Llegará noviembre y volverá a tener tus ojos
Luz Casal escuchó los primeros sonidos de la vida y vio los primeros rayos de esa luz con la que su madre le amamantó el nombre en Boimorto, un concello de la comarca de Arzúa, en la provincia de La Coruña. Abrió sus oídos y sus ojos, hasta agrandarlos como pámpanos, con el rumor del Tambre y del Iso (“mi memoria es agua, mi memoria es río”), con el paisaje de los prados verdes y los montes trashumantes de colores, en el que pacían los rebaños de robles, castaños y eucaliptos, viendo como el sol se colaba entre las agujas de los pinos como si fuera un orballo de luz fina y dorada.
Antes de tener edad para ponerse en pie y echar a andar se fue gateando hasta Avilés, la ciudad de las plazas porticadas, las casonas y los palacios, de las iglesias y las posadas del Camino de Santiago, del puerto y los barrios marineros, de la ría y su bocana. Llegó por los días en los que el desordenado desarrollo industrial español de los años cincuenta estaba transformando las calles, la ría y los alrededores de la ciudad, que comenzó a llenarse de aire gris y a vivir un crecimiento demográfico sin precedentes. Y allí pasó toda su infancia y adolescencia, forjando un carácter fuerte como el acero, frágil como el cristal (“Luz, garra de seda”, dirá de ella muchos años después su amigo Pablo Guerrero).
La primera vez que vio el mar iba en brazos de su padre (“meu pai”). Después aprendió a jugar con las olas, a dejarse acariciar por la arena, a descubrir la sensación de la sal sobre su piel en las vecinas playas de Salinas y Bayas. Intuyó que puede existir un tiempo fuera del tiempo, como el que habitaba en Cudillero, el pueblo de “la soledad buscada”, donde el mar es capaz de mostrar su más fiero poderío y la mayor dulzura, o el que hacía saltar la frontera de los días en los veranos de La Coruña. Dejó que sus fantasías se impregnaran de las leyendas de San Balandrán, de los cuentos de San Juan de Nieva y de las historias de los marineros que se echaron mar traviesa para descubrir nuevos horizontes atlánticos. En aquellos “días sin prisa y tardes de paz”, Luz hizo del mar el cofre donde depositar tantos sueños como vida abisal es capaz de guardar el Cañón de Avilés.
La penumbra de la paloma
Después vendría un tiempo de dejarse llevar por la marea que sube y baja al compás de la luna y sus “gajos de manzana”. Muchas mañanas se levanta con la penumbra de la paloma para ir a la escuela y aprender el ajuste de los cuentos mejor que el de las cuentas (“dos y dos pueden no ser cuatro”), para adivinar que, en la oración, el predicado sigue al verbo, como en la canción el amante sigue a la amada. Pero ella quiere más y, por las tardes, cuando han acabado las clases del colegio, estudia solfeo, piano y danza, aprende a cantar y a bailar.
De vuelta a casa, encuentra que su madre ha abierto todas las ventanas para dejar correr el aire y que alimente al ciervo saltarín que habita el corazón de su hija. A ella le gusta subirse a cualquier mesa de la casa, como si se tratara de un escenario improvisado, y lanzarse a cantar y a bailar sin más parafernalias, solo necesita su voz y su ritmo. Cuando recibe los aplausos de su familia, no puede dejar de sentirse como una reina a la que todos aman, ni apartar de su pensamiento que ella no quiere dedicarse de mayor a un oficio, sino a una verdadera profesión, la que se construye sobre los cimientos de una auténtica vocación: en su caso, la música.
El primer contacto de Luz con el público tuvo lugar en Gijón, con motivo de una fiesta organizada por una asociación benéfica: subió al escenario con un vestido de lamé plateado, confeccionado por su madre, y descalza, al estilo de Sandie Shaw, para interpretar algunas de las canciones más populares del momento. Ya adolescente inició sus estudios de bel canto y entró a formar parte de grupos pop-rock de la región, siendo su primera banda la de Los Fanny.
Avilés en la memoria
Durante el resto de su vida, Avilés quedará en su memoria, en las memorias, que, en ella sí, cuentan lo que cuenta: “Para encontrar la niña que fui y algo de todo lo que perdí miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos”. Durante el resto de su vida siempre tendrá la sensación de cuando entonces: “Entro en el escenario y es como si entrara en mi casa”.
En las diarias idas y venidas en tren al Conservatorio de Oviedo, Luz nota que su mente tiene tanta prisa por abrirse y por crecer como hasta ahora lo ha hecho su piel. No quiere convertirse en una mera espectadora en la persecución entre su yo y su anhelo, sino en ser protagonista desde el primer momento. Con 18 años convence a sus padres de que es mejor tomar el tren una sola vez y venir a Madrid, la capital donde están las oportunidades, la ciudad en la que algo nuevo comienza a moverse con la llegada del régimen democrático.
