Elige con un gusto exquisito sus incursiones en el cine -Coppola, Jim Jarmusch, Robert Altman, los hermanos Coen…- y se esfuerza por lucir único y especial siempre que le disparan una foto. Miente a sabiendas pero lo hace con tanto encanto: “Fui concebido una noche de abril de 1949 en el motel Crossroads de La Verne, entre una botella rota de Four Roses, humo de Lucky Strike, medio bocadillo de ensalada de atún y un anuncio de Old Spice al otro lado de las vías del ferrocarril…”.
Esa mente tan calculadora que hoy guía al más raro y fascinante de los trovadores vivos no fue en sus inicios, primeros años setenta, tan estratégica como decíamos en el párrafo anterior. En sus primeros discos fue construyendo el personaje de la noche que solo sabe respirar en ambientes cargados de humo y música de jazz, ese vagabundo colgado a una botella de Bourbon que cierra todos los garitos y se sabe al dedillo todas las historias de maleantes, prostitutas y actores fracasados porque las ha buscado y memorizado más que nadie.
Ese Tom Waits se metió de lleno en el papel y a punto estuvo en algún momento de no hacer pie. De aquella época es su primer directo. Era su tercer disco y apenas tenía 24 años. Nighthawks at the diner es un doble asombroso con canciones nuevas que logra capturar cómo funcionaba Waits encima de un escenario. Largas introducciones a los temas, que entre chistes y bromas, hablan de soledad e incomunicación.
Chapoteando en el tópico, como un reverso poco aseado del Sinatra que llora de madrugada, en ese vinilo cantaba en primera persona la historia de un tipo que bebe para olvidar y que de antro en antro se va dando cuenta de que por muchas rondas que paga algo no encaja porque las mujeres son frías y las cervezas están calientes.
Warm beer and cold women es la pieza de una posible banda sonora para “la barra del bar como un asidero para náufragos que huyen de las aceras vacías, una metáfora amenazadora de la noche, un tiempo en que las palabras cambian de significado”, escriben los hermanos Isabel y Miguel López en su biografía del cantante californiano, El aullido de la noche, un repaso publicado este año que analiza al detalle la discografía de Waits y que se suma a la escasa bibliografía en español sobre el músico. Al menos, quien esto escribe solo conoce la que firmó David F. Abel a mediados de los noventa y la de Barney Hoskyns hace diez años. Escuchando esta canción estamos ante una de las primeras mutaciones de las muchas que a lo largo de su carrera va a experimentar este grande indiscutible de la música popular.