Pires está lista para comenzar un concierto para piano y orquesta de Mozart, pero cuando comienza, en vez de la obra programada suena el Concierto para piano y orquesta nº 20 en re menor, K466, también de Mozart, que evidentemente la pianista no había preparado para la ocasión. El pánico le inunda, se ve su desesperación, con la cara desencajada y sin saber qué hacer. Sin embargo sale magistralmente airosa. No sólo consigue recordar cada nota del concierto, si no que su sonido tiene esa luz que habitualmente desprende.
Además, el Thelegraph publica otro post [1] escrito por el periodista Stephen Hough que recuerda el crítico momento y habla sobre lo extraño que es todo, ya que por las vestimentas y por lo inusual del hecho, no parece un concierto, más bien un ensayo general, aunque a su vez es raro que haya público viéndolo. En cualquier caso, no duda de la excepcionalidad de Pires.
Hough recuerda que la pianista «ha tocado esta pieza cada temporada durante al menos los últimos ocho años», y que forma parte fundamental de su repertorio. Para él, el auténtico mérito de Pires no es que recuerde la pieza, sino cómo la interpreta, la calidad de su sonido. «Pocos habrían sido capaces de superar el vértigo del desconcierto y salir airosos como la pianista».