Tras un breve paso por el Conservatorio madrileño, se convence de que para abrirse camino en la música profesional hay que salir a la calle y entrar en los teatros y en las salas de concierto. Después de unas cuantas pruebas, la seleccionan para participar en el musical Las Divinas, una comedia musical con libreto de Antonio D. Olano y música de Juan Pardo, que se estrena en la primavera de 1978. Luz, que da vida en la obra al personaje de Raquel Meyer, es reconocida por la crítica como “una revelación de la escena cómica española, que hace pensar”.
Por este tiempo actúa también haciendo coros a Juan Pardo, y aporta su voz en grabaciones del cantante gallego y de otros grupos musicales. El entusiasmo, esa “fuerza divina” que todos llevamos dentro, pero que en Luz alcanza una dimensión poco corriente, fue quien la sostuvo en los que posiblemente fueron los dos años más duros de su vida. El lema de sus padres: “lo que se dice se cumple”, ella lo aplicó todavía con mayor rigor a la palabra que se había dado a sí misma: ser artista. En 1980 aparece su primer sencillo, El ascensor, con aires de reggae, como homenaje a Bob Marley.
Ochenta y noventa
Si hay algo que marcó los primeros años ochenta en España fue la llamada Movida madrileña, que pronto se convertiría en Movida a secas al extenderse como un reguero a otras ciudades, como Barcelona, Valencia, Bilbao, Vigo…, y prácticamente a toda España. Los jóvenes españoles de la Transición querían emular a aquellos otros que habían vivido los días de mayo del 68 en París y San Francisco, infundiendo al movimiento un soplo de aire punk, fenómeno que había tomado las calles de Londres, Nueva York y Los Ángeles. El objetivo era la libertad a todos los niveles. Había que saltar por encima del presente e ir en busca de otras realidades, al encuentro de horizontes desconocidos.
La Movida fue un movimiento social y cultural alternativo que se extendió al cine, el periodismo, la literatura, el arte, pero, sobre todo, a la música. Tuvo sus nombres míticos en Pedro Almodóvar, Ceesepe, El Hortelano, Ouka Leele, Alberto García-Alix, Moncho Alpuente, Eduardo Haro Ibars, El Muelle…, y en los grupos musicales como Kaka de Luxe, Alaska y los Pegamoides, Nacha Pop, Los Secretos, Los Zombies, Parálisis Permanente, Clavel y Jazmín, Rubi y los Casinos, Hombres G, Radio Futura, Gabinete Caligari, Siniestro Total, Golpes Bajos, La Orquesta Mondragón…
Sus lugares de culto fueron, entre otros menos conocidos, Rock-Ola, La sala Carolina, El Sol, Pentagrama, La Vía Láctea y Galileo Galilei. Contó para su difusión con revistas como La Luna y Madrid Me Mata, además del apoyo de distintos programas radiofónicos y televisivos, tuvo sus cronistas en los fanzines de Fernando Márquez y Sardinita, así como en las columnas periodísticas de Francisco Umbral, y dio lugar a una literatura que trataba de ser “avanzadilla de la renovación (…), no buscar ninguna trascendencia, aunque sí el humor, la ironía, el desgarramiento o la belleza” (Gregorio Morales). En definitiva, La Movida fue un movimiento de viversión, que intentó convencernos de que era mejor invertir en vida que en bolsa, aunque algunos de sus protagonistas sucumbieran a las cornadas de las drogas más duras.
Las corrientes musicales derivadas de la Nueva Ola no fueron las únicas de aquellos años. Otras músicas, como las de Burning, Barón Rojo, Leño, Tequila, Miguel Ríos y Loquillo, más escoradas al rock, Ramoncín, situado más en el extremo punk, El Último de la Fila, La Unión, pioneros del tecno-pop, como Mecano, la nueva hornada de cantautores (Hilario Camacho, Luis Pastor, Joaquín Sabina) y el rock-flamenco que vino del sur, primero con Triana y luego con Medina Azahara y Kiko Veneno, jugaron también un papel importante en los ochenta y tuvieron gran repercusión en la música de décadas posteriores. En medio de este “laberinto de pasiones y de canciones” trató de hacerse un hueco, un estilo muy personal, Luz Casal.
Sonidos diferentes
En 1981, ficha por la discográfica Zafiro e inicia su gran avance en el panorama del pop-rock nacional de la mano del productor Carlos Nerea. La salida al mercado de su álbum titulado Luz (1982), con sonidos tan diferentes como Ciudad sin ley y Una canción de amor, junto con el prestigio ganado en sus actuaciones en directo y su participación en la exitosa gira El rock de una noche de verano (1983), junto a Miguel Ríos y el grupo Leño, la revelaron como una de las nuevas referencias del pop-rock español.
