Puccini escribió cinco versiones diferentes de Madama Butterfly. La original solo tenía dos actos y no tuvo buena crítica, así que el compositor italiano la reescribió dividiendo el segundo acto en dos y haciendo otros cambios. Ésta fue la que logró conquistar a la audiencia, aunque le seguirían revisiones posteriores. Hoy es frecuente encontrarla en las programaciones de los principales teatros del mundo y, de hecho, se ha convertido en una de las óperas más representadas de la historia, ostentando el octavo lugar según la base de datos Operabase [1], creada por los propios intérpretes y sus agentes.
Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real de Madrid, la resume como «la historia del terrible malentendido de un contrato matrimonial entre un joven oficial de la armada estadounidense y una joven geisha». «Mientras que para la japonesa se trata de un auténtico matrimonio que la liga para siempre al americano, para el oficial se trata de la adquisición de una compañía sexual durante su estancia en Japón. Desde luego que la historia pervive en nuestros días. ¿O no existe el turismo sexual? ¿O no hay decepciones enormes en las relaciones amorosas, respecto a las ilusiones y las expectativas de cada miembro de la pareja?», se pregunta Matabosch.
Para el director artístico, la ópera está escrita para que nos identifiquemos como espectadores con el mundo interior de la protagonista. Así, para él, «una producción de esta ópera tiene que asumir que Puccini la escribe como si se tratara de un relato en primera persona. Como si fuera la propia Madama Butterfly quién nos explicara la trama. Es mucho menos importante lo que sucede en el argumento que el efecto de estos acontecimientos en la mente y en la sensibilidad de la protagonista. Lo que nos turba es su indefensión, su candidez, su incapacidad de comprender lo que realmente sucede en la mente del oficial más allá del trato amable con que la trata y que la confunde completamente. Y la cobardía de todos, que no se atreven a hablarle claro hasta que es demasiado tarde».
Compendio de sentimientos
El tenor francés Roberto Alagna opina que estamos ante la obra más fantástica de Puccini porque todos los sentimientos se concentran en ella. «Es raro decir eso porque el papel del tenor no le gusta a nadie. Sin embargo pienso que no se puede juzgar a Pinkerton, ya que es un personaje que no sabe dónde va. Es como los soldados que van ahora a Afganistán y tienen 19 o 20 años. ¿Qué saben de la vida? No saben nada y se pueden encontrar en su misma situación. En ella hay un concentrado de sentimientos, una magnífica historia, unos personajes… Se entiende la naturaleza humana de cada uno y, a la vez, lo que es la guerra, la infancia, el racismo, vivir sin un padre… En ella está todo», finaliza.
Son todos esos sentimientos los que han empujado al francés Benjamin Lacombe [5] a ilustrar la historia, que después de publicarse en francés por fin acaba de ver la luz en español [6] (Editorial Edelvives). Lacombe confiesa que cuando era pequeño su madre le llevaba a la ópera a pesar de que no entendía demasiado. Pues bien, el momento en el que verdaderamente comprendió la esencia de la ópera, sintió una emoción muy fuerte e incluso lloró fue cuando vio este título y por eso siempre ha sentido deseos de hacer un libro que provocase esas mismas emociones.
«Es una historia de amor, desde luego, una historia de amor que va más allá de todo, que llega hasta la muerte, de modo que el principal sentimiento es el amor, a pesar de que se trata de un amor unilateral», afirma. «En ella también está presente el remordimiento, que es un sentimiento muy fuerte y es lo que experimenta Pinkerton, y hay también una búsqueda de lo absoluto, es decir, que Madama Butterfly es una persona que no acepta lo que le dicen, que no acepta el destino que le han reservado los demás y lucha hasta el final», añade el ilustrador.
Ejemplo de verismo
Si hablamos de la aportación más formal de Madama Butterfly, según Joan Matabosch, es habitual considerarla como uno de los ejemplos más importantes del verismo. «Como en las artes plásticas y en la literatura, en la ópera también hubo un movimiento que intentó adaptar el género a la estética del realismo y del naturalismo. Es evidente que en ópera esta adaptación tenía sus límites porque el género se basa en convenciones tan poco realistas como el hecho de cantar en vez de hablar, pero el verismo hizo aportaciones fundamentales a la historia de la ópera de las que Madama Butterfly fue uno de los ejemplos más significativos. Entre sus aportaciones hay que destacar el protagonismo, la densidad de la orquesta y su tratamiento sinfónico, que sobrepasa ampliamente el mero acompañamiento de las voces que había sido habitual en la tradición italiana. Un segundo aspecto es lo que podríamos denominar ‘sonoridad oriental’ de la partitura, lograda mediante efectos tímbricos que todos asociamos con Oriente», señala.
Felipe Santos, crítico musial de Ópera Actual, afirma que el elenco vocal, en especial el dúo protagonista, «necesita de una calidad que le permita franquear las dificultades de la partitura y puedan abordar, por ejemplo, el famoso dúo al final del primer acto. Podría pensarse que cantando bien es suficiente, pero la profundidad del personaje de Cio-Cio San también requiere unas dotes actorales muy notables, como se encargó de demostrar en su día María Callas».
Santos considera que «lo mismo ocurre con la dirección musical. Como demostró Sir John Barbirolli en su grabación para EMI, de esta partitura puede extraerse un sonido plagado de matices y tensión dramática. No es fácil dirigir esta obra. Hay que erigir un edificio sonoro sólido que no se lleve por delante las voces de los cantantes pero que sea capaz de mostrar los hallazgos sonoros de esta partitura en todo su amplio espectro dinámico».
Más que pasión y drama
Si buscamos la producción ideal de Madama Butterfly, Santos reconoce que la escena resulta clave con un título tan representado como éste.»Aún a riesgo de contradecir a quienes esperan una Butterfly que se repita en sus planteamientos cada vez, creo que en este caso las direcciones de escena imaginativas son una necesidad. El espectador o aficionado conoce muy bien la historia y creo que está en condiciones de que le sorprendan con una escena que le desvele nuevas perspectivas, una nueva mirada sobre una historia contemplada tantas veces».
Por su parte, Matabosch describe a Puccini como un compositor «inmensamente popular por lo atractivo y sencillo del realismo descarnado que con frecuencia se le ha asociado y seguramente también por la habitual reducción de sus textos y sus tramas a meras confrontaciones emotivas, favorecidas por el melodismo denso y el efectismo al que se prestan sus óperas cuando se las defiende con poco rigor».
Sin embargo, el director artístico del Teatro Real es de los que están convencidos de que Puccini puede ser mucho más que pasiones explícitas, epidérmicas y fugaces y pone el foco en el espectador y la crítica. «Lo hemos convertido en eso y él no tiene ninguna culpa. Para sentarnos a escuchar una ópera de Puccini hay que olvidarse de que ya la conocemos. Hay que volver a interrogar la obra. Esto es muy difícil en estos títulos que han acabado estando asociados a determinados códigos de interpretación. Y esta asociación ha perjudicado mucho a las mismas. Seguramente esta es una de las razones por las que algunos programadores las han dado injustamente por imposibles. Para volver a dejarnos seducir por Madama Butterfly lo que hay que hacer es muy fácil: ver la obra como si fuera la primera vez, sin obsesionarnos por reconocerla. Es un compositor extraordinario, pero víctima de su propio éxito».