Fue en 1969, entre el 15 y el 17 de agosto, cuando Joel Rosenman, Michael Lang y Artie Kornfeld, organizadores del festival, consiguieron que cientos de miles de personas se congregaran en la localidad de Bethel, a poco más de 100 kilómetros de Nueva York, en una cita que, cuatro décadas después, con un mundo absolutamente cambiado, se considera única e irrepetible.
Irrepetible
Michael Carbello, el percusionista de la primera banda de Santana, que participó en el que entonces se llamó Festival de la Música y el Arte de Woodstock, ha comentado recientemente: “Se ha invertido mucho dinero para intentar repetirlo, para imitar lo que allí vivimos, pero nunca ha funcionado”.
Carbello recordaba, igualmente, las celebraciones de 1994, en la que murieron tres personas, y las de 1999, una edición que, celebrada en la localidad de Rome (Nueva York), en lugar de traer de vuelta el espíritu de paz, terminó con saqueos, incendios y varias escenas de vandalismo.
Imaginario colectivo
El Woodstock original, sin embargo, permanece en el imaginario colectivo como el lugar en el que el inconformismo y la rebeldía de una generación azotada por la guerra de Vietnam dieron lugar, pese a la mala organización, la lluvia y el barro que cubrieron el campo en el que se celebró, a tres días de paz, música y amor.
Tres días en los que tampoco faltaron las drogas, que en gran cantidad y formatos circularon libremente por el recinto, hasta el punto de haber hecho famosa la frase de “Si alguien dice que ‘recuerda’ haber estado en Woostock, es que no estuvo realmente”.