El poeta Marcos Ana, medio siglo después de descerrajar la puerta de la prisión que lo tuvo recluido desde los 18 hasta los 41 años y desde la que había pedido “decidme cómo es un árbol (…), cómo es un beso de mujer”, contaba que al dejar la cárcel se convirtió en un ciudadano de la Vía Láctea y desde entonces no había parado de viajar. Poco antes de morir, Oliver Sacks confesaba querer viajar y poder dedicar sus últimas fuerzas a adquirir nuevos niveles de entendimiento y percepción a la manera de cómo Sócrates aprendió a tocar la lira en los últimos días de su vida, sin más afán que el del puro conocimiento.
Antes que nada, el hombre fue un ser nómada en busca de su sustento y durante aquel tiempo en el que la lógica todavía no se anteponía al instinto hizo del viaje su principal forma de vida. Luego, cuando tomó conciencia de su humanidad y su pensamiento comenzó a reflejarse en sí mismo, como su rostro en los espejos del agua, sintió el deseo irrevocable de contar las aventuras de sus viajes y los relatos corrieron de boca en boca, de pueblo en pueblo, de generación en generación. Más tarde, cuando fue capaz de inventar la escritura como un intento de salvar la memoria y el conocimiento, llenó cientos de tabletas de arcilla, ostracas, papiros y pergaminos para dejar constancia y testimonio de sus vivencias viajeras, algunas veces dotándolas de una dimensión épica y otras, dando por vivido lo soñado o imaginado. Finalmente, el papel y la imprenta permitieron extender la literatura de viajes a capas más amplias de la sociedad, hasta que los actuales sistemas digitales han permitido su práctica universalización. Hoy, las sandalias aladas de Hermes recorren todos los caminos de la Red en busca del sueño, de lo inesperado, de ese tiempo del viaje en el que el tiempo deja de existir. En definitiva, desde el albear de la Humanidad, en todas las épocas, civilizaciones y culturas, el hombre ha sentido la necesidad no sólo de viajar, sino también de dejar constancia del viaje realizado. Y es que no hay un hombre que no sea un descubridor ni viaje que no incite a escribir: es difícil concebir a la literatura sin viaje, como es casi imposible que un viaje no provoque literatura.
Desde Ulises hasta nuestros días la idea de viaje como iniciación, como medio de descubrimiento y búsqueda de nuevos conocimientos, como vía de acceso a la alteridad cultural, ha impulsado a numerosos escritores a dejar plasmado en un libro el relato de sus experiencias como viajeros, y a no pocos viajeros a iniciar el periplo de la escritura, aunque unos y otros lo hayan hecho con finalidades distintas: literarias, artísticas, históricas, sociológicas, científicas o geográficas, como demuestran las obras de una interminable lista de autores desde Homero y Herodoto a Ryszard Kapuscinski y Paul Theroux, pasando por escritores viajeros tan distintos y con objetivos literarios tan variados como Apolonio de Rodas, Estrabón, Marco Polo, León el Africano, Gonzalo “Fernández de Oviedo, Alexander von Humboldt, Wolfgang Goethe, Charles Darwin, Ali Bey, René de Chateaubriand, Lord Byron, Heinrich Heine, Gustave Flaubert, Mark Twain, Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling, Stefan Zewig, Valéry Laubard, Antoine de Saint Exupery, Ernest Hemingway, Julio Camba, Manuel Chaves Nogales, Aldous Huxley, Paul Bowles, Truman Capote, Lawrence G. Durrell, Camilo José Cela, Manuel Leguineche, Bruce Chatwin, V. S. Naipul o Claudio Magris.
Desafortunadamente, Miguel de Cervantes nos privó de su ansiado Viaje a las Indias, pero, a cambio, nos regaló el viaje más apasionante que se haya hecho nunca a los confines de la literatura: el que narra las andanzas de El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Y entre las dos partes que componen las aventuras y desventuras de Alonso Quijano también nos dejó algunos otros viajes memorables, como los de sus novelas ejemplares Rinconete y Cortadillo y El licenciado Vidriera, y un par de consejos impagables: “El ver mucho y leer mucho aviva el ingenio de los hombres”, “El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos”.
Vivir, viajar, escribir: “La vida se inventó para vivir y dejar vivir, para caminar, para amar (…), para ver el mundo” (Camilo José Cela). Viajar, escribir, vivir: “Estoy viajando mucho porque se me agotó la ficción” (Hebe Uhart). Escribir, vivir, viajar: “La intención del cuentacuentos es mantener el brillo en los ojos del público con un relato fascinante” (Paul Theroux).
¿Quiere leer todos los artículos de esta misma serie sobre literatura de viajes?