1961. A los pies de la cama de Woody Guthrie
A Dylan, que tantas vocaciones ha despertado, le voló la cabeza el autor de This land is your land. “Oír todas esas canciones, una tras otra, me dejó mareado, con ganas de gritar. Era como si la tierra se abriera a mis pies”. Así recordaba Dylan en su autobiografía el impacto que le causó el descubrimiento de Guthrie. El 25 de enero de 1961 se produjo el encuentro entre el maestro y el alumno aventajado. Aquel estaba postrado en la cama sin poder mover un músculo devorado por la enfermedad de Huntington y a Dylan le podía la timidez, pero pasaron unas cuantas horas juntos. El momentazo en cuestión lo relata Jesús Albarrán en su libro A boy walking [1], dedicado a los años en que el cantautor pululó por el Village neoyorquino dispuesto a hacerse un nombre. Apenas un año después de aquella visita salía su primer disco, que incluía Song to Woody y un poco más tarde la combativa Master of wars que a buen seguro gustó a su ídolo.
1966. La primera gran traición
No hay dylanófilo que se precie que ignore el momentazo. Fue en un concierto en Manchester un 17 de mayo de 1966. En ese silencio entre canción y canción, un espectador le gritó Judas, Dylan contestó “no te creo, eres un mentiroso” y pidió a la banda que tocaran “jodidamente fuerte” el siguiente tema, Like a rolling stone. Y todo quedó grabado. Desde hacía tiempo Dylan era para muchos un traidor. Aquel circo del folk sesentero y más purista que pocos años antes había conquistado se le volvió en contra pero nuestro hombre lo tenía claro: no había llegado para liderar ningún movimiento social ni decirle a la gente qué causas son buenas y malas. No quería ser un profeta ni la voz del descontento. Eso se lo dejaba a Joan Baez o Phil Ochs. “En 1963 era un héroe, en 1964 un enigma, en 1965 un traidor”, tal y como resumió Dorian Lynskey en su libro 33 revoluciones por minuto. Aquella traición a la canción protesta, que tan bien hizo cuando quiso, trajo el Dylan que encendió la guitarra eléctrica y despachó los gloriosos Bring It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde on Blonde.
1968. La bomba Hendrix
Alguien dirá que de los Beatles hay aún más versiones [2]. Es posible. En cualquier caso, lo de Dylan es una locura. Las hay para todos los gustos y en todos los géneros, algunas de verdad canónicas, como el Mr. Tambourine Man de los Byrds o el It’s all over now, baby blue de Van Morrison al frente de Them. Hay que gente que admira a Dylan por esta vía. Ellos se lo pierden. Dylan es un intérprete descomunal. ¿Acaso hay una versión mejor que la suya de Like a rolling stone o Hurricane? Dicho esto, qué sacudida debió experimentar cuando llegó a sus oídos lo que hizo Jimi Hendrix en 1968 con All along the watchtower.
1973. Pat Garrett, Billy the Kid y Alias
Es muy posible que Dylan tenga el honor de ser uno de los peores cantantes-actores de la historia. Al menos esa impresión da viéndole un poco perdido en el papelito que le dio Sam Peckinpah en Pat Garrett & Billy the Kid interpretando a Alias, un miembro de la cuadrilla de Billy el niño. Puede que el director no levitara con su trabajo pero no pudo tener ni un amago de queja cuando Dylan le enseñó el tema que había escrito para la banda sonora. Una canción majestuosa para la gran pantalla, que ha dado a Dylan otras alegrías como el Óscar a la mejor canción original de 2000 por Things have changed de la película Jóvenes prodigiosos de Curtis Hanson o el fascinante biopic que le dedicó Todd Haynes, I’m not there, en 2007. Son infinitas las veces que se han utilizado sus canciones en el cine. Resultan imprescindibles los documentales de Scorsese que le tienen como protagonista y, por supuesto, su intervención en El último vals, la película del concierto de despedida de The Band. De su experiencia como director (Renaldo y Clara) mejor no hablar.
