Viene esto a colación de las diferentes reacciones que se produjeron ante la representación. Al llegar al teatro sorprendía el hecho de ver a más personas de las habituales intentando vender sus entradas, y no creo que fuera debido a la crisis… Supongo que son aficionados que se han informado en mayor o menor medida del tipo de espectáculo y han decidido no asistir a su representación. Respetable decisión.
Al final del primer acto (en la función del día 2 de octubre), algunas personas expresaron su total rechazo al espectáculo e incluso pidieron dimisiones por una programación no coincidente con sus gustos. Si la petición de dimisión iba dirigida al director artístico, hay que recordar que la temporada que viene habrá uno nuevo, G. Mortier, que precisamente se distingue por su interés por obras del tipo de la que hoy nos ocupa, si bien ha manifestado que es consciente de qué tipo de público asiste al teatro madrileño.
Al finalizar el primer acto, otro grupo numeroso de personas que no protestaron y no sabían lo que iban a ver decidió no continuar con la representación y abandonó el teatro. Al finalizar el segundo acto no hubo protestas, pero al comenzar el tercero el aspecto de la sala era desolador. Se había producido una auténtica desbandada. Eso sí, con un dato esperanzador para el futuro de la ópera: la edad media de los espectadores descendió de manera notable.
Los jóvenes asistentes y el resto del público mostraron mayoritariamente su complacencia al final de la representación. En este punto hay que recordar que hace dos temporadas se representó en Madrid la otra ópera escrita por Alban Berg, Wozzeck, y que, aunque hubo muchas protestas por la escenografía, no se produjeron tantas "deserciones".
La escenografía
La escenografía y movimiento escénico son de Christof Loy, quien presenta un espacio escénico con un muro de cristales que mediante movimientos, alejándose o aproximándose a la sala, y una iluminación que muestra la pared opaca o transparente, intenta reflejar las sensaciones que el texto y la música transmiten, pero el espacio para la representación es estéticamente siempre el mismo, tanto se trate de los salones, la buhardilla, el camerino del teatro o el estudio del pintor que describe el libreto.
También hay que destacar la proyección de un círculo sobre la pared de cristales, que representa el retrato de Lulú que pintó su marido y sobre el que los personajes observan la realidad de su degradación física. Este minimalismo, unido a un movimiento escénico en el que aparecen personajes que figuran en escena de cara a la pared u otros que, una vez han muerto, se levantan del escenario y salen por su propio pie, no ayuda precisamente al seguimiento de la acción.
Por lo que hace referencia a los cantantes, Agneta Eichenholz (Lulú), de voz agradable, a veces demasiado ligera y que en ciertos momentos parece algo alejada del personaje que representa, realizó con aprobado alto su omnipresente papel.
Jennifer Larmore (condesa Geschwitz), conocida en el teatro por papeles barrocos, ofrece una notable representación de la amante femenina de Lulú, destacando el breve pero intenso Liebstod final.
Gerd Grochowski (Dr. Schön / Jack el destripador) es un cantante de buena presencia escénica con un timbre de voz algo monótono y clara emisión. Paul Groves (Alwa) es un tenor que solventó de manera notable su prestación y Franz Grundherber (Schigolch) destacó dentro del tono general de los cantantes, que se puede catalogar como correcto, sin llegar a emocionar ninguno de ellos, un detalle importante si tenemos en cuenta que este tipo de representaciones exige una mayor implicación en los personajes.
En la función del día 12, el papel de Lulú estuvo interpretado por Sussane Elmark, que mejoró ostensiblemente la caracterización y profundización en el personaje, ofreciendo una línea de canto de mayor lirismo, lo que, sin duda, contribuyó a la gran acogida que le brindó el público al finalizar la representación.
La dirección de orquesta estuvo a cargo de Eliahu Inbal, que realizó su trabajo con esmero y cuidado para los cantantes, teniendo momentos brillantes en los interludios, principalmente el mahleriano entre el de las escenas 2 y 3 del primer acto. La respuesta de la orquesta pareció mejor que en otras ocasiones, pero le falta algo de pasión en algunas fases.
Conclusiones
Reflexionando sobre esta representación se abren dos debates. El primero, qué tipo de programación es la apropiada para satisfacer al mayor numero de personas, y segundo: ¿por qué cuando se reinauguraron el Teatro Real y el Liceu sus responsables se enorgullecieron de sus modernos sistemas, que permitían compaginar diversas producciones en días alternos y grandes producciones, y, sin embargo, rara vez se ha producido esa alternancia y predominan las producciones que se pueden representar en otros teatros aunque sin contar con la capacidad técnica de éstos?
Y para acabar, decir que las obras de Berg u otros autores del siglo XX pueden tener menor aceptación popular que las otras más clásicas, pero también son óperas y se van abriendo camino en el repertorio de casi todos los teatros, y como dice el domador al final del prólogo: "pasen y vean".
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