¿Qué primó en la génesis de Cuaderno de urgencias, hablar de la muerte o de la vida?
En la primera fase de la escritura, como ni siquiera me había planteado que fuese un libro para publicar, el objetivo primero era hacer un relato con vistas al futuro para que cuando mi hija necesitase tener detalles de todo lo que habíamos pasado los tuviese. Tengo muy mala memoria y sabía que no recordaría entonces muchas de las cosas que me parecían importantes. Lo general sí, pero no la atmósfera, los detalles, las cosas concretas… Cuando el texto fue evolucionando y empecé a pensar en sacarlo fuera del hogar me propuse dar una nueva vida a Álex. De alguna manera eternizarlo. Estaba todavía atrapada por ese pensamiento mágico que te lleva a considerar que las personas no pueden morir y quedarse solamente en nuestras memorias. No aceptas que desaparezcan para siempre. Y en el caso de Álex se merecía, me parecía justo, que quedase en alguna obra donde pudiera encontrarlo alguien que lo quiera leer y recordar. Al final me empecé a cuestionar que no quería que la gente solo sufriese al leerlo. Me ayudó que las personas que iban leyendo lo que escribía me decían que habían llorado mucho pero al tiempo salían reconfortados. Quiero creer que no es un libro pesimista. Que cuando lo terminas provoca vida; ganas de vivir, de creer, de compartir. Está hecho con dolor, pero busca transmitir afán de querer y disfrutar de los que te rodean. La vida es el regalo que tienes en el momento presente. No tienes más.
[Como explica la propia autora en la contraportada de su libro: “El 31 de agosto de 2018 murió el periodista Álex Bolaños, que también era mi marido y el padre de mi hija. Tenía cuarenta y siete años. Durante tres años, vivimos zarandeados por un carrusel de catástrofes tras ser diagnosticados ambos de cáncer. Nos convertimos en enfermos y cuidadores. Nos atrincheramos detrás del amor. Pero el amor no elimina las células tumorales ni sube las defensas. Cuando Álex falleció, empecé a escribir un diario de nuestra vida sin él en el que deposité un poco de todo: la gestión burocrática de la muerte, el abismo de la pérdida, la curiosidad hacia los médicos que le trataron, la responsabilidad sobre el duelo de nuestra hija, sus reflexiones sobre la enfermedad, mis lecturas sobre catástrofes ajenas, la añoranza de lo que fue y, finalmente, la saudade por lo que no será. Rastreé en mi cementerio de diarios y recuperé cuadernos de nuestros viajes y textos que nos habíamos intercambiado durante el tiempo que compartimos. Necesitaba poner por escrito todo lo que acabábamos de vivir antes de que se borrase su frescura, pero también caminar hacia atrás, al tiempo de despreocupación y placer que, ahora lo sabía, habían sido las horas de felicidad”.]
¿Comparte aquello de que el dolor constituye un estímulo creativo?
Puede que sea cierto, porque cuando uno es feliz acaso tenga menos necesidad de expresarlo y hacerlo público. Siempre digo que entre escribir y vivir quiero vivir. No sé si es una confrontación falsa pero yo la siento así. De hecho este es mi primer libro porque estaba muy entretenida viviendo. No he tenido tiempo para todo. Si escribes tienes que aplazar muchas cosas de la vida. El dolor suele ser algo muy íntimo y te encierra. En ese momento que estás contigo mismo surge la escritura, que también es un acto muy íntimo. En ese sentido, dolor y escritura son dos contextos que se encuentran al compartir ese escenario de reflexión, privado e íntimo. Me cuesta pensar que las historias felices te puedan llevar a escribir libros apasionantes. Los libros que me han marcado surgen de historias profundas y vivencias y aventuras extremas.
¿Qué es la muerte para Tereixa Constenla?
La muerte forma parte de la vida. Mi respuesta es tópica pero es así. Si no puedes aceptarla tienes que adaptarte. La muerte es biología. No es otra cosa. Tenemos el mismo ciclo que los elefantes, los insectos o las hortensias. Hemos nacido y nos tenemos que morir por lo que es importante disfrutar entre un hecho y otro. He aceptado que la muerte está muy presente y que a menudo es una visita inesperada y eso me da mucha más conciencia de mi deseo de vivir. Por eso mi libro no es triste, porque he querido y quiero seguir viviendo. A los dos meses de la muerte de Álex me fui a celebrar mi cincuenta cumpleaños con mis amigas. Lloré muchísimo, pero también reí mucho. Tenía las vísceras fuera, pero no renuncié al disfrute.
¿Y el duelo?
