Porque hay que tener mucha personalidad para no caer en la tentación de acomodarse, repetir la fórmula y entregar media docena de temas tan disfrutables de forma instantánea como fueron hace un par de años Weary, Where do we go o Cranes in the sky del citado y celebrado A seat at the table.
Solange vuelve a escribir mucho material –también con bastantes interludios- pero esta vez con la idea de no pisar suelo conocido, de no resultar previsible ni dos segundos. Los ritmos son hipnóticos, los arreglos envolventes y está su voz en primer plano dominando cada surco. Pero se averigua también verdadero afán por no salpicar el disco de canciones radiables y presentarlo más bien como un todo que debe ser degustado de un bocado, probablemente poniendo demasiado a prueba la paciencia del oyente. Percusiones monocordes, versos que se repiten, estribillos que no acaban de llegar: leves variaciones sobre un mismo motivo musical que piden atención. El tipo de elepés que exigen no pocas escuchas para sacarle todo lo que llevan dentro. La clase de disco que envejece bien, que juega a ser experimental y que ya nunca podrá hacer su hermana.
Por cierto, Solange visita España. Será el 1 de junio en el Primavera Sound de Barcelona.