La voz que puede con todo
¡Azúcar! La Reina de la Salsa nació en La Habana con el nombre de Úrsula Hilaria Celia Caridad Cruz Alfonso y murió en Estados Unidos recibiendo el cariño popular reservado solo a los mitos. Pertenece al grupo de artistas que llevaba grabando muchos años antes –casi dos décadas– de que empezara a utilizarse abiertamente el término para definir la nueva expresión. Dueña de un tremendo chorro de voz, fue para la salsa “un regalo, un personaje que vino de la vieja guaracha y supo prolongar el mismo espíritu en la turbulencia”, opina Rondón. Podía jugar con las palabras con la misma calidad que Ella Fitzgerald. Ahí está para demostrarlo Quimbara, el tema de apertura de su Celia & Johnny (1974), el disco a medias con Johnny Pacheco. Ese mismo año volaron a Kinshasa, Zaire, para interpretarlo dentro del festival montado unas semanas antes del legendario combate que enfrentó a Muhammad Ali y George Foreman.
Entre los pioneros, El Watusi de Barreto
Precisamente el dominicano Johnny Pacheco fue uno de los fundadores de Fania Records, la compañía que desde Nueva York capitalizó los años dorados del género. La nueva revolución musical nació en los barrios latinos de la Gran Manzana, a donde fueron llegando cada vez más inmigrantes venidos de Puerto Rico, Santo Domingo, Panamá, Colombia y Cuba. Entre los pioneros habría que citar la orquesta de Tito Puente acompañando a La Lupe, Joe Cuba o Ray Barreto. En esa búsqueda de nuevas sonoridades previas al boom, destaca el Watusi ‘65 de Barreto, conguero de origen puertorriqueño que lo grabó muy poco antes de entrar en la cuadrilla de Fania.
El equipo de las estrellas
Seguimos en Nueva York pero unos años después. Más concretamente, como escribió el maestro Luis Lapuente, cuando “la salsa se hizo carne durante la noche del 26 de agosto de 1971 en el Cheetah, un pequeño local de la calle 52”. Los mejores artistas del sello lo dieron todo y el resultado quedó inmortalizado en el vinilo Live at the Cheetah y en el documental Nuestra cosa latina. Espontaneidad, libertad y entusiasmo en grado sumo. Concebido para la improvisación y los largos desarrollos instrumentales, aquel registro nos legó un directo abrasador que no tiene nada que envidiar a los mejores anglosajones. Y entre tanto éxtasis rítmico, un clásico, Anacaona, en la voz de Cheo Feliciano.
El cantante de los cantantes: Héctor Lavoe
A partir de los créditos del directo arriba comentado, casi se puede hacer una historia de la salsa con pocas lagunas: aparte de los ya citados Pacheco o Barreto, ahí estaban también el trombón de Willie Colon, el piano de Larry Harlow y las voces de Ismael Miranda y Héctor Lavoe. Colon y Lavoe ya habían grabado discos a medias desde el 67 (El Malo), pero a partir del 74 el cantante se consagra ya como una de las estrellas indiscutibles de la salsa. Rondón pondera su capacidad para hacer del canto “una simple prolongación del habla clandestina de los barrios”. A un estilo cada vez más callejero sumaba una envidiable habilidad para improvisar versos entre los coros. Falleció a los 47 años tras una vida marcada por el desastre (huérfano a los tres años, drogas, SIDA, suicidios frustrados, muerte de un hijo, depresión…). Suyas son bastantes de las mejores interpretaciones del canon salsero (Calle luna calle sol, Rompe Saragüey, Mi gente, Periódico de ayer…). Siempre sintió algo especial por El cantante, escrita por Rubén Blades y arreglada por Colon, y es fácil entender por qué.
