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Romanticismo y literatura de viajes francesa: Víctor Hugo y Nerval

Víctor Hugo construyó sus libros de viajes a partir de las cartas enviadas a familiares y amigos y de sus cuadernos personales de notas y dibujos, como puede comprobarse en Los Alpes y los Pirineos: “paso por la vida entre un punto de admiración y otro punto de interrogación”. El viaje, en este caso el desplazamiento hasta la “vida íntima del alma”, está presente en Los miserables, la novela romántica en la que se tocan todas las grandes cuestiones del ser humano, a partir de su gran personaje central: Jean Valjean. La novela está llena de aventuras: personales, sociales, políticas, amorosas…, y está llena de viajes interiores: de la prisión a la libertad, del dolor al gozo, de la mentira a la verdad, de la bestialidad a la conciencia, del castigo al perdón, de la noche al día, de la nada al infinito.

Aunque su obra no ha perdurado tanto como la de los autores precedentes, Eugene Sue fue el más famoso folletinista de su época; cirujano naval, además de literato, sus obras de orientación marina y aventurera tuvieron un gran éxito, como fue el caso de El judío errante. Y otro tanto puede decirse de Gastón Boissier, que trabajó en múltiples disciplinas, alcanzando una cierta notoriedad, luego decaída, sus interesantes Paseos arqueológicos: Roma y Pompeya, Nuevos paseos arqueológicos: Horacio y Virgilio, El África romana, paseos arqueológicos.

Otras características tienen Peregrinaciones de un paria y Paseos en Londres, de Flora Tristán, una de las fundadoras del feminismo moderno; el primero es diario de su viaje a América y su estancia en Perú, país de sus antepasados, entre 1833 y 1834, si bien la autora adopta múltiples formas narrativas para ofrecer su visión personal de las experiencias vividas; para escribir el segundo, que contiene una aguda crítica a la explotación obrera y la condición de la mujer, permaneció cuatro meses en la capital británica, visitando “los lugares que los turistas no ven jamás” y a algunos de los cuales solo pudo entrar disfrazándose de hombre: talleres y prostíbulos, barrios marginales, fábricas y manicomios, cárceles…, y, buscando el contraste, se deja ver por el Parlamento británico, las carreras hípicas de Ascot y los clubes más aristocráticos.

Subjetividad

Sin embargo, es Gérard Nerval, Gérard Labrunie de nacimiento, quien ha resultado ser con el tiempo el más esencialmente romántico de los escritores franceses, a pesar de su marginalidad inicial. Nerval lleva el relato romántico hasta las cotas más altas de subjetividad, ya que, en la búsqueda por la novedad, por lo diferente, alimenta de sueños su razón. Tras sufrir su primera crisis de locura pudo realizar su ansiado viaje a Oriente, pasando por Alejandría, El Cairo, Beirut, Constantinopla, Malta y Nápoles.

Los artículos periodísticos que hizo con las leyendas oídas por los caminos, sus vivencias y reflexiones los publicó en 1844 y, más tarde, los reunió en Viaje a Oriente (1851). Nerval, que salió buscando en el Oriente esa libertad primigenia que no encontraba en Occidente, vuelve confundido por el hombre despojado de su individualidad que encuentra en las comunidades islámicas. En una carta enviada a Jules Janin confiesa: “Resumiendo, el Oriente no se aproxima a la ensoñación que yo había tenido hace dos años, o tal vez sea que ese Oriente (soñado) esté aún más lejos o más alto”.

Antes de su particular peregrinaje por Oriente había iniciado la búsqueda de sí mismo recorriendo, además de Francia, parte de Europa (Alemania, Austria, Suiza, Italia); más tarde visitaría otra parte del viejo continente (Bélgica, Holanda, Inglaterra), siempre huyendo del turismo convencional y del relato de viajes pintoresco: “Me dan pena esos caballeros siempre tan repeinados, empolvados, enguantados, que no se atreven a mezclarse con la gente ni para ver un detalle curioso, una danza, una ceremonia; que temblarían si fueran vistos en un café o en una taberna, o siguiendo a una mujer, incluso confraternizando con un árabe expansivo que os ofrece cordialmente la boquilla de su larga pipa, os hace servir un café a sus expensas, a poco que os descubra parado, ya sea por curiosidad o por fatiga”.

Aparte del Viaje a Oriente, entre las obras capitales de Nerval se encuentra la novela Aurelia o El sueño y la vida (1855), su particular viaje vital a las profundidades del ser humano del brazo de la locura, en el que el escritor busca “el desbordamiento del sueño en la vida real”, eliminando las fronteras entre ensoñación y realidad. Junto con Las hijas del fuego –una colección de “nouvelles”– y Las quimeras –una colección de sonetos–, Aurelia marcó el comienzo de la literatura moderna e influyó decisivamente en los surrealistas. Nerval se pasó una buena parte de su vida buscando un orden alternativo en el caos. Poco antes de suicidarse escribió debajo de un pequeño retrato suyo: “Je suis l’autre”. Para entonces ya había descendido a los infiernos y puesto una estrella en el cielo.

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