60 años después, su figura forma ya parte del paisaje almeriense, como el desierto de Tabernas, el Parque Natural de Cabo de Gata, la cúbica arquitectura de Mojácar, el Indalo, las fotografías de Carlos Pérez Siquier… y el tomate raf, el “pata negra” que nos devuelve el aroma y el sabor de los frutos de antaño.
Como el raf, Tomatito no es producto de ninguna hibridación, sino el resultado de la mejor selección de semillas de una familia gitana, la de Los Tomates, de recia cultura flamenca, caracterizada por una singular textura del toque de guitarra que ha alcanzado con él el punto exacto de equilibrio entre los azúcares y la acidez, especialmente en este momento en el que el artista almeriense ha encontrado una exquisita maduración, de dentro a fuera, y toca de una forma tan gustosa que es un verdadero deleite para los cinco sentidos.
Y no importa si lo hace ante un grupo reducido de gente, casi en familia, en el Aku-Aku mojaquero de la sin par María Salinas, o ante miles de personas en los más importantes escenarios del mundo. Ahora, eso sí, ningún concierto de Tomatito se repite, como no se repiten las olas de la mar, por eso cada cante y cada toque es distinto, distinta cada noche.
Los comienzos
Tomatito es hijo de José Fernández Castro, que le enseñó a ser no solo buen guitarrista, sino sobre todo a ser buena persona, nieto de Miguel El Tomate y sobrino de Niño Miguel. Sin más enseñanzas musicales que la de los suyos, sus inicios como guitarrista de cara al público se remontan a finales de la década de los años 60 en la mítica Peña El Taranto de la capital almeriense, acompañando a los más importantes cantaores locales, como José Sorroche, Juan Gómez y Paco El Mellizo. Por aquel tiempo se anunciaba como Pepín Fernández, y los más entendidos hablaban maravillas de su toque y se referían a él como un niño prodigio que “sigue a los cantaores hasta donde vayan”, tocando de oído pero “con el instinto de los ciegos”.
En 1972, siendo todavía un adolescente, tuvo que marcharse a Málaga por razones familiares. Decidido a desarrollar su carrera como guitarrista, comenzó a actuar en los tablaos más reconocidos de la Ciudad del Paraíso, como la Taberna Gitana. Allí, Camarón de la Isla, que ya había grabado varios discos con Paco de Lucía y actuaba regularmente en Torres Bermejas, el famoso tablao madrileño, se fijó en esas manos dichosas que parecían volar el aire, “reinar bajo el cielo, sobre las aguas”, y le propuso que lo acompañara. La colaboración duraría 18 años, hasta 1992, año en el que se produjo la muerte del genial artista de San Fernando. Durante este tiempo, Tomatito acompañó a Camarón en sus actuaciones por los cinco continentes, ya fuera en festivales o en conciertos, y participó en la grabación de los principales álbumes del legendario cantaor desde 1979 a 1992: La leyenda del tiempo, el disco que supuso una auténtica revolución en el mundo del flamenco y lo abrió a otros sonidos, Como el agua, en colaboración con Paco de Lucía, Soy gitano y Potro de rabia y miel, LP que volvió a contar con la guitarra de Paco de Lucía, otro de los grandes referentes del artista almeriense: “Paco nos abrió las puertas del mundo a los guitarristas y gracias a él se nos conoce”.
La muerte de Camarón supuso un antes y un después en la carrera profesional de Tomatito. A la vera del gaditano se había convertido en un excepcional guitarrista de acompañamiento, aunque también Enrique Morente, José Menese, Carmen Linares, Vicente Soto El Sordera, Pansequito, Duquende y un largo etcétera de cantaores habían conocido las bondades de sentirse arropados por las cuerdas de su guitarra. Sin embargo, Tomatito necesitaba terminar con ese papel de acompañante y, salvo contadas excepciones, reservar el particular toque de sus uñas y dedos para sus propias actuaciones.
Animado por el productor Pino Sagliocco, inició su carrera en solitario como guitarrista de concierto. En una primera etapa se aferró a la tradición (bulerías, tangos, soleás, tarantos…), pero, al cabo de un tiempo, fue adaptándose a nuevos ritmos, sin perder un ápice de pureza.
No es que sorprendiera con su calidad, de la que ya había dado muestras más que sobradas, pero sí es verdad que, ahora, ya no quedaba escondida tras la sombra de Camarón y brillaba con luz propia, como los deslumbrantes fogonazos del sol sobre las paredes encaladas de las casas de La Chanca.
