Cuando hablamos de literatura orientalista aparece como un escenario invocado la atmósfera de exotismo y misterio que los libros de viajes trajeron a Europa, sobre todo durante el siglo XIX, en la que resonaban los pasos de consagrados escritores occidentales caminando por las tierras del gran desconocido, del antagonista por excelencia: Oriente. No un Oriente, cabría decir, real, ni siquiera en lo estrictamente geográfico, sino un Oriente imaginado, recreado por el imaginario europeo como el espacio de la diferencia y la alteridad, en el que cabían desde la India o el “lejano” Oriente hasta el Magreb (que en árabe hace referencia precisamente a lo occidental) o la propia España, considerada un paraíso de exotismo por autores como Gautier o Irving.

En cualquier caso, el acercamiento y contacto con el otro se convirtió en el periodo romántico en una verdadera moda europea, una manía colectiva traducida en numerosísimos viajes, representaciones pictóricas y obras literarias de cuyo rocío cultural se empapa Marruecos, de Edmundo de Amicis. Así, en la obra del italiano aparecen muchas de las imágenes comunes de Oriente que, con los ecos de las Mil y una noches, empezaban a guardarse en la memoria colectiva occidental: la sensualidad de la mujer árabe, el retraso o la ingenuidad de la superstición, las drogas y las religiones esotéricas y, en fin, las delicias del harem, el impudor del hamam y el sugestivo encubrimiento del velo o la celosía…

Oriente como invención

Las imágenes repetidas en los libros de viajes de la llamada literatura orientalista acabarían por convertirse en estereotipos definitorios de un Oriente inventado por y para Europa, como se encargó de señalar de forma concienzuda el escritor palestino Edward Saïd, uno de los padres de los estudios poscoloniales, en su obra Orientalismo.

Desmontando los mecanismos imperialistas de fabricación del “otro” que se forjaron en el pensamiento colonial occidental desde finales del siglo XVII, Saïd se esfuerza en desentrañar el engaño sobre el que se construyó y perpetuó el imaginario europeo sobre Oriente, que el escritor asocia a un mecanismo más de poder en el asentamiento de la supremacía occidental.

Reconociendo el valor y la pertinencia de su lectura política, se podría decir que Saïd olvidó a veces los caminos por los que la literatura circula y en los que se van creando y rehaciendo sus imágenes; sin ir más lejos, muchas de los motivos de las Mil y una noches que Europa se encargó de reformular y difundir (recordemos que la primera verdadera edición de las Mille et une nuits, con clásicos como el de Alí Babá, fue obra del francés Galland, en 1704) habían sido, ya en su origen, tomadas de leyendas y relatos persas, de Irán y la India (exóticas, por tanto, desde el punto de vista de los árabes), que la literatura árabe se había encargado de estereotipar y de cierto modo mitificar.

Así, aunque la etiqueta de “literatura orientalista” nos ponga muchas veces en guardia (algo de lo que se han asegurado en las últimas décadas los estudios poscolonialistas, tan celebrados en las universidades americanas) y nos acerque al libro de viajes con la dolorosa desconfianza de quien ha de rendirle cuentas a la verdad histórica, deberíamos discernir las posibilidades de la ficción y no aparejar la obra literaria con un llano manual de sociología o una crónica transparente de la realidad.

“Marruecos es mucho más que una crónica histórico-periodística. Ante todo, es literatura”, comenta el editor literario de esta publicación, Francisco Javier Martínez, quien considera, igualmente, que además de ser una obra orientalista en la tradición de Lord Byron, Chateaubriand, Gautier o Flaubert, es, sobre todo, “un libro de aventuras contadas por un narrador de excepcional maestría”.

Filias y fobias

La obra de Edmundo de Amicis, como la de otros autores de libros de viajes, refleja las contradicciones propias del encuentro con el otro, moviéndose como un péndulo entre el intento de comprensión y la exacerbación de la propia identidad, la destrucción de prejuicios y su reforzamiento, o, por utilizar los términos del famoso esquema de Pageaux, sus filias y sus fobias.

A menudo, Amicis critica a un país decadente y embrutecido que ha olvidado su propio pasado de esplendor, para a continuación dejarse llevar por el retrato del reino pujante que introdujo cambios en los engranajes de la administración, del ejército y del sistema económico durante el mandato de Hassan I. Cautivado por ese país “triste pero bello” y “gratamente sorprendido y aún maravillado al considerar cuánto conserva aún de su belleza y poderío”, de Amicis se mueve por el laberinto árabe como un solitario y osado viajero siempre presto a la aventura.

De hecho, Amicis fue pionero en la representación del país magrebí como tierra de aventuras, lo que después sería ávidamente aprovechado por la industria cinematográfica, en películas tan significativas como Morocco, El viento y el león y El cielo protector.

Sensibilidad

Su sensibilidad en el contacto con el otro queda plasmada en las descripciones, a veces casi impresionistas, de personas, objetos o lugares aparentemente insignificantes, que hacen aflorar su faceta de poeta en detrimento de su perfil de periodista o historiador, alejándose de la mera crónica por medio de una prosa que se sostiene por sí sola; podríamos concederle, entonces, las palabras que Saïd les dedica a ciertos autores orientalistas:  “Lo que contaba para ellos era la estructura de su obra como un hecho independiente, estético y personal, y no la manera en la que, si se quería, se podía consignar Oriente geográficamente”.

La obra de Edmundo de Amicis es un cruce de caminos entre la imaginación, el recuerdo y el presente del viaje, excelente escenario para la confrontación de imágenes: las que se ven y las que, en el momento de ser vistas, se recuerdan, porque ya estaban dentro del viajero.

Edmundo de Amicis (1846-1908) fue uno de los más célebres escritores y periodistas italianos. Durante su etapa como corresponsal del periódico Nazione tuvo ocasión de visitar numerosos países, lo que, merced a su proverbial talento para evocar los lugares que conoció, dio lugar a la edición de una celebrada relación de obras: España, Recuerdos de Londres, Holanda, Marruecos, Constantinopla o Recuerdos de París, lograron enorme popularidad a finales del XIX. En 1886 publicó la que sería su obra más conocida, Cuore (Corazón), traducida a más de cuarenta lenguas y adaptada al cine y la televisión, logrando su máxima difusión con la serie de animación Marco, de los Apeninos a los Andes, inspirada en la narración homónima incluida en ese libro


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Edmundo de Amicis
Arcopress
384 p
18,95 euros