A mediados del siglo XIII, uno de los primeros seguidores de Francisco de Asís, el experimentado viajero Juan de Plano Carpino, fue enviado por el Papa Inocencio IV al corazón del Imperio Mongol para pactar con el gran Khan un acuerdo de paz y evitar así la muerte de los cristianos; el monje, que siguió para su viaje la llamada Ruta de la Seda, dejó testimonio del mismo en su Historia de los Mongoles y Relación Tártara.
Poco tiempo después, otro franciscano, fray Guillermo de Rubruc, fue enviado por Luis IX de Francia al Asia central como embajador ante los tártaros y mongoles, siendo recibido también en audiencia por el gran Khan en los primeros días del año 1254. Las peripecias del viaje fueron narradas, con una actitud que recuerda ya a la de los viajeros modernos, por el monje flamenco en un libro cuyo título abreviado es Itinerario del hermano Guillermo de Rubruc a las regiones orientales.
A principios del siglo XIV aparecieron el texto enciclopédico de Haytón de Córico La flor de las historias de Oriente, un compendio de geografía, historia, antropología y “maravillas”, y las Cartas de China, de Juan de Monte Corvino. Hacia 1330 se editó la Descripción maravillosa (Mirabilia Descripta) de Jourdain Cathala de Sevérac, un “inmenso mapa desplegado en palabras”, en el que el autor describe los espacios y detalla las costumbres de los pueblos que va encontrando en su recorrido hacia Asia, en dirección contraria al sol: el viaje comienza por Sicilia e Italia para continuar por Armenia, Persia, las Indias hasta llegar al Gran Tártaro y regresar por Turquía (“Todo son maravillas en la India que es, en realidad, otro mundo”). De esa misma época son las crónicas del italiano Odorico de Pordedone, en las que cuenta su experiencia personal en un largo viaje al Oriente y el descubrimiento de cosas maravillosas a través de lo visto, lo oído y lo vivido en sus andaduras por diversos reinos asiáticos.
Peripecias de un veneciano
No obstante, sobre todos los libros antes mencionados destaca El libro de las maravillas del Mundo, originariamente titulado La división del mundo (s XIV), que narra las peripecias viajeras de Marco Polo, comerciante veneciano, explorador y diplomático al servicio del gran Khan. El libro cuenta las cosas vistas, tal como las vieron sus ojos, y las cosas oídas, tal como las escucharon sus oídos de otros hombres sinceros y veraces, para que “resulte verídico, sin tretas ni engaños”.
Marco Polo redactó las crónicas de sus viajes por los múltiples reinos y provincias de Oriente Próximo y Asia Central, China (el Catay y el Mangi), India y las islas de India, Mongolia y las tierras al norte de ella, la costa oriental africana y el litoral mediterráneo a maese Rustichello de Pisa mientras ambos se encontraban encarcelados en Génova, en el año 1298.
Valga como ejemplo la descripción del palacio del rey de Mangi (“el reino mejor y más noble del mundo”) en Quinsay, (“la ciudad del cielo”): “En el recinto de estas murallas hay bellos jardines, con las mejores flores y frutos que puedan idearse, fuentes y lagos llenos de peces. En medio del lago hay otro palacio grande y suntuoso. Tiene éste un salón central tan grande y hermoso que a la mesa se puede sentar gran cantidad de gente y puede hospedar un sinnúmero de ellos. La sala es miniada en oro con historias y jeroglíficos y animales, pájaros, caballeros, damas y damiselas maravillosamente ejecutados. No hay cosa más digna de verse. En todas las paredes y artesonados no hay más que pinturas de oro (…). Hay además en esta ciudad 160 hogares, es decir, que están en grupos de viviendas y forman manzanas, por lo cual la manzana, que es de 10.000 tomanes, forma un total de 1.600.000 casas, entre las cuales se cuentan infinidad de bellos palacios. No hay más que una iglesia de cristianos nestorianos. Después de contaros lo concerniente a esta ciudad os diré algo curioso: Cada vecino tiene en la puerta de su casa un letrero con su nombre y el de su mujer, hijos, nueras, sus esclavos y la nomenclatura de todo lo que haya en ella, inclusive el número de caballos. Y si alguien fallece borran su nombre, y de esta manera los gobernadores de cada ciudad saben los vecinos que tienen en su jurisdicción. Y así es costumbre en toda la provincia de Mangi y de Catai. Otro buen acuerdo y sabia disposición es la siguiente: Todos los que tienen hospedería y albergue inscriben el nombre de los que hospeda y en qué día y mes han llegado. Así, el Gran Khan sabe quién entra y sale en su reino, y es cosa muy importante para un hombre prudente”.
Navegante ¿genovés?
Algo después del libro de Marco Polo apareció el libro de Los Viajes de Juan de Mandeville, en el que el supuesto autor añade a sus observaciones sobre el terreno y a las descripciones geográficas del itinerario referencias a viajeros anteriores y comentarios de historias y leyendas fabulosas, introduciendo de una forma sutil lo extraordinario en lo cotidiano, como la identificación de las pirámides de Egipto como los graneros de José, o la existencia de restos del Arca de Noé en el monte Ararat: “Allí se detuvo Noé después del Diluvio. El Arca sigue varada encima de la montaña y puede verse en días claros”. Tampoco faltan las alusiones a animales fantásticos, como los grifos, mezcla de águila y león, y diversos monstruos humanoides, ni las referencias a las maravillas del reino cristiano del Preste Juan. Hay lugares donde la riqueza se derrocha por todas partes, y otros, donde todos yacen con todas, al tiempo que las propiedades se consideran comunitarias, sin necesidad de cercas ni de barreras.
No obstante, la obra permite comprobar, en buena medida, el verdadero alcance de los conocimientos geográficos de la sociedad del siglo XIV, y no son pocos los estudiosos que sostienen la influencia de esta obra en los proyectos de Cristóbal Colón, fundamentados en la esfericidad de la Tierra. Por otra parte deja explícita la voluntad del autor de “andar por diversos caminos y conocer las más diversas cosas del mundo”.
Así finaliza la obra Mandeville: “He andado muchas tierras y pasos peligrosos, y me he encontrado con muchos hechos notables, dignos de inmortal memoria. Y como sea cosa natural y de mucha razón no poder olvidar nadie su patria natural, pues así, después de haber casi rodeado todo el mundo, y ya cargado de la capacidad y anciana vejez, acordé venir a reposar a la mía. Y, acordándome de las cosas pasadas, he escrito como mejor pude aquellas cosas que vi y oí por las tierras donde anduve”.
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