Desde Londres a Hong Kong
En el último cuarto de siglo, Tomatito se ha convertido en uno de los artistas flamencos más reconocidos en el mundo y en su principal referente en los últimos años. Ha grabado una docena de discos, ha compuesto bandas sonoras para el cine y el teatro; ha realizado un sinfín de giras desde Nueva York a Moscú, desde Londres a Hong Kong y desde Estambul a Tokio, difundiendo el flamenco por el mundo entero y compartiendo escenarios con Frank Sinatra, Elton John, George Brensson y otros grandes mitos de la música moderna; ha asociado su talento al del pianista dominicano Michel Camilo para ofrecer conciertos irrepetibles y grabaciones de discos en donde el flamenco se fusiona con el jazz latino de manera única; ha recorrido todos los rincones de la geografía española y compuesto trabajos singulares con la Orqueta Nacional de España como con la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, con la que actualmente ultima una versión del Concierto de Aranjuez; ha recibido varios premios Grammy y logrado varios discos de oro, y ha dejado una huella profunda en toda una generación de jóvenes guitarristas, entre los que se encuentra su hijo José del Tomate, al que aconseja dedicar 6 u 8 horas diarias a tocar, porque es mejor que la inspiración te pille con las manos puestas en las caderas de tu guitarra.
Como en su día hicieran Baudelaire con la poesía o Franz Kafka con la novela moderna, Tomatito, junto con Paco de Lucía, Camarón y Enrique Morente, ha cambiado la historia del flamenco sin presumir de ello, sin ir vestido de nada o, mejor dicho, siempre vestido con su camisa negra de lunares blancos y su inconfundible melena rizada de azabache. Un tipo nada divo, que ha seguido el consejo de Rimbaud de “ser absolutamente moderno” sin ser consciente de ello, acaso porque intuyó desde que era un chaborro que no hay nada más moderno como el flamenco más antiguo, el de la simplicidad absoluta, aquel que todavía no se había arropado con el control de la ortodoxia, y que es mejor ser un “degenerado”, es decir, no creer en los géneros.
Fuera del escenario, Tomatito se comporta como el patriarca de una gran familia formada por su mujer, María Ángeles, con la que se casó siendo los dos casi niños, 6 hijos con sus respectivas parejas, y 13 nietos (“yo he cumplío”), y como un verdadero amante de los caballos, de la vida sencilla en el campo, de las relaciones familiares y de los “raticos” con los amigos.
Dentro del escenario se muestra tan parco en palabras como generoso para hacer hablar a su guitarra. Dice no creer demasiado en el duende y, en cambio, reconocer mejor los momentos de malaje, pero sin duda ha llegado a sentir más de una vez ese entusiasmo casi religioso que, según Federico García Lorca, acompaña la llegada del duende (“el ángel y la musa vienen de fuera”) desde las últimas habitaciones de la sangre.
El pasado 25 de julio, día de Santiago, fuimos al atardecer al Real Jardín Botánico Alfonso XIII, en la Ciudad Universitaria de Madrid, que alberga más de mil especies botánicas diferentes, pero solo encontramos un ejemplar único de Solanum lycopersicum, y estaba sobre el escenario: era un auténtico raf musical protagonizado por José Fernández Torres, Tomatito.
Este martes, 30 de julio, presenta con José Mercé el disco De verdad, el primero que han grabado juntos y en el que vuelve a sonar el flamenco más tradicional: zambras, seguiriyas, alegrías, soleás, tangos, rumbas, bulerías, fandangos y tarantos. Es en el Teatro Real de Madrid. Si pueden no se lo pierdan.
Con los relatos La Chanca y A bijucá callí (El barrio gitano) queremos mostrar nuestra gratitud a Tomatito por los más de 50 años de honesto trabajo musical en la difusión del flamenco por todo el mundo desde su tierra almeriense.
La Chanca
Rosa blanca nacida del mar en un tiempo fuera del tiempo, que todavía es hoy. Laberinto de calles delgadas donde juegas al escondite con el ser que escondes dentro. Cultura de la intuición, arquitectura de ausencias, simplicidad de las formas. Arroyos de luz desbordados por tanta luz, transparencias del aire, quietud. Deslumbramiento de cal que ilumina la noche y la vuelve día. Búsqueda permanente de horizontes. Latir de la memoria.
(Relato contenido en el libro Ajuste de Cuentos)
A bijucá callí
Abiya el duende y lo cambia todo. En un instante de calambre y embriaguez. La noche oscura es ahora una luminaria de acais, brillantes como luciérnagas. La cuesta del barbal se aroma de deseo y de vientos flamencos: “por lo mudable, / si tu eres la veleta / yo soy el aire”. Del sitio de la fragua sale una toná de martinete antiguo que habla del zincaló y su bají. En la plaza alta, hablan las venas y el toro que llevan dentro, hablan las manos y acarician la piel de la guitarra, hablan los cuerpos mientras llamean las miradas. Cante jondo: poesía espontánea, sin retórica; poema de la vida, sin adornos verbales. Pura confesión: “Voy como si fuera preso: / detrás camina mi sombra, / delante mi pensamiento”. La noche se naja entre deblas y tarantos, entre rumbas y fandangos. Llega el claricó. En el bur de la ermita el duende aúlla sus últimos destellos: “Tú me pides que te pierda, / y perderte yo no puedo, / que tú conoces las vereas / cada una con su arrodeo”.
(Relato contenido en el libro Viaje al Levante almeriense. La Axarquía, otras poesibilidades)