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El fin de la era Marlborough

Su inventario, con alrededor de 15.000 obras, reunido durante décadas por los responsables de la galería a través de relaciones personales cultivadas con docenas de importantes artistas, se venderá en los próximos meses y años. Una parte de los beneficios de estas operaciones se donará a instituciones culturales sin ánimo de lucro cuyo fin sea apoyar a artistas contemporáneos.

Actualmente, Marlborough tiene una plantilla de 52 personas en todo el mundo. Algunos miembros del equipo se quedarán para garantizar la devolución y la venta de su inventario, aunque la mayoría enfrentará el despido.

Orígenes

En 1946, Frank Lloyd, un inmigrante judío que había huido de su Austria natal en 1938 y servido en el ejército británico durante la guerra, junto con un comerciante austriaco de libros raros expatriado llamado Harry Fischer, fundaron Marlborough en Londres. A ellos se unió quien que más tarde sería XI duque de Beaufort, David Somerset. En sus primeros tiempos, la casa comerciaba con obras impresionistas, postimpresionistas y modernas francesas, pero bajo la dirección de Lloyd, pronto se decantó por la representación de artistas contemporáneos.

Lloyd entabló sólidas relaciones con muchos de los artistas de posguerra más importantes del Reino Unido, como Francis Bacon, Henry Moore, Lucian Freud, Ben Nicholson, Frank Auerbach, R.B. Kitaj, Barbara Hepworth, Eduardo Paolozzi, Paula Rego y Graham Sutherland. En los años cincuenta y principios de los sesenta, Marlborough Londres también presentó exposiciones pioneras del expresionismo alemán y representó a artistas europeos como Oskar Kokoschka, Jacques Lipchitz y Kurt Schwitters.

En 1963 abrieron sede en Nueva York, con artistas del expresionismo abstracto como Robert Motherwell o Clyfford Still. Además, pronto consiguieron comercializar los legados de, por ejemplo, Ad Reinhardt o Jackson Pollock.

En los años siguientes seguiría liderando el mercado del arte, representando a artistas como Magdalena Abakanowicz, Richard Avedon, Alice Aycock, Claudio Bravo, Arnaldo Pomodoro o Rufino Tamayo. También continuó su expansión internacional y para la década de 1970, una época en la que el sol nunca se ponía en la galería, Marlborough tenía espacios en Roma, Zúrich, Toronto, Montreal y Tokio.

Polémica en N.Y.

DETOX, de Martin Eder [1], la última exposición de Marlborough en Nueva York, es una desviación tan llamativa y provocativa de su línea curatorial que la galería se ha visto obligada a salir en su defensa.

DETOX, de Martin Eder. Foto: Olympia Shannon.

El comunicado de prensa de la galería insiste en que Marlborough siempre ha ido más allá y que las implicaciones potencialmente problemáticas de que un pintor pinte, en su mayoría, desnudos femeninos en 2024 son meras proyecciones del público; el artista, Eder, basa su trabajo en contenido, accesible para todos, del propio Internet. El caso es que antes de la inauguración el consejo externo de la galería rechazó la exposición, solicitando que se anulara.

Compensando sensibilidades, en el espacio superior de Marlborough NY han sido más conservadores, haciendo un guiño a su rica historia con la exposición Bacon y Freud: Conversaciones [2].

La sede de Marlborough en Madrid, diseñada por Richard Gluckman, se inauguró en 1992. Para la ocasión, se contó con la obra que Francis Bacon había realizado en los últimos 10 años de trabajo. Desgraciadamente, el artista falleció seis meses antes de la inauguración, con lo que resultó la última exposición individual organizada en vida del artista.

La galería se convirtió pronto en un destacado representante de artistas españoles y latinoamericanos como Fernando Botero, Antonio López, Juan Genovés o Manolo Valdés, entre muchos otros.

