Con la sencillez de quien sale desde detrás de una cortina sin ningún artificio, Melua llegó al escenario como un espectro plateado, con una tímida sonrisa acompañada de un saludo con la mano. Guitarra en mano y única habitante del escenario, sus dedos comenzaron a rasguear los acordes de Diamonds are forever, tema central de la aventura de James Bond Diamantes para la eternidad, interpretado allá en 1971 por Shirley Bassey.
Tras dar las buenas noches a la audiencia, la cantante invitó a sus compañeros de gira: Henry Spinetti a la batería, Tim Harries al bajo y Mark Edwards al teclado. Sentada al piano, Melua introdujo su siguiente tema como uno de los primeros que escribió, en aquella época cuando componía al ordenador, lanzándose al mundo de la composición con 15 años. La delicada Spider’s web, esa reflexión sobre la fina línea que separa el bien y el mal, dio paso a la segunda versión de la noche, Dedicated to the one I love, original de The Shirelles y popularizada en los años sesenta por The Mamas & the Papas.
Las luces danzaron con Melua al ritmo de A moment of madness, esa especie de vals con ecos circenses, abriendo así la veda al álbum más transitado de la noche, The house. Tras ella, la cantante acometió con sensualidad la versión de Spooky que Dusty Springfield hiciera a finales de los sesenta, volviendo a su vena más íntima con The cry of the lone wolf, que compuso tras un viaje a su Georgia natal. Tras afirmar que la próxima vez no escucharía el aullido del lobo solitario siguió deslizándose entre tempos pausados con Chase me, esa romántica pieza que abría el repertorio procedente de su último álbum, Ketevan.
Tras la adorable Tiny alien, Melua habló sobre lo importante que es para los jóvenes compositores que escuchen la música de esos grandes artistas de siempre, esos sabios cuyas palabras merecen ser tenidas en cuenta a diario. «Por supuesto, estoy hablando de Leonard Cohen». Su intimista versión de In my secret life fue el merecido tributo a un grande de la música, a quien seguiría otro, Paul Simon y su Bridge over troubled water. La cantante reconoció no decidirse sobre cuál de los dos temas le gustaba más.
Desgarro y sensualidad
Llegó el turno de un clásico con mayúsculas, el primer single que lanzó Melua, catapultándola a la fama hace ya once años. The closest thing to crazy se ganó el corazón del público presente. Tras la ovación correspondiente, The Kinks fueron convocados a través de su Nothin’ in the world can stop me worryin’ ‘bout that girl, seguida inmediatamente después de Love is a silent thief, inspirada por el trabajo del cineasta georgiano Sergei Parajanov, cuyo videoclip captura fragmentos de su película El color de la granada.
Tras la calma de Red balloons, Melua preparó el terreno con The flood, ese sibilino canto a desconfiar de los ojos y la mente. La tanda final incluiría tres canciones cargadas de ritmo que rompían con la atmósfera tranquila que envolvió la mayor parte del concierto. Así, los primeros acordes de Two bare feet, ese swing que nos traslada a los felices años veinte, arrancaron palmas de acompañamiento al público. El ritmo se mantuvo con God on drums, Devil on the bass y Shiver and shake, esa sensual invitación a perder la compostura.
El público, eufórico y en pie, pedía a la cantante que volviera una vez más. Detrás de la cortina reapareció Melua, sonriente y agradecida, para interpretar, de nuevo en solitario, acompañada tan solo de su guitarra, uno de sus grandes éxitos, Nine million bicycles, esa declaración de amor cargada de estadísticas y aires orientales que arrancó un aplauso a la audiencia en cuanto sonaron sus primeros acordes.
Tras su desgarradora interpretación de I cried for you, la cantante requirió una vez más la presencia de sus cómplices para cerrar la noche con una última versión, esta vez de Janis Joplin y su Kozmic Blues. De nuevo, el público en pie y un prolongado aplauso que sirvió a Melua de acompañamiento en su camino de despedida, desapareciendo de nuevo tras la cortina como había llegado, tan tímidamente, sin apenas hacerse notar.