El experimento consistió en poner banda sonora a un día de su vida, musicar el modo en que se sentía en un momento concreto. Antes de sentarse al teclado escribió primero los títulos (It’s fine but it hurts, Ok I’m lost, Still alone…), que ya dan pista de que aquel no era precisamente su momento más dulce y a partir de ellos empezó a improvisar hasta dar forma a siete piezas, las que integran un álbum delicado y seguramente marcado por una ruptura sentimental (Things I wasn’t brave enought to say, I don’t want this to end). Una obra conceptual protagonizada por el piano con acompañamiento de cuerdas y unas pocas y bien tiradas gotas de electrónica.
Alone es la ópera prima de un especialista en poner música a las imágenes que otros imaginan y crean. Casal lleva años componiendo para televisión, teatro y cine. Suyas son las bandas sonoras de dos películas que figuran entre lo mejor del cine español reciente, como María y los demás (2016), de Nely Reguera, o La enfermedad del domingo (2018), de Ramón Salazar. Ahora con Alone la partitura está por primera vez al servicio de una historia propia, suya y real.
Tras unos años en Londres, lleva dos en Madrid este gallego en cuya semblanza es ineludible citar su trabajo en Stuttered, el cortometraje dirigido por su amigo Benjamín Cleary, ganador de un premio Óscar hace tres años. La historia de un tartamudo que habla poco pero dice mucho a través de la música de Casal.
¿Cómo surgió Alone?
Nace de mi interés por hacer la banda sonora de un día de mi vida, de cómo me sentía. Es totalmente conceptual. El origen es una jornada entera de improvisaciones. Una experiencia muy bonita porque fue la primera vez que me atreví a componer música pensando en cómo estaba yo. Lo hice sin pensar nunca en darlo a conocer ni compartirlo con nadie. Era más bien un juego, una especie de terapia para expresar ciertas emociones con música sin recibir órdenes de nadie. Ahora estoy muy contento de poder tocar en directo unos temas que nacieron en mi habitación con pocas expectativas.
Ya los títulos dan pista clara de que emocionalmente no atravesaba su mejor momento.
Era una época mala por muchos motivos. La idea era cómo improvisar con el piano si estoy enfadado o si estoy solo o si hay cosas que quiero decir pero no puedo decir…
Luego a la hora de convertir aquellas composiciones en un disco, ¿tuvo algún referente?
Creo que no pero viéndolo ahora, ya con cierta perspectiva y sin que fuera algo voluntario, me parece que es el resumen de mis últimos quince o veinte años. Contiene todo: mis influencias y mi formación clásica, mi gusto por improvisar y por jugar con ciertos motivos melódicos y repetirlos, mi faceta como compositor para el cine y también mi descubrimiento de la música electrónica. No solo cuenta cómo estaba yo en ese momento, también refleja lo que ha venido siendo mi formación desde que empecé.
¿Qué es lo que más y lo que menos le gusta de componer para el cine?
Puede sonar raro, pero me gusta todo. He hecho muy poca comedia, que es un género que respeto mucho porque me parece realmente difícil buscar la sonrisa con la música. Estoy más dotado para el drama, para hacer llorar.
Hasta la fecha su trabajo para la gran pantalla está muy ligado al cine de autor, con cineastas con pinta de querer estar muy encima de todas las partes de la película, incluida la musical. ¿Le interesa ese cine o está abierto a películas con una vocación más comercial?
No he puesto música a la historia de un superhéroe y supongo que me supondría un esfuerzo mayor pero estoy abierto a todo. En lo que he hecho hasta ahora he disfrutado mucho de esa relación estrecha con el director. Me gusta que el proceso creativo sea lo más compartido posible. A veces me llegan las películas acabadas y yo empiezo ahí. En otras ocasiones, como en La enfermedad del domingo, tuve el guion antes del rodaje. Eso me supuso componer mucho que luego no se utilizó pero también poder disfrutar de ese proceso con el director, de ir leyendo juntos el guion y escuchando lo que iba componiendo.
¿Y lleva bien esa frustración de componer y que haya material que al final no entre en a película?
Pasa constantemente. Es algo con lo que tenemos que vivir con bastante frecuencia. Siempre es un aprendizaje.
¿Necesita mucho tiempo para lograr lo que busca o trabaja mejor con un poco presión?
Pues en general funciono mejor con cierta presión; es algo que de alguna manera me obliga a ser más productivo.
Ennio Morricone afirma que aprecia la música que entra en escena casi silenciosamente, sin que el oído del espectador se percate y que se marcha de la misma manera, con suavidad y discreción. ¿Coincide con esa visión de la música cinematográfica?
Es un buen debate el de si la música puede trascender o debe pasar más desapercibida. Si estás viendo una película y la música te llama la atención resulta peligroso. Mal asunto porque es posible que la música no esté cumpliendo la función para la que ha sido creada. Influye también el estilo. Una película con persecuciones requiere una música que impacte de manera más directa sobre el espectador, circunstancia que no tiene sentido en otro tipo de escenas o géneros. Por lo general es bueno que al acabar de ver una escena no te acuerdes de la música, porque eso supone que estaba donde tenía que estar. En realidad, no se trata tanto de que la música pase desapercibida como de que haga justamente lo que tiene que hacer. Debe cumplir exactamente su papel, llevar a cabo la misión de influenciarte pero sin llamar la atención como podría hacerlo un vestuario que desentona.
¿Cuáles son sus referencias cuando compone para el cine?
En España, Alberto Iglesias es un referente. Tuve la suerte de conocerle hace poco y hablar con él. He hecho piano clásico toda mi vida y eso supone que lo quiera o no estoy muy influenciado por un repertorio que incluye a los rusos, a Rajmáninov, Shostakóvich, a un romántico como Chopin, a Bach pero también a Keith Jarrett. Me cuesta definir mi estilo. Tiendo a lo minimalista, a lo sencillo, a la música del siglo XX, a las formas impresionistas de Ravel, Satie, Debussy…
Por los vídeos que sube a su canal de YouTube sabemos que le gusta llevar al terreno clásico piezas de música electrónica de James Blake o de pop actual de Sufjan Stevens.
Esa es una de las cosas que más disfruto. Es algo que me viene de mis años de profesor de piano con mis alumnos más pequeños, cuando les preguntaba por sus canciones preferidas para enseñarles a tocarlas. Entonces venían con temas de Taylor Swift, Justin Bieber o de videojuegos.
Para su carrera hay un antes y un después del Óscar al cortometraje Stuttered.
Fue una experiencia maravillosa. Un corto realizado en mi barrio de Londres, entre amigos, sin grandes expectativas como hice otros muchos, por pasarlo bien, por aprender. Y lo que empezó como una aventura sin presupuesto se convirtió en una bola que al rodar no dejaba de crecer y que acaba en Los Ángeles, en la ceremonia de entrega de los premios de la Academia, llevándose el premio. Cinco colegas compartiendo allí un piso pequeño y sin tener muy claro qué hacíamos allí quince días antes de la gala pero lo pasamos muy bien. Fue muy raro estar viviendo en directo que uno venía viendo tantos años en la tele. Un día largo, con barra libre, con nervios, la adrenalina… Es algo que creo que no olvidaré nunca. Al final el Óscar fue la carta de presentación que me faltaba. En Londres los trabajos previos que mostraba no parecían servirme para entrar en proyectos interesantes. Eso cambió y se me abrieron muchas puertas.