En 2014, Barcelona se incorporó a la red. Marlborough también estableció una galería en Mónaco en 2000 y creó Marlborough Graphics, sección especializada en obra gráfica y fotografía.

Para la exposición que cerrará la galería madrileña la artista elegida ha sido Soledad Sevilla (Valencia, 1944). Titulada Entre dos horizontes [3], incluye una treintena de nuevas obras y una instalación site specific. Quien quiera visitarla, ya sea para disfrutar de ella o por el mero placer de visitar la galería, deberá hacerlo antes del 29 de junio, ya que ese día sus puertas se cerrarán por última vez.

Entre dos horizontes

La serie de más de 30 pinturas y la instalación realizadas por Soledad Sevilla que se presentan en esta ocasión abarcan los componentes de su lenguaje a partir del concepto de horizonte y del signo primario de la línea y del color que se articulan, de modo contundente y sintético, en el plano pictórico y espacial.

Las pinturas surgen a partir de una pequeña obra de Eusebio Sempere (Alicante, 1923 – 1985), muy presente en la vida de la artista, cuyas primeras interpretaciones se materializaron en formato reducido mediante grafito para luego expandirse a sus formatos habituales. El origen del punto de partida se fue desdibujando a lo largo de la producción de las obras, y la artista lo ubica al margen de la exposición, investigando incluso una paleta de colores diferente a la inicial. Lo que se mantiene intacto en las pinturas y en la instalación es el rigor geométrico, la capacidad para la modulación tonal, la meticulosidad y el efecto atmosférico que en el trabajo de ambos artistas hace emerger una luminosidad mística.

A raíz de “la profunda y entrañable amistad” con Sempere, surgida cuando se conocieron en el Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid, se observa su interés común por la línea. “Siempre he creado obras a partir de una línea”, enfatiza la artista en más de una ocasión. “En el fondo, a partir de la línea, que puede ser ínfima, por acumulación o por repetición, juego con el espacio y al eliminar la unidad permito que aparezca algo distinto. Nunca he sido figurativa”. En efecto, ha traducido la solemne gravedad de ciertos modelos históricos (como fueron el Color Field estadounidense o el arte minimalista) a un lenguaje visual propio, intensivo y lacónico.

La línea, en su práctica, se ha superpuesto para la creación de retículas, como se ha visto en el estudio en profundidad de la obra Las Meninas de Velázquez o en la serie reinterpretativa de La Alhambra. Es cierto que, hacia finales de los años 90, la retícula desaparece dando lugar a una geometría particular y a formas orgánicas (como en la serie Muros o en la dedicada al Apostolado de Rubens); en esta ocasión su presencia es minoritaria, pues toma protagonismo la línea horizontal -bien sea por los títulos de las obras, bien por su configuración formal- que alude al concepto de horizonte, cuya existencia se estructura a través de nuestro sentido de la vista ya que, comoquiera que uno mire, el horizonte permanece al nivel de nuestros ojos.

La artista nos señala la belleza de la línea recta a la vez que entra en materia al brindarnos la posibilidad de entender el horizonte como una línea en tres dimensiones. El aspecto tridimensional se puede apreciar de manera literal en la instalación titulada Persecución de lo minúsculo (2024), que también presenta su interés por la línea al contar con una sucesión de más de siete centenares de alfileres de cabeza redonda (cuya mitad de la superficie está pintada de negro) en las cuatro paredes de la sala de la galería que la acoge.

Con estas líneas, la artista destila y retiene, parafraseando al escritor chino Lu Ji, “la extrema agudeza del más fino cabello”. En ellas se puede observar cómo los hilos forman una gran corriente que encierra lo inmenso de una amistad y la profunda hondura del horizonte de uno mismo. “Así, el lenguaje se amplía y lo ocupa todo por entero. El pensamiento profundiza y llega a lo insondable”. Se puede rasguear cada línea para escuchar los acontecimientos que nunca llegamos a alcanzar, pero nunca dejamos de perseguir.