A modo de templo, lo que para algunos podría ser una mezquita sagrada, en Nueva York, ese escondrijo transformador sería Chelsea, el Hotel Chelsea. Ubicado en el 222 Oeste de la calle 23, -entre la séptima y octava avenidas-, este edificio hecho de ladrillo rojo se construyó en 1883 como una cooperativa privada de apartamentos, transformándose ya en 1905 en un hotel.
Arthur Miller se mudó a la habitación 614 tras su divorcio de Marilyn Monroe allá por el 1961.
Pero la lista de los artistas y grandes mentes que pusieron nombre y apellidos a su historia en el siglo XX es mucho más extensa. A modo de paseo de la fama podrían contar algunas de las historias que encierran esas paredes Leonard Cohen, Bob Dylan, Patti Smith, Mark Twain, Tennessee Williams, Andy Warhol, Jackson Pollock, Edith Piaf, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Keith Richards o David Bowie. Casi nada.
Miller, uno de los grandes dramaturgos que nos dejó el siglo anterior, explicó también en sus memorias que el Chelsea era la cima del surrealismo, un lugar donde tomar el ascensor ofrecía la posibilidad de salir colocado por el humo de la marihuana que inundaba el ambiente.
Es el Chelsea ese pentagrama angosto de acordes disconformes cuya combinación de notas y silencios cuenta con susurros todos aquellos grandes relatos de sus protagonistas. Es la banda sonora del Nueva York en blanco y negro que a todos nos hubiera gustado conocer. O espiar a través de una mirilla.
Ya lo contaba la leyenda
Como clama Miller, fueron bastantes las jugarretas con las que el destino hizo del Hotel Chelsea un “centro cultural y artístico del bohemio Nueva York”.
El poeta y dramaturgo inglés Dylan Thomas perdió allí su vida, dicen después de haberse tomado 18 wiskis. Por su parte, y en la habitación 100, el líder de Sex Pistols, Sid Vicious, apuñaló a su novia Nancy Spungen en 1978.
Patti Smith cuenta también en su autobiografía Éramos unos niños, su experiencia desde la habitación 1017 con su amigo y ex amante Robert Mapplethorpe: «Vivir en aquel hotel excéntrico y maldito nos dio sensación de seguridad y una educación excepcional. La buena voluntad que nos rodeaba demostraba que los Hados estaban conspirando para ayudar a sus entusiastas criaturas».
En la habitación 211, Bob Dylan vivió su historia de amor con su primera mujer, Sara Lownds, como bien contó en su canción Sad-Eyed Lady of the Lowlands…
Aunque, como pasa muchas veces, no es oro todo lo que reluce. Bob y Sara vivieron los arranques de su relación en habitaciones pegadas pero separadas, ya que el músico tenía aún pendiente la incómoda conversación de ruptura con su entonces pareja, Joan Baez.
Cada vez que suena Chelsea Hotel #2, Leonard Cohen revive el fantasma de la noche que conoció a Janis Joplin en uno de sus ascensores. En su letra cuenta que cogió uno de los elevadores esperando encontrarse con Briggitte Bardot, y en su lugar apareció Joplin.
Según cuenta la historia, mientras subían en el ascensor Cohen le preguntó:
“-¿Estás buscando a alguien?
-Sí, a Kris Kristofferson –respondió ella.
-Hoy estás de suerte. Yo soy Kris Kristofferson”.
Puede que eso fuera lo mejor que nos dejó el Hotel Chelsea, esa sensación única y poderosa de que podías convertirte y ser quien quisieras. Las paredes no hablaban, sólo quedabas tú con tus historias, y tu vida llena de mentiras.