1975. El adiós a Sara
Los discos de divorcio o ruptura, que son ya todo un género, deberían medirse con Blood on the tracks como el Himalaya del asunto. Además es su mejor disco desde Blonde on blonde. Nada sobra en esta colección de canciones marcada por la separación de su primera esposa Sara y madre de su hijo más famoso, Jakob. Nunca un problema matrimonial inspiró mejor música que ésta. Un momentazo delicado para el genio, un momentazo musical para sus seguidores. “Si la ves, dile hola”.
1988. La gira de las giras
Desde el 7 de junio de 1988 y hasta la llegada del bicho que ha cambiado nuestras vidas, estuvo en marcha de forma ininterrumpida la gira con la que Dylan parece que se propuso estar al pie del escenario mientras el cuerpo aguante. La Never Ending Tour, término que no agrada especialmente al líder, es la gira que durante tres décadas tantas alegrías y disgustos ha deparado a sus seguidores. Casi una treintena de músicos han integrado en algún momento la banda que le acompaña y sufre para seguirle cuando le da por hacer casi irreconocibles algunos de sus himnos.
1988. Puede ser uno más
Dylan ha estado arropado en estudio y en directo por grandes bandas como la de Robbie Robertson o la de Tom Petty. Ha colaborado él desde la admiración, como hizo con Johnny Cash, y se han arrimado a su talento otros por el mismo motivo, como hizo Mark Knopfler en varias ocasiones, destacando su trabajo en Infidels, su disco del 83. No obstante, le faltaba a Dylan aprender a ser uno más y lo hizo en 1988 como miembro de los Traveling Wilburys junto a George Harrison, Roy Orbison, Tom Petty y Jeff Lynne. Funcionaron como grupo hasta el 90 y grabaron un par de discos.
1997. Posponiendo el reencuentro con Elvis
En la primavera de 1997 Dylan desarrolló una pericarditis a raíz de un proceso infeccioso que le llevó de cabeza al hospital. Poco después, en un comunicado oficial, escribió aquello de “creí que me iba a reunir pronto con Elvis”. Le prescribieron reposo y mientras él seguía la recomendación, nos llegó su gran obra de los noventa: Time out of mind, un disco oscuro producido con Daniel Lanois con el que ya había colaborado en otro trabajo sensacional, Oh Mercy. Aquel año que pudo ser el momento final acabó siendo su último momentazo del siglo en el estudio de grabación.
1997. Tocando para el Papa
A finales de los setenta, Dylan se convirtió al cristianismo. Contó que se le había aparecido Cristo en un hotel de Tucson, Arizona. La nueva fe se plasmó en Slow train coming y Saved, discos que acercaron su música al góspel y que pese a su enorme calidad no suelen citarse entre lo mejor de su producción. Casi veinte años después, en septiembre de 1997, Dylan se plantó en un congreso mundial de eucaristía, donde tocó en presencia del Papa Juan Pablo II y otras trescientas mil personas. Momentazo polémico pero poca cosa, en términos de controversia, comparado con lo que pasaría diecinueve años más tarde cuando la Academia Sueca tratara sin éxito de contactar con él por teléfono.
2016. Llamada desde Suecia
El 13 de octubre de 2016 los medios de todo el mundo anuncian que la Academia Sueca le ha otorgado el Premio Nobel de Literatura… ¡a un cantante! Lo hacían «por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción». Ignoro, porque no había nacido, si hubo tanto escándalo cuando un político como Winston Churchill recibió el galardón. Desde luego, no hubo apenas ruido cuando lo hizo una reportera como Svetlana Alexievich. Seguramente detractores y partidarios tenían razón [3], pero lo mejor fue que Dylan tampoco percibió el reconocimiento como un punto y final y siguió sacando discos y dando conciertos. Sin duda, nadie mejor que él está haciendo honor a una de sus grandes canciones, Forever young. Pues eso: “May you stay forever young”.