El tiempo es el único que ayuda a pasar el duelo. No hay fórmulas universales. Es un proceso personal intransferible en el que cada uno tiene que encontrar su camino y seguirlo. El mío fue esa mezcla de pensamiento mágico que me llevó a abrir las puertas con sus llaves, leer los libros que él había leído… y la conciencia plena del dolor que sentía por su pérdida. No quería ni taparlo, ni esconderlo, ni aplazarlo. Era consciente de que era lo que tocaba y que tenía que pasar por un desierto en el que iba a ver espejismos, en el que iba a desfallecer, pero sabía que tenía que cruzarlo si quería seguir avanzando. Esa fue mi forma de vivirlo. Es un momento en el que se produce una especie de suspensión de la incredulidad. Leí mucho sobre duelos ajenos y me impresionó conocer la actitud de gente como Marie Curie, esa mujer de cerebro tan racional y excepcional que ganó dos premios Nobel, que a la muerte en accidente de su marido se acuesta cada día y besa su ropa ensangrentada sin saber aceptar su marcha. O Mary Shelley, que tuvo con ella durante años el corazón de su marido. No se apartaba de esa víscera. El duelo es un momento en el que puedes hacer cualquier cosa irracional porque es tu cerebro más primario e instintivo el que toma el control y se apodera de ti. El tiempo suele devolver las cosas a su sitio.
Su libro está muy lejos de cierta visión literaria de la enfermedad como algo con un halo romántico…
La enfermedad es cabrona. No le encontré nada romántico. Encontré muchas cosas buenas alrededor de la enfermedad, como la corriente de calor, de afecto y generosidad de mucha gente. No sólo en el entorno cercano, que lo esperas, sino en círculos más alejados de ti que te cuidan y arropan. Pero la enfermedad en sí no tuvo nada bueno. No hay nada romántico ni en estar enfermo ni en ser cuidador de enfermo. Más bien hay que hablar de crueldad, dureza e injusticia.
Abre el texto con palabras del poeta Juan Gelman: “Lo que se fue, se fue, pero deja su fue”, porque no hay en su libro un gramo de ficción, ¿o sí?
No hay nada de ficción. Puede haber recuerdos falseados por mi memoria, pero como la espina dorsal del libro está muy pegada a los acontecimientos inmediatos, pues empecé a escribir al mes de la muerte, realmente cuento lo que me está pasando. Y tampoco hay ficción consciente en los diarios de los viajes. No me gusta nada el género de la autoficción, que mezcla realidad e inventiva. Lo considero un territorio confuso.
¿Por qué el lector debería acercarse a su Cuaderno de urgencias?
Acaso porque aunque relata una experiencia individual e intransferible habla de cosas universales como el amor, el dolor y el duelo. Son cuestiones por las que todos pasamos pues todos tenemos amores y pérdidas. Y, por más que cada uno lo viva a su manera y la persona que se haya ido sea única, compartirlo nos une. Ni estamos solos, ni somos únicos. Compartir el dolor nos ayuda a sobrellevarlo. No lo elimina, pero reconforta saber que no estás sola ni eres única. Querer y que te quieran te defiende. No somos una sociedad de seres felices aunque lo disimulemos. No podemos ser felices permanentemente sino a ratitos y si consideramos que la felicidad es el estado natural lo único que vamos a provocar es frustración y amargura. Me gustaría que el libro ayude a entender que incluso en los malos momentos uno puede sentir afecto y cariño. Los abrazos no curan pero dan calor.
¿Se me hace imposible no preguntarle a una periodista tan experimentada cómo ve el actual periodismo que se hace en España?
Hoy hay muchísimos más medios que hace años. Los digitales han venido a enriquecer el panorama que había. Todo está menos compartimentado y es menos rígido. Eso es bueno. Necesitamos cada vez más un periodismo serio para proteger nuestras democracias y veo con preocupación la confusión derivada de unas redes sociales que no están cumpliendo el fin de difusión y equidad, sino que están contribuyendo a saturar a la gente con pésima información general. Cada día es más evidente lo necesitados que estamos de prensa, periodismo y periodistas rigurosos que nos cuenten las cosas que no se quieren contar. Aquellas que se ocultan por el poder. Insisto en que son fundamentales para proteger la democracia y que las sociedades sean tolerantes y sanas. Que la gente pueda votar a un gobierno hoy y a otro dentro de cuatro años a través de una información veraz.
Y desde la perspectiva de ser corresponsal en Portugal, ¿cómo observa la situación de nuestro país?
Me preocupa que esta sociedad, que a lo largo de cuatro décadas de democracia ha recorrido un camino fascinante hacia la tolerancia del que deberíamos estar muy orgullosos, pueda estar desandando una parte de ese trayecto. Se palpa social y políticamente más intransigencia e intolerancia y eso es muy preocupante. No se trata de quien gobierne, sino de que sigamos siendo una sociedad respetuosa y tolerante. Que no desprecies al que no piensa como tú. No pensar lo mismo no significa ser enemigo.