Willie Colon o el don de la ubicuidad
Toda selección es injusta y cualquier aficionado a la salsa echará en falta algo de Justo Betancourt, Ismael Miranda, Bobby Valentín o Ismael Rivera. Y en cambio Willie Colon se cuela en varias ocasiones; normal si, como recuerda Rondón en su libro, “logró el menudo privilegio de nacer con la salsa, de ser el líder en ella desde el comienzo hasta el final”. Su omnipresencia es de verdad inevitable dada su capacidad para, en apenas diez años, componer, arreglar y tocar en tantos discos (¡16!) y aliarse siempre con los mejores (Lavoe, Blades, Celia Cruz). Empezó tocando el trombón, considerado el instrumento de viento que más ha caracterizado la salsa, pero lo suyo en realidad era toda la orquesta con metales, cuerdas y percusión.
Una máquina de hacer canciones
Pocos escritores de canciones atesoran un currículum comparable en términos de cantidad (más de dos millares) y calidad (Puro teatro, Periódico de ayer, Barrunto, Piraña…) como el del puertorriqueño Tite Curet Alonso (1926-2003). Marchó a Nueva York a trabajar como periodista pero pronto sustituyó las noticias por los boleros. Rondón llama la atención sobre el cambio de tono que trajo Curet: allí donde había dulzura y súplica colocó reclamo y revancha (“Lo tuyo es puro teatro / Falsedad bien ensayada / Estudiado simulacro”. Puro teatro). O La tirana, otro ejemplo sublime, en la voz de La Lupe arropada por la orquesta de Tito Puente.
Oscar d’León y el tema cubano
Quienes criticaron la salsa como nueva etiqueta solían despacharla diciendo que no era sino vieja música cubana adornada con arreglos novedosos. La evolución de la música caribeña en los sesenta y los setenta habría sido otra sin la revolución cubana y su aislamiento. ¿Cómo se explica, si no, que fuera una ciudad ajena al Caribe como Nueva York la capital primera de la salsa habiendo tenido La Habana mejores orquestas para tal fin? Muchos (Bebo Valdés, Paquito D’Rivera, Chocolate Armenteros…) marcharon de la isla y ya no volvieron. Ninguna gran estrella de la salsa pisó suelo cubano hasta que en 1983 aterrizó allí el venezolano Oscar d’León, dispuesto a conocer la tierra de su amado Benny Moré. Las crónicas dijeron que el pueblo cubano había vuelto a disfrutar de su música pero la excursión le pasó factura a d’León, al que tardaron mucho en perdonar el atrevimiento.
La vanguardia salsera: Eddie Palmieri
Si se trata de identificar en la galería de los mejores artistas a quien más experimenta, innova y prueba cosas nuevas, Rondón no tiene duda: ese artista es Eddie Palmieri. Pianista, compositor y arreglista neoyorquino, “reunió bajo su influencia las principales vanguardias que se destacaron en la salsa” y antepuso más de una vez su “osadía armónica y rítmica” en detrimento de la “muy importante circunstancia del baile”.
Blades: nadie ha sembrado tanto
El genio panameño ha anunciado hace muy poco que seguirá componiendo pero no será música salsa. Letrista superdotado, haga lo que haga a partir de ahora merecerá la pena. Con Willie Colon, firmó en el 79 Siembra, el álbum más exitoso de aquella década. El disco que aloja en sus surcos la peripecia de Pedro Navaja se abría con otra joya, Plástico, ejemplo de lo que se conoció como “salsa consciente”. Nadie como él ha hablado de temas tan variados y de manera tan profunda sin renunciar a la danza. Salsa para bailar y pensar.
Y un merengue que tampoco engorda
Bachata rosa, de Juan Luis Guerra, ni es propiamente salsa ni pertenece a los setenta pero ha sido, sin duda, el último gran éxito de la música caribeña. “Si algún puente pudo tenderse entre el merengue y la salsa, él fue su mejor y más importante exponente”, afirma Rondón sobre el dominicano.
El libro de la salsa [1]
Crónica de la música del caribe urbano [1]
César Miguel Rondón
Editorial Turner
524 páginas
28 euros