Tras una vida pegada a las paredes de los libros y de las instituciones, y con el poso de serenidad del intelectual-político que ha sufrido la tragedia latinoamericana del siglo XX, Ramírez obtiene –siendo el primer centroamericano– el galardón más importante de las letras hispanas Este hombre, doctor en Derecho, fundador de la revista y movimiento literario Ventana, participó en primera línea en el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza en 1979, para adentrarse con el Frente Sandinista en las tripas de la política, como vicepresidente del Gobierno y luego como opositor. Ramírez explicó cómo se conformaron sus ideales, en esa senda paralela que seguían la política y la literatura en su vida: «Con 16 años me di cuenta de que vivía bajo una dictadura dinástica y me comprometí a derrocarla. Sentía ansia por vivir en un país y un mundo distinto».
Con elegancia diplomática, Ramírez pidió que dejasen las preguntas sobre política para el final, si bien todo su discurso atravesó lo que por desgracia es el día a día del sur del continente. «América Latina está contaminada por la realidad política. La literatura lo ha mostrado mediante la figura del dictador, como en Tirano Banderas de Valle Inclán o La fiesta del chivo de Vargas Llosa. Aunque también están visibles los caudillos del narcotráfico. Son problemas de la realidad cotidiana».
El director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, remarcó la condición de creador, agente cultural y promotor literario de Ramírez, e hizo referencia a su biografía sobre Sandino y los dos tomos que revisó sobre sus textos. Así como la evocación de sus orígenes como cuentista, punteado por la instancia del padre del escritor, que le conminó a alcanzar altura literaria a través de un género mayor: la novela. Ramírez lo amplía: «Por entonces los escritores éramos muy pocos. Ahora [en América Latina] son legión. La literatura es sobre los seres humanos, pero nosotros tenemos una pretensión de identidad, de búsqueda de horizontes, mientras estamos sumidos en la anormalidad», aludiendo a la injerencia de Estados Unidos, el narcotráfico o las pandillas callejeras.
Por supuesto salió mencionado el nombre que sobrevuela la cabeza de cualquier escritor hispanoamericano y, especialmente, nicaragüense, Rubén Darío: «Es nuestro padre y mago. Fue el gran renovador tras Garcilaso y Cervantes. Por ello mi discurso versará sobre lo que Darío debió a Cervantes y lo que yo debo a la magnificencia de nuestra lengua».
Sobre Cervantes, además, apuntó la dimensión completa de su obra: «En Cervantes había biografía, novela, ensayo… A veces trato de armar y desarmar su obra para aprender y saber cómo esta hecha».