Lo cierto es que las casas de subastas se han convertido en los bancos de inversión del sector, yendo más allá de poner en relación vendedores y compradores. Prestan dinero a cambio de obras, estructuran garantías, vuelven a empaquetar algunas de ellas para terceros inversores y engrasan toda la maquinaria del mercado. Esto hace que las ventas, y por tanto las comisiones, sigan aumentando.
O no. Según ArtTactic, las ventas de las nueve subastas nocturnas de mayo en Nueva York descendieron un 42% respecto a la temporada de primavera anterior, confirmando lo que todos sospechábamos: el mercado sigue siendo vulnerable a los vaivenes económicos. Al respecto, Marta Pérez Ibáñez, especialista en mercado del arte, señala el “destacable retroceso en las ventas”, aunque la analista Llucià Homs considera que “no hay una crisis en el mercado del arte, ni mucho menos”, para añadir: «En ningún caso hay un pinchazo de una burbuja. En todo caso lo que hay es una cierta corrección del mercado, inherente al mismo».
Guarantees
De cualquier modo parece probable que esto perjudique a las lucrativas herramientas que las casas de subastas utilizan entre bastidores para blindar los precios frente a las condiciones orgánicas del mercado. Las garantías son un buen ejemplo. Atraen a los vendedores al mercado con un trato seguro y demuestran a los compradores, propensos a la ansiedad, que existe demanda.
Esta práctica surgió hace aproximadamente cuatro décadas para hacer frente a uno de los mayores miedos de los compradores, algo que, a su vez, es el principal atractivo para el espectador: la incertidumbre de no saber qué pasará. En un primer momento fueron las propias casas las que empezaron a conceder dichas garantías, esperando mantener a sus clientes y evitar que se marchasen con la competencia. Las casas aseguraban un precio de compra de las obras en el caso de que no se vendieran en la propia subasta.
Con el tiempo, está situación insostenible jugó muy malas pasadas, como cuando en 2001 Phillips se arruinó por garantizar por un precio excesivo la colección de Nathan y Marion Smooke.
Así, poco después, aquella práctica de las guarantees se convertiría en algo mucho más complejo al incluir a terceras partes: fondos de inversiones, asesores, particulares o entidades empresariales. Un alivio para las casas de subastas, ya que no eran ellas las que acababan comprando las obras no vendidas en las subastas.
Por desgracia, como demostró la subasta nocturna que Christie’s celebró en Nueva York a mediados de mayo –sin garantía ni éxito–, de la colección de Gerald Fineberg, compuesta por fotografía y arte moderno de posguerra y contemporáneo, la presencia de garantías se ha convertido en un condicionante: cuando no existen, el mercado se asusta; cuando los posibles compradores ven que hay subastas que no se garantizan desconfían.
Tiempos complicados
Mientras tanto, la rentabilidad media de las subastas se ha reducido. ArtTactic constata que los beneficios de las garantías disminuyeron del 22% en 2021 al 11% en 2022. «Los menores márgenes, unidos a unos tipos de interés al alza y a los mayores riesgos asociados a la coyuntura económica, podrían disuadir a los potenciales avalistas [en 2023]», concluye su informe.
Esto pone a las casas de subastas en una difícil situación. Su mejor herramienta para impulsar la oferta y la confianza previa a la venta se está volviendo menos rentable y menos persuasiva para los socios que arriesgan.
Por otro lado, la práctica de las garantías se ha complicado tanto que se está valorando una regulación de la misma. A día de hoy, la realidad es que todas las casas anuncian si los lotes ofertados son guaranteed property o no. Aunque mantienen el secreto mejor guardado: el importe de esta garantía y quién es la persona, o corporación, que la respalda.
La realidad es que las casas siguen ofreciendo garantías y otros incentivos financieros, pero en estos momentos quizá añoren tiempos pasados menos complejos.