Alejado de los escenarios hace ocho años, publicó hace dos un breve y delicioso diccionario de autor en el que destiló cuanto tenía que decir sobre el arte del piano. En la misma línea, aunque de forma más anárquica y menos reflexiva pero igualmente apasionante, llegó hace poco a las librerías otra obra protagonizada por otro titán del teclado, el ucraniano Sviatoslav Richter (1915-1997). Dos temperamentos distintos con intereses comunes.
Ambas editadas por Acantilado, De la A a la Z de un pianista, de Brendel, y Por el camino de Richter, escrita por Yuri Borísov a partir de diversos encuentros con el pianista, constituyen algo más que un festín para los seguidores de esta pareja de virtuosos. Son las opiniones de dos leyendas del piano, cuya lectura se ve feliz y constantemente interrumpida para comprobar eso o aquello que han soltado sobre piezas concretas del repertorio de Brahms, Liszt o Chopin.
Manías justificadas
Camino del piano y antes de emitir el primer sonido, ambos admiten la necesidad ineludible del ritual por aparatoso que resulte. Como al tenista Rafa Nadal, que le es imposible sacar sin activar antes una catarata de tics y gestos varios, los pianistas no suelen sentarse al teclado y arrancar al instante con el primer movimiento. Lo normal es que abran y cierren los ojos, pongan los dedos repetidas veces sobre las teclas, se toquen las rodillas… Echarle teatro es esencial para salir victoriosos.
Richter, por ejemplo, tenía comprobado que la sonata de Liszt exige contar hasta treinta antes de pulsar la primera tecla. “Una vez en Italia, como hacía mucho calor y estaba nervioso, conté solo hasta 27 y todo se fue al garete. Con la sonata número 32 de Beethoven hay que lanzarse al piano directamente, casi sin haberse sentado, ¡como si estuviera poseído!”. Ese primer “pam” tiene más importancia de la que parece. Como dice Brendel, los comienzos suelen comunicar el carácter fundamental de la obra. “En una buena interpretación ese matiz debe aparecer de inmediato”.
A algunos rivales de Rafa Nadal tanto ritual les pone de los nervios. Los pianistas tiene su propia cruz en forma de tos. Toses repetitivas y contagiosas de los asistentes al recital y que Richter dice que estropearon muchos de sus mejores conciertos grabados en directo. Brendel le dedica incluso una entrada de su libro al asunto. “En Chicago, durante la interpretación de una pieza muy suave dejé de tocar y me dirigí al público: ‘Yo puedo oírles pero ustedes no pueden oírme a mí’. Después de eso no volvió a toser nadie”.
Aparte del silencio entre los asistentes, Brendel valora sobre todo que un piano esté bien afinado, “que suene proporcionado desde la nota más aguda a la más baja”. Richter, por su parte, no puede con los pianos blancos. El blanco le parece un color fúnebre. No porque haya visto tocar alguna vez a Richard Clayderman, sino porque le recuerdan un verso de Shakespeare (“La tierra está muerta bajo una capa blanca”). Siempre desplegó su arte sobre pianos negros, que “es el color de los enamorados, de la inmutabilidad, del silencio”.
Pasiones comunes
Resulta fascinante cómo algunas piezas del repertorio clásico obsesionaron por igual a ambos pianistas. Comparar versiones es asistir a un duelo de altura. Franz Schubert es un amor compartido y su Fantasía Wanderer una pasión común. El compositor austriaco es, para Brendel, probablemente “el fenómeno más asombroso de la historia de la música. No hay parangón posible en la abundancia de lo que llegó a producir en 31 años de vida”. Idolatran la capacidad de esa pieza para transformar “drásticamente –en palabras de Brendel– “el piano de cola en una orquesta de un modo insólito hasta entonces”.
Como no podía ser de otra manera, Beethoven es predilección indiscutible de ambos artistas. Para Brendel, el genio de Bonn emprendió un viaje musical a través de su obra de una amplitud aún sin superar. No encuentra otro compositor con un abanico tan amplio entre lo cómico y lo trágico, entre la ligereza y la fuerza desatada, capaz de aunar en sus últimas piezas “el pasado, el presente y el futuro, lo sublime y lo profano”. Aunque Beethoven ha sido una de las grandes especialidades de Brendel, sus piezas más incendiarias encontraron también en Richter el intérprete idóneo, como la última de sus sonatas.
Respeto supremo al compositor
Bach, Brahms, Chopin o Mozart despiertan asimismo la admiración de ambos intérpretes en sus respectivos libros. Es patente en los dos un respeto reverencial por la figura del compositor. Richter, que probó a ser durante un tiempo breve director de orquesta, decía que envidiaba a los compositores que dirigían sus propias obras: “Ellos no tienen que temerse a sí mismos. En cambio yo temía a… Beethoven. Me imaginaba muy vivamente cómo de pronto aparecía lleno de furia en un ensayo y me rompía la batuta”.
Brendel es tajante –“sin compositor no habría intérprete”– y además aconseja a los pianistas jóvenes que asistan a clases de composición e incluso que traten de componer porque eso les ayudará a respetar más las partituras de los grandes compositores. Esa consideración hacia los creadores canónicos de la música culta fue compatible con una pasión hacia otras disciplinas artísticas más populares. Cuando Richter daba un concierto en Nueva York luego trataba de acercarse a algún club a escuchar al músico de jazz Art Tatum. Y Brendel ha confesado su interés por el flamenco y es un devoto seguidor del cine español.
Richter murió en 1997 de un infarto en Moscú a los 82 años. Tenía 45 cuando tocó por primera vez el piano fuera de la Unión Soviética para disfrute del resto del mundo. Reacio a las entrevistas, nunca fue muy partidario de poner por escrito sus ideas sobre música y músicos. De ahí la relevancia del libro escrito por Borísov a raíz de sus encuentros con el pianista a lo largo de una década. Brendel, en cambio, nunca ha dejado de escribir (Acantilado tiene previsto publicar en breve su colección de ensayos Sobre la música). Afincado en Londres, ya no se sienta nunca al teclado, pero a sus 85 años continúa dando conferencias y leyendo sus propios poemas.
De la A a la Z de un pianista Por el camino de Richter
Alfred Brendel
Acantilado
Extracto del libro
152 páginas
12 euros
Yuri Borísov
Acantilado
Extracto del libro
272 páginas
20 euros