No mejoraba y me fui a la representación de las 13.30 en taxi porque apenas podía caminar. Sentado en la butaca, esperando el comienzo, pensaba en lo triste que era estar entrenándose un año, desplazarse a NYC y no poder correr y, encima, temer que ese pensamiento me distrajese de la función.
Cuando empezó la obertura me olvidé de la lesión, volviendo a recordarla sólo después del Non piu andrai. Sorpresa, me dolía mucho menos. A su final, no notaba molestias y al día siguiente acabé la carrera casi en el tiempo previsto. A la vuelta, Kundry me tuvo que hacer una artroscopia y desde entonces no he vuelto a correr un maratón. El hecho es que desde ese día Mozart pasó a ser San Mozart. La música amansa las fieras, pero, si es de Mozart, además cura males.
Un milagro en NYC
Con la ilusión de ese recuerdo, volvía a la función número 450 en el Metropolitan Opera House de Nueva York, cuyo estreno absoluto fue en el Burgtheater de Viena en 1786 y en el Met en 1894. En España se estrenó en 1904 en el Teatro Real.
La producción de Jonathan Miller data de 1998 y ha sido sometida desde entonces a algunos retoques por parte de Gregory Keller. Estos retoques mejoran el movimiento escénico, manteniendo, eso sí, la tradición del teatro de aprovechamiento de su gran capacidad escénica y la fidelidad al tiempo y vestuario que marca el libreto, junto a decorados opulentos y grandiosos, que poco a poco van desapareciendo, eso sí, con un gran aprovechamiento de la inversión realizada. Todo ello unido da como resultado una muy agradable representación.
Luca Pisaroni fue un Figaro teatralmente espontáneo con la sencillez y comicidad adecuada, con atractivo fraseo, bello timbre y, aunque sin gran volumen, su canto consigue transmitir adecuadamente la pasión requerida al personaje.
Danielle De Niesse, descarada y superficial, es una Susana magnífica para representar el papel escénicamente, pero tuvo diversos problemas en la emisión de la voz. En el segundo acto fue sustituida por Lisette Oropesa que con su voz de soprano ligera solventó los problemas que tenía De Niesse, al parecer por enfermedad, sin llegar a convencer y con menos dotes interpretativas.
Ludovic Tezier representó un conde serio y severo, falto de ductilidad en la representación, sin fallos pero también sin brillo en el canto. Angela Meade fue una brillante condesa que cautivó en la cavatina Porgy amor y que, en el tercer acto, en el momento del Dove sono, logró emocionar a todo el teatro con su bella voz y dominio de la línea melódica nostálgica que requiere pensar en volver a encontrar el amor perdido. Isabel Leonard fue un desenfadado e insolente adolescente, que cumplió correctamente en la parte musical, pero que puede dar más de sí en sus arias.
Ann Murray es una muy digna Marcellina. Ashley Emerson (Barbarina), John Del Carlo (don Bartolo) y Greg Fedderly (don Basilio), junto a Patrick Carfizzi (Antonio) y Tony Stevenson (don Curzio), completaban un muy digno conjunto, logrando todos ellos un espléndido final del segundo acto.
La dirección musical a cargo de Fabio Luisi logró el lucimiento de la orquesta con un refinamiento y expresividad de los diferentes instrumentos a la vez que una perfecta fusión con los intérpretes.
Nueva York. Le nozze de Figaro. Metropolitan Opera House de Nueva York [1].
4 de diciembre de 2009.