En la misma línea se puede enmarcar la crónica del periplo del tangerino Ibn Battuta (s. XIV), uno de los más grandes viajeros árabes de toda la historia: durante veinte años recorrió todo el Islam, de Occidente a Oriente, y dictó las peripecias vividas al historiador y poeta granadino Ibn Yuzayy. En su último viaje (1352), Ibn Battuta llegó hasta la mítica Tombuctú, enclavada en la llamada “curva del Níger”, ese territorio situado entre el Sáhara y el Sahel, allí donde acaba el Oriente musulmán y comienza el África animista.
Entre los siglos XII y XIV se pusieron asimismo en circulación relatos de peregrinos a Medina y La Meca, que contaban las peripecias de sus viajes en crónicas o narraciones conocidas como rihla. También responden al criterio del relato de viajes en formación ciertos pasajes –los más personales– de la Crónica de Ramon Muntaner (s. XIV).
En las primeras décadas del siglo XV, el gran marino chino de origen musulmán Zheng He realizó las siete expediciones navales al “Océano occidental” por orden del emperador Yongle, que fueron fuente de inspiración para numerosos relatos contemporáneos y posteriores. Ya en el estuario de la Edad Media, ese tiempo que va entre la caída del Imperio Bizantino (1453) y el descubrimiento de América (1492), un período en el que la población europea asiste al nacimiento y primer desarrollo de la imprenta, el mercader y escritor ruso Afanasi Nikitin redactará su Viaje allende los tres mares, y Bernardo de Breidenbach, el deán de la Catedral de Maguncia (la misma ciudad en la que nació y vivió Gutenberg), su Viaje a Tierra Santa.
A otro orden literario responde El Canario (Le Canarien), la crónica francesa de la primera conquista de las Islas Canarias por el normando Jean de Béthencourt, al servicio de Enrique III de Castilla, en los primeros años del siglo XV, que también constituye la primera documentación escrita sobre el modo de vida de los isleños y algunos lugares de las diferentes islas. Junto a ella, también son destacables otras dos obras sobre el territorio africano: la Crónica de Guinea, de Gomes Eanes de Zurara, relato de los viajes de exploración portugueses que tuvieron lugar a mediados del siglo XV para “obtener tanto conocimiento cierto como pueda de la Tierra de Negros”, con objeto de expandir la cristiandad y promover el comercio marítimo; y el Viaje, crónica en primera persona del flamenco Eustache de la Fosse, que advierte al lector de la “auténtica verdad” de su historia como mercader que se acerca a las nuevas rutas comerciales de la costa africana en el último cuarto del cuatrocientos con fines mercantilistas, pero también con un espíritu renacentista.
El viaje adquiere también un papel protagonista en Las mil y una noches o en la Divina comedia, el viaje que Dante realiza (principios del siglo XIV) hasta las profundidades del infierno por amor a Beatriz, aunque en estos casos de lo que se trata es del viaje alegórico o simbólico, en el que a través del desplazamiento a un espacio mítico se alude a otras realidades y se viaja hacia la verdadera dimensión del ser humano: “El día se marchaba, el aire oscuro de la noche a los seres que habitan en la tierra quitaba sus fatigas; y yo sólo me disponía a sostener la guerra, contra el camino y contra el sufrimiento que sin errar evocará mi mente. ¡Oh musas! ¡Oh alto ingenio, sostenedme! ¡Memoria que escribiste lo que vi, aquí se advertirá tu gran nobleza!”.
Por su parte, Andanzas y viajes por diversas partes del mundo, de Pero Tafur (mediados del S. XV), quizá pueda ser considerado más como una serie de relatos de aventuras, en los que el narrador avanza en el camino que va del mundo exterior que observa al mundo personal, el yo del viajero.
Conforme el periodo bajo medieval fue llegando a su fin, en los textos de viaje se aprecia un afán de protagonismo del autor que proyecta el deseo de ser reconocido por sus hechos, sus hazañas y sus andanzas. Escritas en latín o en lenguas romances por autores pertenecientes a distintas capas sociales y dirigidas a un público diverso, las crónicas de cruzados, conquistadores o exploradores, los relatos de peregrinos y misioneros, los diarios de comerciantes y aventureros, las notas de un embajador o de cualquier otro representante diplomático transcriben experiencias personales con mayor o menor fortuna literaria y denotan un interés común en los autores por aparecer como personajes principales, acaso héroes, de la época que les ha tocado vivir. Incluso en algunos de ellos se atisba un irrefrenable deseo de transcenderla.
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