Borrow dice no ser un turista ni un escritor de libros de viajes, pero advierte que no se emplea en escribir ruindades al tiempo que confiesa su ardiente admiración por España: “Es el país más espléndido del mundo, probablemente el más fértil y con toda seguridad el de clima más hermoso. Si sus hijos son o no dignos de tal madre es una cuestión distinta que no pretendo resolver; me contento con observar que, entre muchas cosas lamentables y reprensibles, he encontrado también muchas nobles y admirables…”.
Otros grandes interesados en “las maravillas de España y sus misterios” fueron Samuel Cook, uno de los viajeros decimonónicos que recorrió los caminos de España hasta llegar a Almería, y Richard Ford, autor de Manual para viajeros por España y lectores en casa e indagador acérrimo de las cosas de España, como reza su epitafio. No en balde viajó durante tres años por la geografía española a lomos de una jaca cordobesa y en su equipaje nunca faltaron lápiz y cuaderno para anotar sus impresiones y dibujar “este curioso país que oscila entre Europa y África” con humor, admiración y, a veces, desesperación, casi siempre con acierto, ofreciendo una realidad alejada de los tópicos que había puesto en circulación el Romanticismo y dándole una nueva dimensión a nuestro país al situarlo como una de las mayores aspiraciones de los que buscan “cualquier tema bello y sublime”.
Mientras Borrow, Cook y Ford andaban por los caminos de España, Frederick Marryat se perdía navegando por esos mares de Dios con el fin de alimentar El guardiamarina, novela autobiográfica, y sacar a flote su versión de “el holandés errante” en El buque fantasma. Aparte de ser uno de los primeros autores de novelas sobre la vida en el mar, Marryat escribió una divertida sátira de la moda de los relatos de viaje: Cómo escribir un libro de viajes. Marryat propone, con humor e ingenio, una serie de recetas infalibles para escribir un relato de viajes que despierte el interés del lector sin necesidad de que el viajero ponga los pies en el país supuestamente visitado ni el escritor tenga que salir de su despacho, haciendo bueno el refrán de que “a tierras luengas, luengas mentiras”.
Lord Byron
George Gordon Byron no es otro que el activo viajero y original autor Lord Byron, cuyos continuos viajes, sobre todo los realizados alrededor de la mar de Homero y Virgilio, que tanto le fascinaba (“Incambiable excepto al juego de tus salvajes olas;/ el tiempo no traza arrugas en tu frente azul;/ ruedas hoy tal como te vio el alba de la creación”), en realidad son un único viaje de maduración personal, que le permite hablar de la belleza de los lugares visitados, de los descubrimientos inesperados, de las gentes encontradas y de sus propias grandezas y miserias personales, tal y como ponen de manifiesto sus poemas y cartas: Las peregrinaciones de Childe Harold, Correspondencia veneciana, Cartas y poesías mediterráneas. “Fue Caín rebelándose contra un dios caníbal. Pero fue también Prometeo”, ha dicho de él Anthony Burgess.
John Keats también decía haber viajado alrededor de muchas islas occidentales y haber sido un caminante entusiasta por los caminos de Escocia e Irlanda mientras tuvo salud; luego, huyendo del vómito ensangrentado de la tuberculosis, recaló en Roma, en donde encontró en una urna griega que “la belleza es la verdad, la verdad belleza”, y descubrió que eso era todo lo que necesitábamos saber. Sin embargo, la capital romana no pudo evitar que, con cada cuajarón de sangre, Keats siguiera escupiendo un puñado de la escasa arena del tiempo que le quedaba por vivir, hasta que el reloj del poeta se vació con tan solo 25 años, sin apenas tiempo de escribir su epitafio: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en agua”.
En relación a los escritores americanos, Washington Irving es el ejemplo más prototípico de los viajeros románticos y, sin duda, el más interesado por España. En la primera parte de Los cuentos de la Alhambra relata su viaje a caballo de Sevilla a Granada en compañía del príncipe y poeta ruso Dimitri Dolgorouki y el guía-escopetero “Sancho”, y lo hace no siendo siempre fiel a la máxima de “poetizar la realidad, pero sin alterarla”, pues hay ocasiones en que el deslumbramiento por la leyenda y el paisaje pesa más que el espíritu investigador y la mirada desapasionada: “Yo mismo no sé cuánto puedo creer de mis propias historias”, confesaría en Cuentos de un viajero.
El Romanticismo europeo tuvo su correlato filosófico en Estados Unidos en la obra del también escritor y poeta Ralph Waldo Emerson, impulsor del “movimiento trascendentalista”, doctrina espiritual según la cual el conocimiento del universo está más allá del alcance de nuestros sentidos, representando la intuición el poder más alto de percepción. Amigo de Thoreau, Emerson fue un empedernido viajero, no solo como medio de difundir sus ideales neoplatónicos, sino también por el propio valor del viaje como aventura intelectual.
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