Sinatra. Nunca volveré a ese maldito país es una crónica de esos años españoles en los que “fue despreciado y engañado; algunas mujeres le fueron esquivas, se encontró solo y acumuló incidentes profesionales”. Tras una estupenda y breve semblanza del mito, Reyero nos traslada a la España de 1950, momento en el que Ava Gardner se disponer a rodar en Tossa de Mar la película Pandora y el holandés errantes, de Albert Lewin. Momento y punto de partida de una narración tan ágil como documentada de las diferentes estancias de Sinatra en España, unas veces en busca de la Gardner, otras para rodar como protagonista un par de películas. Catorce años empaquetados en un gran reportaje que dan para múltiples anécdotas de la noche madrileña, fenomenales broncas y violentas movidas de la mítica pareja pero también para dar cuenta, con breves pero bien elegidas pinceladas, de un periodo de la historia de España en el que el país en general empezaba a salir de una larguísima posguerra y el dictador en particular empezaba a ser visto en Washington con buenos ojos gracias a la obsesión anticomunista de aquellos años.
1950. Ava Gardner tiene un romance con el torero-poeta Mario Cabré, contratado para interpretar a un matador de toros en la película Pandora y el holandés errante. El asunto llega a oídos de Sinatra, que no se lo piensa dos veces y se planta en el aeropuerto de El Prat en mayo de aquel año. No habrá sangre. La propia Ava tiene un plan para evitar el “choque de trenes”. Un año después se casaría con Sinatra en Filadelfia. Aun así, pasado un tiempo, el desconfiado cantante seguía interrogando a Ava hasta que ésta acabó confesando el affair con el apuesto Cabré, que por otra parte acabaría penosamente retratado luego en las memorias de la actriz.
De todo ello hay un libro y una película imprescindibles: Beberse la vida (Aguilar, 2004), de Marcos Ordóñez, y La noche que no acaba (2010), de Isaki Lacuesta. Musicalmente, en 1950, Sinatra no atraviesa su mejor momento: ni era ya el ídolo de los primeros años cuarenta ni grababa sus mejores canciones, pero hay una excepción que además encaja con esa gran historia de subidas y bajadas que empezaba a vivir con Ava: I’m a fool to want you. Pero quién no sería un pardillo por desear tener entre sus brazos al animal más bello del mundo.
1953. Entra en escena el segundo torero, este sí, el auténtico número uno de la época, tan carismático como el mismísimo Sinatra, capaz de seducir a Franco y a Picasso por igual: Luis Miguel Dominguín. Presentados por Chicote, el padre de Miguel Bosé y Ava Gardner estaban condenados a engancharse. Ese año suceden tantas cosas: la Metro anuncia la separación de Frank y Ava; Sinatra gana un oscar al mejor actor de reparto por su interpretación en De aquí a la eternidad, papel que obtuvo gracias a las gestiones en la sombra de Gardner y que supuso el mejor revulsivo para su carrera; empieza a grabar para la casa Capitol 16 LP que hicieron de él una de las mejores que le pasó al siglo XX; y –cómo no– vuelve a España en las navidades de aquel año buscando a Ava, que en ese momento empinaba el codo en la finca conquense de Dominguín. Esta segunda visita española depara algunos de los mejores momentos del libro de Reyero, con participación estelar de Lola Flores o Fernando Fernán-Gómez (que recibe unas hilarantes calabazas de la Gardner) que pudieron, entre otros, escuchar a Sinatra cantar Stormy weather acompañado de… ¡un guitarrista flamenco! A falta de iPhones que inmortalizaran tan peculiar versión del tema de Arlen y Koehler, no queda sino echarle imaginación o bien disfrutar de la versión que grabó en estudio con arreglos de Gordon Jenkins en el 59 o la que hizo, con Quincy Jones a los mandos, veinticinco años después.
1956. Orgullo y pasión, la película de Stanley Kramer sobre guerrilleros españoles que luchaban por impedir que un cañón de gran calibre cayera en manos de las tropas napoleónicas, trajo de nuevo a Madrid al Sinatra más divo, caprichoso e insufrible, también al más criticón y beligerante contra el régimen de Franco. La película no gustó a nadie pero sirvió para que Cary Grant y Sophia Loren se hicieran más que amigos y para que la italiana le recordara a Sinatra que puede tener casi todo cuando quiera y cómo quiera pero no todo: parece ser que a lo largo del rodaje cada vez que Frank se cruzaba con la Loren le espetaba que ya tendría “lo suyo”; así hasta que una vez Sinatra volvió a la carga durante una comida del equipo de rodaje –“tendrás lo tuyo, Sofía”– y encontró respuesta: “Claro que tendré lo mío pero no me lo vas a dar tú, cabeza de espagueti”. Sophia era mucho Sophia y si no, que se lo digan a uno de los extras de aquella película que no pudo contenerse, se abalanzó sobre ella y le mordió un pecho.
