De las óperas compuestas por Giordano, Andrea Chenier y Fedora son las dos únicas que permanecen en el repertorio de los grandes teatros y, aún así, la primera sólo se había representado en Madrid en 16 ocasiones, 9 de ellas en el Real en 1918-19 y el resto en el Teatro de La Zarzuela, la última en 1985, lo que da una idea de la dificultad de poder ver esta ópera, a pesar de que existen grabaciones muy conocidas interpretadas por Mario del Monaco, Pavarotti, Carreras y Domingo, entre los tenores, y María Callas, Caballé, Tebaldi y Scotto, entre las sopranos.
La película Philadelphia contribuyó al conocimiento de esta obra con la inclusión del aria La mamma morta en una famosa escena interpretada por Tom Hanks.
Poeta revolucionario víctima de la Revolución
Andrea Chenier fue un poeta que apoyaba los idearios de la Revolución Francesa, pero que se enfrentaría posteriormente a los líderes de la misma, por lo que, después de huir de París, sería encarcelado, juzgado por un tribunal popular y guillotinado.
En la cárcel conoció a una mujer que le inspiró a componer sus últimos versos. Sobre esta historia real, el libretista Luigi Illica (colaborador de Puccini), edulcoró el argumento presentando a la mujer (Maddalena) como hija de una noble, la condesa de Coigny. De Maddalena están enamorados tanto el poeta como Carlo Gerard, criado de la condesa.
Gerard es activista de la Revolución, primero con el servicio de la condesa y, posteriormente, como miembro destacado de la misma durante el Terror (1789-1794), lo que aprovechará para detener a Chenier con el propósito de eliminar a un rival amoroso. Una vez condenado Chenier, Gerard, al conocer los sentimientos de Maddalena, se arrepiente pero ya es tarde para salvar a Chenier por lo que finalmente accede al último deseo de Maddalena: sustituir en el patíbulo a otra revolucionaria condenada a muerte (Legray). Juntos, Chenier y Maddalena comparten sus últimos instantes de amor antes de ser ejecutados.
Lacrimógena historia
Para esta lacrimógena historia, Giordano compuso una música que, abandonando el romanticismo de Donizetti y Bellini, recuerda algo a Puccini y a pesar de la continuidad musical y la mezcla de lirismo y diálogo declamado, queda lejos del cambio que experimentaría el género a principios del siglo XX con la denominada segunda escuela vienesa. La inclusión de ciertas arias para el tenor, soprano y barítono explican el éxito que tuvo en su estreno en La Scala.
Giancarlo Del Monaco, responsable de la producción compartida por el Real y la ópera de La Bastille, presenta unos decorados espectaculares y realistas tipo Met, aunque de gran complejidad, lo que da lugar a unos entreactos demasiado largos que no contribuyen al desarrollo de la velada.
En el primer acto, en el salón de la condesa, destaca el final, con el desmoronamiento del palacio al sublevarse el personal de servicio de la casa, dando a entender el establecimiento de un nuevo orden social. En el tercer acto, en la escena del juicio, Del Monaco nos muestra al pueblo asistente emplazado en los palcos de un teatro, recurso que ya había empleado cuando en los años 90 presentó en el Liceu la Trilogia Donizettiana (Maria Stuarda, Anna Bolena y Roberto Devereux). En el último acto, presenta la cárcel con un impresionante enrejado, por el que, en discutible movimiento, treparán Maddalena y Chenier al final de la representación. Producción agradecida para la visión, pero escasa en la percepción de sugerencias (realismo versus simbolismo, eterna controversia).
Marcelo Álvarez, con su agradable timbre y exquisito y pausado fraseo, compone un Andrea Chenier de tintes líricos a pesar de sus esfuerzos por intentar alcanzar la intensidad y pasión que requiere el personaje. Este buen tenor se despide del Real, por no estar de acuerdo con su próximo gerente. Cabe recordar que ya se había despedido del Liceu porque consideró que no se le trataba de forma adecuada (siempre nos quedará París…).
Fiorenza Cedolins presentó una técnicamente muy estudiada interpretación de Maddalena, con ausencia de graves y algunas carencias en el volumen de los agudos. Para completar un mejor resultado faltó mayor implicación y carácter en el aria de La mamma morta.
Marco Vratogna (Carlo Gerard) tuvo unos inicios llenos de dificultad por lo que se refiere a la proyección y la emisión en el primer acto, corregidos en parte en el tercer acto hasta completar una aplaudida Nemicco de la patria. Del resto de cantantes, dentro de una corrección general, destacar La Madelon de la mezzo Larissa Diadkova.
Víctor Pablo Pérez salió airoso de la dificultad de dar la adecuada intensidad al volumen de la orquesta sin perjudicar a los cantantes, logrando un equilibrio que si bien resta algo de brillo orquestal en ciertos momentos es de agradecer para el resultado conjunto de la función.
Madrid. Andrea Chenier. Teatro Real [1].
19 de febrero de 2010.