El Poema puede ser considerado como un mosaico de leyendas elaborado entre los años 2500 y 650 a. C. que a lo largo del tiempo va recibiendo aportaciones sumerias, acadias, babilónicas y asirias. Estructurado en doce tablillas, cuenta tres viajes con salida y regreso a la ciudad de Uruk, ubicada al sur de Babilonia, en una de las márgenes del río Éufrates. En el primero de ellos Gilgamesh, héroe mítico y supuesto rey de la ciudad hacia el año 2650 a. C., y su amigo Enkidu viajan al país del Bosque de los Cedros (probablemente en la región de los montes del Líbano) para luchar contra Khumbaba, el feroz guardián. El segundo lo emprende Gilgamesh, primero en solitario y luego acompañado del barquero Urshanabi, al país del Paraíso (algún lugar del Golfo Pérsico), en su afanosa búsqueda del secreto de la eterna juventud que ha de proporcionarle el sabio Utnapishtim. El último es el viaje al Más Allá de Gilgamesh en busca de Enkidu, ya fallecido (el desplazamiento lo llevará a Nippu, Ur y Eridu). El autor de la versión asiria definitiva comienza así el relato:
«Quiero dar a conocer a mi país a aquel que todo lo ha visto, a aquel que ha conocido lo profundo, que ha sabido todas las cosas, que ha examinado, en su totalidad, todos los misterios (…). Vuelto de un largo viaje, fatigado, pero sereno, grabó en una estela de piedra todos sus esfuerzos»
El motivo del viaje ocupó un lugar importante en el imaginario del antiguo Egipto y generó importantes textos literarios durante el periodo faraónico. Probablemente, el relato más antiguo corresponde a El Náufrago, escrito hace alrededor de cuatro mil años, que narra una expedición real para el aprovisionamiento de materias primas, fundamentalmente minerales, piedras preciosas y especias, realizada a finales del Imperio Medio (XII Dinastía). Uno de los rasgos distintivos del texto es la complicidad entre el autor y el lector, al ofrecer diferentes niveles de lectura y la posibilidad de distintas interpretaciones. Combina la narración -unas veces fantástica y otras, real- con el diálogo y utiliza elementos del género biográfico y didáctico para enlazar las distintas historias que tienen como protagonistas al asistente de la expedición –el propio narrador-, al capitán responsable de la misma –a quien ha de rendir cuentas el primero para que él pueda rendirlas a su vez al rey- y a la serpiente cubierta de oro y lapislázuli, que encarna la divinidad. He aquí el suceso que da título al relato:
«Por el soberano, marché hacia Bia, descendí al mar con un barco de ciento veinte codos de largo y cuarenta codos de ancho y una tripulación de ciento veinte hombres de entre lo selecto de Egipto. Ellos observaban el cielo y la costa, eran más valientes que leones, predecían un vendaval antes de que llegara, una tormenta antes de que se formase. Una tormenta vino cuando estábamos en (alta) mar. Antes de que pudiéramos alcanzar tierra, se levantó el viento, arreciaba y había olas de ocho codos. Me golpeé con el palo. Cuando el barco se hundió, no quedó nadie de los que estaban en él. Yo fui arrastrado a una isla por las olas del mar. Pasé tres días solo, mi corazón como único compañero; dormí en una choza de palos, abracé la sombra…»
No obstante, la obra por excelencia de la literatura del antiguo Egipto es La historia de Sinuhé. La copia más antigua data de la segunda mitad de la dinastía XII, aunque la acción se desarrolla bajo el reinado de Sesostris, segundo rey de la dinastía, más de cien años antes (hacia 1960 a. C.). Hasta nosotros han llegado numerosos fragmentos de la composición original, correspondiendo dos de los manuscritos más extensos a los llamados Papiros de Berlín, aunque también destaca por su calidad literaria una ostraca de redacción más tardía encontrada frente a Tebas. Es difícil afirmar si hubo una redacción original de Sinuhé de la que derivan las versiones más o menos alteradas realizadas a lo largo del tiempo, o, si por el contrario, existieron desde el principio varias redacciones paralelas que recogían una tradición oral. Lo que sí es claro es que el texto por la belleza de su exposición, por su carácter transgenérico -al género biográfico y el sapiencial se añade el epistolar- y por su calidad literaria resulta todavía hoy bastante fresco.
La historia narra la experiencia vital de Sinuhé (“el hijo del sicomoro”), su huida hasta tierras cananeas por temor a verse implicado en una intriga palaciega y su regreso, al cabo de treinta años, tras implorar el perdón del rey Sesostris y mostrar su deseo de pasar los últimos años de su vida y ser enterrado en Egipto, conforme a las prácticas y rituales egipcios. El relato comienza con una breve relación de sus méritos como oficial de la administración real: “Mi corazón es lo que ha promovido mi puesto, mi carácter lo que me ha adelantado”, y continúa con el descubrimiento de sí mismo como individuo.
Tratando de buscar explicación a lo que le sucede, se debate entre la predestinación y la libertad del individuo para dirigir su vida, concluyendo que, en cualquier caso, el hombre es el último responsable de sus actos y habrá de rendir cuentas más tarde o más temprano. Y finaliza con su renacimiento como egipcio, no solo a nivel interior, sino también en las formas externas, adoptando de nuevo las costumbres de su tierra:
«Entregué mi atavío de extranjero y ropas de beduino, y me vestí con lino, me ungí con el mejor aceite, dormí sobre una cama. Dí la arena a quienes vivían en ella, el aceite de palma a los que se untaban con él»
Pertenecientes al Imperio Medio son otros dos interesantes relatos emparentados con la literatura de viajes. El primero es El Príncipe predestinado (s. XVI a. C.), un cuento sin final encontrado en el papiro de Harris, que narra cómo el hijo del faraón afronta su destino al llegar a la edad adulta, huyendo de Egipto al país de Nahrina. El segundo es La historia de Unamón (s. XI a. C.), el relato de las aventuras de un sacerdote de Amón, en tiempos de Ramsés XI, que viaja de Egipto a Biblos para buscar maderas nobles con las que construir un barco sagrado.
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