De este año es otra anécdota, quizá la más legendaria –también la más trillada– de cuantas rodean la historia española de la pareja Ava-Sinatra. Sucede cuando él, en un momento de bajón, solicita desde el bar del Hotel Felipe II, en El Escorial, una conferencia a Madrid para hablar con ella al tiempo que tararea una canción tras otra sentado a un viejo piano y no deja de hacerlo durante tanto tiempo que a la Gardner le da tiempo cogerse un coche y plantarse a la vera de Frankie con un abrigo de visón blanco; en unas versiones irrumpe sin nada debajo del abrigo y en otras con un camisón, pero en todas cuelga ella misma el teléfono y se lo lleva a la habitación. La historia la incluye Reyero en su libro por boca de Enrique Herreros, entonces representante de United Artists y testigo presencial, pero también figura en el maravilloso y emocionante libro de Marcos Ordoñez Big Time: la gran vida de Perico Vidal (Libros del Asteroide, 2014). Porque Vidal, ayudante de dirección fallecido hace cinco años, fue también testigo de tan mágico encuentro y, sin ninguna duda, el gran amigo español de Sinatra.
Aquel año grabó uno de sus discos más celebrados. Si uno quiere saber qué es eso del swing no tiene más que escuchar entero, una y otra vez sin temor a cansarse jamás, el Songs for swinings lovers, que solo contiene maravillas, entre ellas ese clásico insuperable que es I’ve got you under my skin, enriquecido por su mejor arreglista, Nelson Riddle. Aquel 1956 Sinatra y Ava ya llevaban un tiempo oficialmente separados y sin embargo nadie duda de a quién llevaba bajo la piel el genio de New Jersey. Aquí le vemos en el 71, con 56 castañas y bisoñé, cantando esta gema de Cole Porter y demostrando que a la hora de frasear y mandar en el escenario aún seguía siendo el ‘puto amo’.
1962. El año en que se estrena una de sus mejores películas, El mensajero del miedo, John Frankenheimer, Sinatra vuelve a buscarse una excusa para poner el pie en España y –como no podía ser de otra forma– encontrarse con Ava. El resultado fue –también como no podía ser de otra forma– peleas a dentelladas entre los dos amantes. Según una persona próxima a Sinatra en aquellos días, Ava, que vivía en un dúplex de la calle doctor Arce en Madrid, unas veces le dejaba entrar en su cama y otras le pedía que durmiera en el garaje. Para la música, aquel año fue un punto y aparte porque Sinatra deja Capitol: volvería grabar de forma aislada discos geniales (September of my years, Watertown) pero ya nada como aquella sucesión inmortal de vinilos bajo la supervisión y los arreglos de Nelson Riddle o Billy May. Y entre tanto viaje a Madrid no se le ocurrió grabar nunca un directo en la capital de un país con su odiado Franco en el poder. Sí lo hizo en el país vecino. Su directo en París nos dejó una inolvidable versión de uno de sus temas favoritos, One for my baby (and one more for the road).
1964. La última de estas paradas en España es estrictamente laboral y está motivada por el rodaje del Coronel Von Ryan, de Mark Robson. Película en cuyo reparto figuraba una jovencísima Raffaella Carrá, nuevo objeto de deseo de un Sinatra que tiempo después reconocería que por esas fechas vivía agudos episodios maniaco-depresivos. Y es que entre los chismes que salpican el texto de Reyero se deja constancia de que el cantante también achuchó lo suyo a Carmen Sevilla, al parecer con poco éxito tanto con la italiana como con la española. Sinatra estaba a punto de cumplir 50 primaveras y los siguientes años aún le depararían sus grandes éxitos de público que no de crítica: Strangers in the night (1966), My way (1968), New York, New York (1980). De hecho, aquel año algo bueno se olía cuando decidió grabar con la orquesta de Count Basie The best is yet to come.
Pocos cantantes convocan tanto entusiasmo desde las esferas más diversas. En 1998, el año en que murió Sinatra, la prestigiosa revista de música rock MOJO hizo una ambiciosa encuesta para conocer la identidad de los cien mejores cantantes de todos los tiempos. El primer puesto fue para Aretha Franklin y la segunda posición para Frankie, por delante de Ray Charles, John Lennon o Elvis Presley. Algo parecido hicieron un año después los de la revista española Audioclásica, que en un listado que rebosaba tenores, sopranos y barítonos, parecieron verse obligados a dar cabida también a Sinatra si no querían quedar en evidencia.
Libros como los de Marcos Ordoñez o el de Reyero son excusas innecesarias pero bienvenidas para descubrir o entrar por enésima vez en esa gigantesca isla de los tesoros que es la discografía de Sinatra, que de estar aún entre nosotros cumpliría cien años el próximo 12 de diciembre. Ya lo dijo Woody Allen cuando, tumbado en un sofá y grabadora en mano, empieza a recitar las cosas por las que merece la pena vivir…
Sinatra. Nunca volveré a ese maldito país
Francisco Reyero
Fundación José Manuel Lara
264 p
20 euros