Entre las vicisitudes a las que tuvo que enfrentarse el héroe homérico están la complicada despedida de la hermosa Circe, la huida del Polifemo, el desafío a Poseidón o la lucha para no ser seducido por el canto de las sirenas. Ulises tiene que resolver estas y otras muchas experiencias inesperadas, cada una de las cuales le ayuda a evolucionar como ser humano, convirtiéndose el relato en una fuente de disertaciones inagotables acerca del sentido de la vida.
Es en el Canto XIX donde Ulises, disfrazado de mendigo y haciéndose pasar por Etón, habla con Penélope y le hace esta descripción de Creta, que, lejos ya de la época de mayor apogeo de la cultura minoica (siglos XVI-XV a. C.) y su talasocracia, aún conservaun cierto esplendor:
“Creta es una tierra en medio del ponto, rojo como el vino, hermosa y fértil, rodeada de mar. En ella hay numerosos hombres, innumerables, y noventa ciudades en las que se escuchan mezclan unas y otras lenguas mezcladas. Allí moran los aqueos y los magnánimos cretenses nativos de la región, los cidones y los dorios divididos en tres tribus, y los divinos pelasgos. Entre estas ciudades está Cnossos, una gran urbe donde reinó desde los nueve años Minos, confidente del gran Zeus, padre de mi padre el magnánimo Deucalión. Este nos engendró a mí y al soberano Idomeneo, quien, juntamente con los Átridas, marchó a Ilión en las corvas naves. Mi ilustre nombre es Etón y soy el más joven, que él es mayor y más valiente. Allí fue donde vi a Odiseo y le di los dones de hospitalidad, pues lo había llevado a Creta la fuerza del viento cuando se dirigía hacia Troya, después de apartarlo de las Mareas”.
Por su parte, la Argonáutica (Apolonio de Rodas, s. III a. C.) está dedicada a relatar el mítico viaje de los argonautas en busca del Vellocino de Oro, con el añadido del amor de Jasón por la princesa Medea (aventura que dio pie al relato épico que bien pudo suceder en el siglo XIII a. C.), mientras que la Eneida (Virgilio, s. I a. C.) describe el viaje que, guiado por Afrodita, emprende el héroe troyano Eneas desde su ciudad hasta el Lacio, con el trasfondo de sus relaciones amorosas con Dido, la reina de Egipto.
Asimismo, tuvieron resonancias literarias los viajes de otros personajes míticos, como Dionisio o Heracles (Esquilo describe el viaje de Héracles desde el Cáucaso a las Hespérides y menciona el Océano Índico -Mar Eritreo- y la tierra de los ligures), o históricos, como Bizas “el megareo”, quien, tras consultar con el oráculo de Delfos, se echó a la mar con un grupo de colonos griegos y fundó Bizancio a la entrada del Bósforo en el año 667 a. C., o Alejandro Magno, cuya vida y hazañas son recogidas en la Vida de Alejandro. La versión original de este libro es atribuida a Calístenes, historiador acompañante de las expediciones del rey macedonio (s. IV a. C.), pero la versión final bien podría ser de un autor de Alejandría conocido como el Pseudo- Calístenes (s. III d. C.). En ella se asegura que, a cuatro días de navegación al oeste de las Columnas, los fenicios dieron con tierra seca y marea baja, y que algo más allá aparecen, ricas de árboles y ríos, las Islas Afortunadas. De acuerdo con el profesor Carlos García Gual, la Vida de Alejandro estaría en los orígenes del género novelesco, en una época en la que parte del público lector busca en la ficción un buen refugio para disfrutar de aventuras y encontrar cosas extraordinarias difíciles de hallar en la vida diaria. Según Alfonso Reyes (Geógrafos del mundo antiguo), Alejandro viajaba llevando consigo un cuerpo de sabios y una verdadera cohorte de ingenieros y sus expediciones solo tienen igual en la Era de los Descubrimientos. Así describe el escritor y helenista mexicano los once años de descubrimientos, conquistas y colonizaciones del gran Alejandro:
“Alejandro cruza el Helesponto en 334 y entra por el Asia Menor (batalla de Iso, conquistas en la Fenicia). Después llega a Egipto y remonta el Nilo hasta Memfis; se desvía al oeste y luego al sur, adelantando por el desierto hasta el oráculo de Amón. Vuelve al lago Mareotis, y funda entonces a Alejandría. Regresa de ahí a la Fenicia, y luego se interna al nordeste, por la comarca siria. Pasa el Éufrates y, rumbeando al norte, cruza el Tigris por la zona asiria (batalla de Arabela, conquistas de Babilonia y Susa). Continúa al sudeste hasta Persépolis. Y allí comienza la excursión por tierras desconocidas: Ecbatana, región meridional del Caspio, y el Oriente maravilloso, Partia, Artacoana, Proftasia, Aracosia, el Indo-Kush, Bactria, el río Oxo, Sogdiana, e! río Yajartes, límite extremo por el norte. Marcha hacia el sur sobre la India, pasa el río Indo, Punyab y el río Hidaspes, de donde llega al Hifasis o Hesidro. Las tropas se niegan a cruzar el Ganges. Regresa al Hidaspes. Viaja por tierra y agua a Petala. El contingente se reparte en tres brazos: uno se encamina rumbo a Persia, por Gedrosia y Carmania; otro, rumbo a Carmania, por Aracosia y Drangiana; y el tercero, desde la boca del Indo al Golfo Pérsico: flota que queda al mando de Nearco, y viaje éste considerado por los antiguos como el primer crucero del Océano Índico, pues se ha olvidado el antecedente de Escílax o no se le concede ya crédito. Las fuerzas se juntan en Susa. Después, en Babilonia, donde Alejandro -con un estupendo sentido histórico- pretende fundar su capital, concurren los embajadores de todos los pueblos. Cuando muere Alejandro, planeaba ya la circunnavegación de Arabia”.
Otro de los grandes viajes del mundo griego es el protagonizado por Piteas (s. IV a. C), uno de los primeros navegantes en cruzar el estrecho de Gibraltar y en describir a Hispania como una península. Aparte de la exploración de los litorales mediterráneo y atlántico europeo, es a Piteas a quien se le atribuye el descubrimiento de la mítica Thule.
También suelen citarse como literatura de viajes aquellos textos próximos a lo que hoy denominamos ciencia ficción, como el perdido relato de Yambulo acerca de su travesía por las paradisíacas Islas del Sol (¿s. III a. C.?), Las maravillas más allá de Thule, relato en donde la utopía se hace viajera de la mano de Antonio Diógenes (probablemente s. II), o los Relatos verídicos (La verdadera historia), que dan cuenta del inverosímil viaje a la luna imaginado por Luciano de Samosata (s. II). Incluso en los relatos paradoxográficos, género discursivo que hizo su aparición en la Grecia clásica para saciar la sed de narraciones fabulosas, se puede encontrar un buen odre de literatura viajera.
¿Quiere leer todos los artículos de esta misma serie sobre literatura de viajes?