Era un regreso a la esencia del rock’n’roll. Tras el colocón de la fiebre psicodélica, en la era de los solos mastodónticos de mellotron y los discos conceptuales del rock progresivo, un grupo de artistas insolentes decidió volver a las raíces: canciones de tres minutos, letras ligeras y un ritmo lleno de diversión, provocación y sexo. El rock volvía a ser insustancial y atolondrado.
Si los cincuenta tuvieron sus Be Bop a Lula y Wop bop a loo bop a lop bom bom, los setenta nos descubrirían los Wham Bam Thank you Man y Bang a Gong (Get it On). Los músicos que se zambulleron en el estilo reivindicaban la ambigüedad de Little Richard, autoproclamado «reina del rock’n’roll». Si pudiéramos resumir el Glam Rock en un vídeo sería el siguiente: T. Rex y Elton John tocando Tutti Frutti en un estudio decorado con un tigre de terciopelo. Si esto les parece poco kitsch vean la segunda parte de la escena: un Elton John con las mejillas maquilladas toca un piano del que asoma, por la caja de resonancia, la cabeza de Marc Bolan, mientras Ringo Starr los graba vestido de payaso.
La delirante escena pertenece al documental Born to Boogie (1972), que alternaba escenas de un concierto de T. Rex con chaladuras surrealistas que parecían una versión etílica de las películas de Richard Lester con The Beatles. Marc Bolan, alma máter de T. Rex, era la primera estrella que había despertado el fenómeno de las fans adolescentes desde los Fab Four. Y precisamente sería Ringo Starr quien dirigiría el documental. El baterista también se atribuiría la autoría del retrato de la portada del siguiente disco de Bolan: The Slider, publicado en 1972.
The Slider daría a Bolan dos números uno, Telegram Sam y Metal Guru (los últimos de su carrera) y sería su mayor éxito a ambos lados del Atlántico. Bolan era el mayor plenipotenciario del Glam, algo paradójico si pensamos que su primer disco, firmado como Tyrannosaurus Rex, era un delirio acústico cuyo título podríamos traducir como Mi gente era hermosa y tenía el cielo en el pelo… Pero ahora se conforman con llevar estrellas en la frente, donde Bolan solo se dejaba acompañar por los bongos de Steve Peregrine Took. En 1971, el cantante colgaría la guitarra acústica, abrazando la electricidad, abreviando el jurásico nombre del grupo y firmando su obra maestra: Electric Warrior. En The Slider asentaría y diversificaría el sonido de Electric Warrior, sumando decibelios y eclecticismo a su estilo. Bolan se coronaría como emperador del Glam; un compositor con una capacidad envidiable para crear riffs contagiosos, más preocupado por la armonía de sus canciones que por el estruendo de su poderosa guitarra. Con su erótico estilo vocal y sus letras sugerentes poblaría The Slider de canciones deliciosamente chiclosas, como Baby Boomerang o Buick Mackane, y baladas místicas como Spaceball Ricochet.
Lamentablemente, Bolan acabaría siendo engullido por el Glam. Seguiría firmando discos interesantes, pero fue incapaz de evolucionar como artista, y sería olvidado por sus ya no tan adolescentes fans. En 1977, convertido en una parodia de sí mismo, presentaría un programa de televisión, en cuya última emisión tocaría su gran rival, David Bowie. Doce días después de la grabación del show, Bolan fallecería en un accidente poco glamuroso: iba como pasajero en un mini cuando el conductor perdió el control del automóvil y chocó contra un árbol.
Marc Bolan y David Bowie se conocieron en Londres a mediados de los sesenta, cuando eran dos jóvenes hambrientos de fama. Su mánager común les encargó que pintaran su despacho. El encuentro fue tenso. Bolan hizo un comentario desagradable sobre el calzado de Bowie. Sería el comienzo de una relación funámbula, a medio camino entre la rivalidad y la amistad. Cuando Bolan despegaba con Tyrannosaurus Rex invitó a Bowie a que participara en una gira del grupo. Este decidió hacer un número de mimo inspirado en la invasión china del Tíbet. Fue abucheado por el público (obviamente). Con el tiempo evolucionaría como artista, pasando de grabar al comienzo de su carrera una canción con un pitufo (The Laughin Gnome, publicado como single en 1967 y reeditado en 1973, cuando llegaría al número 6 de las listas británicas) a firmar maravillas como Space Oddity o Life in Mars.
