escuchando música con gusto. Otro tipo que me ha interesado mucho últimamente es Micah P. Hinson, aunque también tiene una carrera ya larga. Un grupo que se llamaba Clem Snide también me gustaba mucho. Mercury Rev… bueno, y de vez en cuando me compro algunas antiguallas que no me había comprado en su momento, como el primer disco de Soft Machine.

Y, claro, también vuelvo al material que tengo acumulado, entre CD y vinilos, y donde tengo cosas que me siguen gustando mucho. A veces, como mi sentido del orden deja mucho que desear, me he visto obligado a comprar, por cinco o seis euros, discos que estoy seguro ya tengo, pero que no hay modo de encontrar. Y me hace hasta ilusión ir a una tienda y comprarme los primeros de Roxy Music, por ejemplo, que están muy baratos. Me pasó hace poco. Esa tarde me fui tan contento a casa, los puse a todo volumen y, a mis sesenta y seis años, créame que vino un vecino a llamarme la atención. Lo cual, por supuesto, me llenó de orgullo.

Roxy Music. Virginia Plain.

David Bowie. Heroes.

Steve Harley. I Believe Love Is a Prima Donna.

Television. Venus.

Mott the Hoople. All the Young Dudes.

Sex Pistols. Pretty Vacant.

La Banda Trapera del Río. Venid a las cloacas.

Talking Heads. Once in a Lifetime.

Ramones. Sheena Is a Punk Rocker.

Ultravox. Saturday Night in the City Of Death.

Devo. Whip It.

Kraftwerk. The Model.

Elvis Costello. (I Don´t Want To Go To) Chelsea.

Lou Reed. Satellite of Love.

Paraiso. Makoki.

Blondie. Picture This.

Magazine. Shot By Both Sides.

Radio Futura. Interferencias