Luz abrió de par en par las ventanas de su garganta y dejó correr el aire purificante de su música y de su voz, cada día más gustosa, calle abajo, camino de la Puerta de Alcalá y del Retiro, de Goya y los Bulevares, hasta alcanzar Madrid Central y ofrecerle su aire limpio, descontaminado. “Es un gustazo estar aquí con vosotros”, dijo al comienzo del concierto, pero el gustazo fue para un público que la despidió puesto en pie con una prolongadísima ovación, muestra de la complicidad con la “reina a la que todos aman”.
En medio, un concierto de más de dos horas de duración, dividido en tres actos, en los que fue desgranando una buena gavilla de canciones, acompañada de una banda de cinco músicos estupendos. La primera parte estuvo dedicado a su último elepé, en el que destacan cortes como el que da título al álbum, la entrañable historia de Lucas y las verdades de los días prestados.
Y, puesto que estamos aquí de paso y debemos aprovechar el tiempo que tengamos por delante para alegrarnos la vida, Luz dedicó la segunda parte del concierto a algunos de sus éxitos anteriores, incluyendo lo más rockero de su producción: “me gusta veros bailar”, lo que facilitó el lucimiento de la banda. La tercera y última parte fue la de la gratitud y el recuerdo a gente con la que la cantante astur-galaica dijo haber compartido momentos irrepetibles, como Antonio Vega, Manolo Tena, Gloria Van Aerssen y Carmen Santonja, así como su especial homenaje a Mari Trini.
En todo momento trató de buscar y transmitir esas emociones que solo se sienten con la música, esas que se reconocen cuando llegan, pero que no se saben explicar qué son. Sin duda lo consiguió. Interpretó canciones de amor y de desamor, de perseverancia y de lucha por la vida, de reivindicación de la mujer y de feminismo bien entendido, canciones cordiales y cardiales, con la esperanza en el horizonte, aun en las más nostálgicas.
Luz ha llegado a un punto de maestría sobre el escenario que está al alcance de muy pocos. Domina todos los resortes de la puesta en escena, ahora con mayor sosiego que nunca. Controlando las subidas y bajadas, sin desmayo. Mezclando géneros, desde la ranchera al rock and roll, pero haciendo en cada canción un “quanto de Luz”. No hay un solo gesto inútil, ni una palabra de más. Sus movimientos sutiles, seguramente aprendidos de su época de estudiante de danza, se complementan perfectamente con su voz y con el ritmo musical de cada canción para inundarlo todo de una atmósfera absolutamente placentera. Lo dicho, un gustazo.