En 1972, Bowie grabaría el magistral disco The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars. En la primera de sus muchas apropiaciones, Bowie expoliaría el Glam de Bolan, sumándole el primitivismo de Iggy Pop, el travestismo de Wayne County y un toque futurista inspirado en La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971). Contra todo pronóstico, el cóctel no resultaba indigesto. Al contrario, al asumir la personalidad del cantante bermejo, alienígena y «purpurináceo», Ziggy Stardust, Bowie cimentaría su ascenso a la fama. El cantante llevaría la provocación del Glam al siguiente nivel: simulando hacer una felación a Mick Ronson al tocar con los dientes su guitarra, mientras declaraba en la revista musical Melody Maker que era homosexual (algo de lo que se arrepentiría años más tarde).
The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars sería el disco por el que se mediría el resto de la carrera del camaleón, posiblemente su obra más perfecta. El single Starman, que llegó al número 5 de las listas, se añadió a última hora al LP, pero no disonaba con el tono de ciencia ficción de esta epopeya apocalíptica del rock. En su rol de pirata galáctico, Bowie firmaría canciones inmortales como la emotiva Rock ‘n’ Roll Suicide, Moonage Daydream (que incluye un maravilloso solo de guitarra de Mick Ronson) o ese tratado de terrorismo musical que es Suffragette City. Incluso, en un doble salto mortal, se permitió dedicar la canción Lady Stardust al hombre al que le había robado el estilo: Marc Bolan.
Cierto, Bowie era un ladrón. Pero un ladrón generoso. El Robin Hood del Glam no tenía problema en compartir con otros lo que había afanado. Cuando el grupo de rock duro Mott the Hoople estaba a punto de separarse les propuso que grabaran Suffragette City. La banda rechazó el tema, pero acabó aceptando All the Young Dudes, que se convertiría en su mayor éxito. Paradójicamente, la canción, un himno descaradamente gay, sería interpretada por la banda más heterosexual del Glam. Mott the Hoople destilaba testosterona, ya fuera en el aire de Dylan barriobajero del canallesco vocalista, Ian Hunter, o en la actitud de macho de las seis cuerdas del guitarrista Mick Ralphs. Pese a la ayuda de Bowie, quien también produjo el disco All the young dudes y convenció a la banda para que grabara Sweet Jane, del ídolo del camaleón, Lou Reed, la grandeza del disco no hubiera sido posible sin la proeza creativa de Hunter, quien aportaría joyas como Momma’s Little Jewell o la delicada Sea Diver, y de Ralphs, autor de Ready for Love, que volvería a grabar posteriormente con Bad Company.
Antes de desmantelarse definitivamente tras publicar otros dos discos brillantes, Mott the Hoople encontraría un duro competidor en su grupo telonero, unos por aquel entonces debutantes Queen. Por su parte, Ian Hunter acabaría por aliarse en su carrera en solitario con Mick Ronson, quien abandonaría a Bowie tras varios desplantes egomaníacos.
En sus noches más húmedas, Bowie soñaba con ser tan genuino como Lou Reed. Bowie no era un dechado de autenticidad. Era un maestro del disfraz capaz de ofrecer al público lo que quería ver. Por su parte, Reed no necesitaba fingir. HABÍA ESTADO ALLÍ.
Reed, el tótem yonqui, una criatura de Frankenstein neoyorquina, con estilo capilar de frenopático, amamantada a base de descargas de electrochoque y chutes de heroína, vivía un momento difícil. Tras la descomposición de The Velvet Underground, el primer disco de Reed (compuesto en buena parte de canciones recicladas de la Velvet) había pasado sin pena ni gloria por las tiendas de discos. Bowie, quien debía mucho de su estilo al grupo de Reed, acudió al rescate, y produjo, junto a Mick Ronson, el disco Transformer, la incursión bastarda del gothamita en el Glam Rock. Reed añadió toda su perversión al estilo, sobreactuando con sus historias de travestis, drogadictos, camellos y prostitutas.
La canción más popular del disco sería Walk On the Wild Side, donde un Reed bendecido por la sabiduría de las calles susurraba en cada estrofa una historia distinta de la fauna urbana que había conocido en sus noches más salvajes. El rock no sería el mismo después de conocer a las lascivas Holly, Candy, Little Joe y Sugar Plum Fairy, de escuchar a aquel coro de «chicas de color» (Doo do doo do doo do do doo…) y de versos tan provocadores como «But she never lost her head, even when she was giving head» («Pero nunca perdió la cabeza, incluso cuando estaba haciendo una mamada»).
