Los locales –sobre todo los que acostumbraron a tomar copas acodados en las barras de aquellos modestos abrevaderos al ritmo de músicas nuevas y particularmente estimulantes– siempre lo vieron con condescendiente guasa, pero lo cierto es que, para cualquier musiquero de pro, pasarse por La Vía Láctea o el Penta constituía parada obligada cuando desde cualquier ciudad de provincias se visitaba la capital. Casi tanto como ir al Prado para los aficionados al arte, a Las Ventas para los taurinos o a Casa Patas para los flamencos.
Como unos cuantos más –del mismo barrio y también de otras zonas de la ciudad–, aquellos garitos se habían convertido en referente de un tiempo que cambió radicalmente las reglas del juego, modernizando la sociedad a base de creatividad, atrevimiento, osadía y entusiasmo; podía detectarse en las baldosas del suelo, en las fotos enmarcadas en las paredes, en la colección de discos que albergaba la cabina del pincha el rastro de aquella nueva generación que había hecho del arte, la cultura y, sobre todo, la música pop la mejor forma de diversión.
Lugares, pues, que con el tiempo se convirtieron en auténticos templos, centros de pagana y festiva peregrinación, espacios en los que se podía todavía detectar las huellas de lo que sucedía en el cruce de las décadas de los setenta y los ochenta, de sus protagonistas y de su poderoso legado.
Esa es la idea sobre la que los periodistas Patricia Godes y Jesús Ordovás, conocedores ambos del asunto desde la primera línea, han elaborado su Guía del Madrid de la Movida (Anaya Touring) [1], un volumen preñado de información atractivamente dispuesta que se convierte en un estupendo entretenimiento tanto para leer de un tirón como para hojear en ratos muertos.
Como difícilmente podría ser de otra manera, la Guía constituye una firme reivindicación de un fenómeno que, curiosamente, ha sido atacado e incluso cuestionado con frecuencia: ciertamente singulares y poco fundadas parecen las acusaciones que han llegado a tachar a la movida de “movimiento reaccionario” o las que señalan que se trataba de un asunto de “hijos de papá”.
España en technicolor
Es posible que, puntualmente y con la nostalgia a los mandos, se haya exagerado la dimensión y el impacto de la Movida, o que un movimiento que en su origen tenía algo de contracultural y más o menos contestatario fuera en cierto modo fagocitado por un sistema que pronto lo asumió como suyo, pasando del subsuelo a las primeras páginas de los periódicos y a los telediarios. Pero lo cierto es que el que nos ocupa es un momento único e irrepetible en la historia social y cultural de nuestro país, un movimiento de consecuencias más que notables para toda una generación que pasaba del gris plomizo del franquismo y los todavía difíciles e inciertos primeros años de la democracia a una España en technicolor, festiva, alegre y dinámica.
En un entorno de prosperidad económica y marcado, sobre todo, por la restauración de los derechos y libertades propios del recién instaurado nuevo régimen, buena parte de la juventud del momento encuentra su modelo de ocio favorito en la creación, el arte y la cultura, desarrollándose un más que fructífero periodo de sobresaliente imaginación y creatividad.
Aunque el fenómeno abarca prácticamente todas las disciplinas artísticas y en todas partes surgen pintores, escritores, diseñadores, fotógrafos, directores de cine o dibujantes, la música es la gran protagonista de aquellos tiempos. Después de largos años de censura y de notables dificultades para acceder a los discos que se publicaban en Europa y Estados Unidos (solo una relativamente pequeña parte de ellos se editaba con normalidad en España), un buen montón de tiendas especializadas y un esforzado ejército de locutores de radio empiezan a dar a conocer las jugosas novedades discográficas provenientes, sobre todo, de Estados Unidos y las Islas Británicas.
La eclosión del punk y la nueva ola fue la contundente respuesta que una nueva generación de músicos dio al aburrimiento generalizado que había dado como resultado el desarrollo del rock sinfónico y progresivo (desesperantemente dominante durante los años setenta). La consigna del punk (“Do It Yourself” –hazlo tú mismo–) se reveló como el gran descubrimiento del momento: no hacía falta estudiar en el conservatorio ni haber dedicado miles de horas a practicar complejas escalas con la guitarra. La ausencia de complejos y una actitud adecuada suplían con creces la falta de conocimientos.
En Nueva York, Los Ángeles, Londres o Manchester, pero también en Madrid (y otras ciudades españolas) surgían casi a diario nuevos grupos, fanzines, distribuidoras, compañías discográficas independientes…
Así, entre los últimos años de la década de los setenta y los primeros de los ochenta se desarrolló en nuestro país una poderosa escena musical, constituyendo, por variedad, audacia y personalidad, el periodo más fértil de la historia de la música pop española.
La Movida va por barrios
Tiene la Guía del Madrid de la Movida una estructura interesante, al haber decidido sus responsables abordar el asunto diseccionando lo ocurrido en aquellos bulliciosos tiempos en función del barrio en el que sucedía cada hecho, se abría cada bar, cada sala de conciertos, local de ensayo o tienda de discos.
Y es que, más allá de que el centro de la ciudad –y, en particular, Malasaña– concentrara buena parte de la actividad musiquera y cultural del momento, es cierto que las nuevas olas que confluían en aquella zona provenían de barrios como Prosperidad –con el Ateneo Politécnico, la sala Morasol y, desde luego, Rock-Ola y Marquee–, Gran Vía –El Sol, Madrid Comics, Discoplay, Madrid Rock–, La Latina –con El Rastro como fundamental centro de reunión e intercambio de discos, casetes, chapas y ropa–, Moncloa –los colegios mayores se convirtieron en centros culturales y salas de conciertos de primer orden–, y otros más alejados del centro, como La Elipa –de donde procedían Burning y donde se ubicaban las salas Argentina y Canciller.
Como subrayan los autores de la Guía, en todas esas calles están “el legado y la impronta de aquellos años memorables”.
Legado memorable
Nacha Pop. Nadie puede parar
Las Chinas. 23 de enero
Los Coyotes. Extraño corte de pelo
Mamá. Nada más
Garage. Quiero ser un Bogart
La Mode. Aquella canción de Roxy
Los Pistones. Las siete menos cuarto
Glutamato Ye-yé. Corazón loco
Los Secretos. Ojos de perdida
El Aviador Dro y sus Obreros Especializados. La chica de plexiglás
Alaska y los Pegamoides. Horror en el hipermercado
Radio Futura. La estatua del jardín botánico
091. Fuego en mi oficina
Golpes Bajos. No mires a los ojos de la gente
Gabinete Caligari. Golpes
Derribos Arias. Branquias bajo el agua
Los Elegantes. Me debo marchar
Polansky y El Ardor. Ataque preventivo de la URSS
Farmacia de Guardia. Cazadora de cuero
Mogollón. Secuestro en el portal
Ejecutivos Agresivos. Hay pelea
Zoquillos. Nancy
Flash Strato. Madrid en Technicolor
Mermelada. Coge el tren
Ilegales. Europa ha muerto
Trastos. El poli te ve