Empieza Sierra y Canadá y de fondo suena un órgano marca Lowrey como el que Paul McCartney usó en Lucy In The Sky With Diamonds, como el que usaron los Who en Baba O’Riley o como el que aparece en las primeras canciones de The Band. Un órgano que, curiosamente, los barceloneses encontraron por casualidad en un anticuario y que se adapta al sonido y marca Sidonie como anillo al dedo. Será, quizás, que las casualidades no existen.
La canción habla de dos “seres” que no se encontraron en el tiempo, es decir, se enamoraron, sintieron lo mismo el uno por el otro pero nunca en el mismo momento. Él es Canadá y ella Sierra. Él narra la historia. Hubo un tiempo en que era un robot, pero algo falló. Ella es fría. De metal. Él, un segundón como el país del que toma nombre, siempre detrás del todopoderoso Estados Unidos.
Él aprovecha y, de paso, le canta a tantos otros que estuvieron o que están a la sombra y que como él llegaron tarde o perdieron algo. Mira a su alrededor. La realidad duele demasiado. Mejor buscar refugio en la ciencia-ficción, en libros de Asimov o Philip K. Dick, por ejemplo. Y así, de repente, por una mutación, la que es un robot es Sierra. Sí, sí… Hubo un tiempo en que las cosas fueron al revés: él era el robot y ella, la humana. Lástima de asincronía.
Por la senda de la música electrónica…
Para crear ambientes y definir el tono general del disco en el que se mueven estos dos personajes, los chicos de Sidonie confiesan que han tenido que intercambiar música que no estaba en los referentes habituales con los que se les asocia. “Nos hicimos la siguiente pregunta: ¿Qué sonidos escucharía Canadá después de «videar» por enésima vez Blade Runner de Ridley Scott?”, apuntan.
Buscar la respuesta les llevó a realizar un largo paseo por la historia de la música electrónica, a cambiar su forma de trabajo y a ponerse un nuevo reto. “Decidimos no trabajar en el local e ir en frío al estudio. Grabamos durante cuatro meses. Nunca habíamos estado tanto tiempo grabando e, incluso, tuvimos que parar unas semanas. Realmente se dieron momentos de pánico y de miedo, pero en realidad siempre son muy positivos. Buscábamos un sonido concreto y no paramos hasta encontrarlo. Costó, pero salió”, dice el bajista Jesús Senra.
“Nos vimos con la libertad de hacer lo que queríamos. Nuestro disco anterior, El Fluido García, asustó un poco a la gente porque veníamos de El incendio”, apunta Marc Ros, voz y guitarra de Sidonie. “Sin embargo, realmente este nuevo disco no existiría sin El Fluido García, y quizás es más acertado porque tiene más melodías”, añade.
Avanzan las canciones y la presencia de Sierra y Canadá, convertidos ya en leitmotiv del álbum, continúa. Llega Rompe tu voz, que empieza más electrónica y sin dejar de serlo, gira y se hace cantable; luego viene Gainsbourg con su oscuridad, su misterio y su contraste; Yo soy la crema y Un día de mierda, uno de los himnos del disco, que se compuso en ese teclado encontrado por casualidad y que según Sidonie bien puede servir para todas las naciones “porque todos hemos vivido alguna vez un día de mierda”. Canadá (El feo de los Wham) y Canadá 2 (Cafeína y Brevedad). La Noche sin final. El órgano Lowrey sigue sonando: «Bienvenida a Hiroshima mi amor».
Un día más en la vida
A través de 200 instantáneas, Carles Rodríguez, fotógrafo especializado en el mundo del espectáculo, capta la esencia y la razón de ser del trío Sidonie. Agrupadas en un libro que saca a la luz la editorial 66rpm [2], se ve a la banda componiendo por separado, viajando de concierto en concierto, ensayando en su local o en el estudio de grabación. Sidonie en estado puro.
Páginas : 192
Medidas: 235 x 215 mm.
Peso: 895 gr
Encuadernación: Cartoné
Precio: 25 euros