Reed entregó una obra sin mácula, un disco viciado, bañado en semen y jaco, donde dejaba atisbar su conflictiva personalidad en Perfect Day, una balada, aparentemente ingenua, que acaba por hundirse en una ciénaga de pesimismo. A Reed le duraría poco la fiebre Glam. Un año después abandonaría el vitalismo decadente y urbanita para grabar Berlin, un poema metálico bañado en sombra y muerte, que se considera uno de los discos más sombríos y depresivos de la historia. Reed seguía su propio camino. No podía ser de otro modo.
En 1972 todo orbitaba alrededor de la supernova Bowie. Roxy Music fueron sus teloneros en la gira de Ziggy Stardust con The Spiders. El mismo año, el grupo debutaba con el disco Roxy Music, una de las presentaciones más imaginativas y prometedoras del rock. La banda combinaba la audacia de la música vanguardista con el toque hortera del Glam más descarado.
Bryan Ferry, con su aire de crooner trasnochado y su voz afectada, aportaba el toque kitsch, mientras que Brian Eno realizaba sus experimentos electrónicos cual profesor chiflado, pero sin desentonar del resto de la banda. Tan solo un paso por detrás quedaban la guitarra de Phil Manzanera y los vientos de Andy Mackay. La canción que abre el disco, Re-Make/Re-Model, es la presentación perfecta de la ambición renovadora de la banda, mientras que Ladytron parece un puente entre el Glam y el rock progresivo, pero ningún tema funciona tan bien como Virginia Plain, uno de los singles más perfectos de la década.
Brian Eno abandonaría la banda tras el segundo LP, comenzando una exitosa carrera como productor y artista multidisciplinar. Bryan Ferry se disfrazaría de dandi y coquetearía en sus discos en solitario con el rock’n’roll primigenio, mientras Roxy Music lograba dejar atrás la etiqueta de grupo de escuela de bellas artes para convertirse en una de las bandas de referencia del pop de los años ochenta.
A comienzos de los setenta, los discos de Elton John se vendían bastante mejor en EE.UU. que en Inglaterra. No era algo casual. El pianista idolatraba la música norteamericana, y sus primeros discos se acercaban más al estilo de artistas como Randy Newman o Leon Russell que al de sus compatriotas británicos. Honky Château fue el primer intento de Elton de abandonar su máscara de cantautor escondido tras un piano. El artista se preparaba para dar el salto a los grandes estadios, donde acabaría eclosionando como reinona emplumada con gafas de fantasía.
En Honky Château hay algo de los dos mundos: el delicioso pop de la balada Mona Lisas and Mad Hatters, una de las mejores de la carrera del artista, convive con temas de rock amable como Honky Cat o Susie (Dramas). El disco cuenta además con un colaborador de lujo: el violinista de jazz Jean-Luc Ponty, que aportaría sus cuerdas a temas como Mellow o Amy.
Este disco destaca por su coherencia. No hay un tema que desentone o sobre, pero una de las canciones del LP estaba destinada a sobrevivir al paso del tiempo, hasta el punto de volver a aparecer en las listas de éxitos en una nueva versión en el año 2021. Rocket Man (I Think It´s Going to Be a Long, Long Time) ha pasado a formar parte de nuestra cultura, contando con innumerables versiones, incluyendo la (involuntariamente) cómica interpretación recitada por William Shatner, que sería parodiada en el programa Padre de familia (Family Guy, 1999-2022).
La balada galáctica de Elton contaría con una deliciosa melodía del pianista y una letra que Bernie Taupin plagiaría descaradamente del tema Rocket Man del grupo Pearls Before Swine, a su vez inspirado en un relato de Ray Bradbury. Al fin y al cabo, Bowie no era el único «glamorita» amigo de lo ajeno.
Aquello solo era el pistoletazo de salida. Después de aquella marabunta de buenos discos estaba claro que el Glam había llegado para quedarse durante dos o tres años, al menos. En 1973 grupos fundacionales del estilo, como Sweet o Slade, grabarían obras cumbres del género. Gary Glitter, Jobriath y Suzy Quatro se unirían a la fiesta. Y también Queen, quienes, con su debut discográfico y sus incendiarios conciertos, prometían insuflar nueva vida al Glam.
Después vendría el punk y arrasaría con todo. Pero el maquillaje, las lentejuelas y los tacones seguirían vivos en los nuevos románticos y en los heavys de los ochenta, perdurando hasta las divas del pop del nuevo milenio.