Desde que se asomó a la puerta de la caverna y oteó la línea del horizonte, el hombre ha sentido la necesidad de conocer lo que había detrás de ella, lo otro, el deseo de aventurarse tras la promesa de lo desconocido. Desde entonces, no ha dejado de buscar nuevos territorios que han ensanchado y alargado la comprensión del mundo, pero, para ello, ha sido necesario enfrentarse al destino, anteponer el movimiento a la quietud, elegir el azar frente a la certidumbre, dejarse guiar por las estrellas antes que por los dioses, creer en la magia de lo posible, estar abierto a nuevas formas de experimentar el temor y la muerte, a vivir de manera diferente.
El viajero comparte con el escritor la atracción por la aventura, ese afán de vivir plenamente “lo por venir”, acaso porque ambos comparten la convicción o la utopía de que el hombre no está hecho para ver pasar el tiempo, sino para “hacer el tiempo”. La aventura trasciende al aventurero y la escritura al escritor, haciéndose imperecederas, que es a lo que aspira todo creador. En no pocos casos a lo largo de la historia, viajero y escritor han coincidido en un mismo personaje.
Los escritores de viajes, tanto los que se decidieron a publicar su obra como los que no lo hicieron, han dispuesto de una gran variedad de formas narrativas para contar sus experiencias: la memoria, el diario, el género epistolar, la crónica, el paisaje, la estampa, el relato propiamente dicho, el reportaje periodístico, esa nueva forma narrativa que se ha dado en llamar en nuestros días “no ficción creativa” o el texto híbrido, ya que el viaje es una aventura donde todo es posible y donde todo se mezcla, permitiendo al narrador escaparse de estructuras establecidas.
Cada día, a través de Hermes, el mensajero veloz, trataremos de traer a este rincón de hoyesarte.com las principales obras viajeras, comentar brevemente algunas de las fórmulas narrativas utilizadas a lo largo de la historia y adentrarnos en las experiencias más interesantes de los escritores viajeros y de los viajeros escritores.
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