El siguiente elepé, Los ojos del gato (1984), que contenía cortes tan interesantes como Detrás de tu mirada, no hizo sino confirmar la versatilidad interpretativa de una artista singular, que no había dejado de estudiar canto y piano y adquiría cada vez más conocimientos técnicos de sus producciones. La salida al mercado de Luz III (1985), con temas como Rufino y Hechizado, ampliaron considerablemente su popularidad, que ya no se limitaba a España, sino a todo el mundo hispano. Quiéreme, aunque te duela (1987), con canciones como A cada paso, no hizo sino confirmar su posición de privilegio en el panorama musical a uno y otro lado del Atlántico.
En su afán de marcarse nuevos retos y experimentar otras cosas, en 1988 Luz decidió cambiar de sello discográfico, cerrando así la etapa de producción de Carlos Nerea. Fichó por Hispavox y, de la mano de Paco Trinidad, publicó Luz V, con temas como Loca, Te dejé marchar y No me importa nada. El disco, que tuvo una repercusión enorme, es uno de los ejemplos más paradigmáticos en los que una elevada calidad se ve correspondida con unas extraordinarias cifras de ventas.
Para entonces había encontrado con Paco Pérez Bryan, uno de los mayores innovadores del periodismo radiofónico y musical de los ochenta, una relación de pareja que ambos han sabido preservar pudorosamente, lejos de los focos, las bambalinas y el papel cuché, durante más de tres décadas. En menos de diez años, Luz se había convertido en una de las voces más peculiares y reconocidas de la música moderna. Pero lo mejor estaba por llegar…
A principios de los 90, su participación en el festival organizado por Amnistía Internacional en Chile tuvo un gran eco en toda Latinoamérica. En 1992 acepta la proposición de Pedro Almodóvar para interpretar dos canciones en su nueva película, Tacones lejanos. Se trataba de un bolero de Agustín Lara, Piensa en mí, y de la adaptación de una canción de Mina, Un año de amor. Aquellos temas supusieron un punto de inflexión en la carrera de Luz, ya que fue reconocida como la mejor vocalista del año y su éxito en Francia corrió paralelo al de la película del director manchego.
La subida al Olympia
Ella misma lo cuenta: “Un día estaba en París, en un hotel al lado de los Campos Elíseos. Vi una cola enorme en un cine, desde el Arco del Triunfo hasta abajo. Y pensé: ‘¿No será por la película de Pedro’ ¡Y lo era! Tacones lejanos ha sido la más importante de su filmografía en Francia. Y para mí supuso un punto de inflexión también. Yo ya iba a Francia a cantar, pero haciéndome hueco casi con los codos, y aquello fue definitivo. Y así ha sido en todo el mundo. Canto la canción y hay un ¡Aahhh! general del público. Hasta en Japón. Es algo muy bestia y no hay explicación; si la hubiera, todos estaríamos detrás de ella”. Ese mismo año, publicó A contraluz, un disco que, además de los temas incluidos en Tacones lejanos, contenía canciones del pop-rock, como Un pedazo de cielo, una de sus preferidas, o Tal para cual. Luz ha recorrido el camino de los dioses hasta llegar a la “montaña sagrada” e inicia su larga serie de conciertos en el mítico teatro Olympia de París.
A mediados de 1995 se editó el séptimo álbum de su discografía. Como la flor prometida contenía un primer sencillo de éxito: Entre mis recuerdos, que ganó el Premio Ondas a la mejor canción. Suponía un pequeño homenaje a su padre, cuya muerte la arrastraría al desánimo y a una prolongada temporada de inactividad profesional. Este álbum obtendría un segundo Premio Ondas, conseguido con la canción Lo eres todo: “Eras tan solo un amigo y, de repente,/ lo eres todo./ Todo para mí,/ mi principio y fin”.
Un recopilatorio que también contenía Entre mis recuerdos, además de otros temas como el impresionante Besaré el suelo: “Cuanto más bella es la vida,/ más feroces sus zarpazos./ Cuantos más frutos consigo,/ más cerca estoy de perder./ Por una caricia tuya/ toco el cielo con mis manos,/ porque sé que, si te marchas,/ besaré el suelo otra vez./ Grita al mundo,/ rompe el aire,/ hasta que muera tu voz/ porque el amor es un misterio/ que importa solo a dos”.
Obtuvo varios discos de platino por sus ventas y, de alguna manera, calmó la expectación que provocó la ausencia musical de Luz durante los años que tardó en publicar Un mar de confianza (1999). Se trataba de un disco de elevada emotividad, hondura y soledumbre, repleto de matices, que se presentó con una magnífica foto de la cantante realizada por Cristina García Rodero y contaba entre sus canciones con Mi confianza, que conseguiría un nuevo Premio Ondas. La década se cerraba con una larga gira por varios países de Europa y la concesión de otro premio Ondas, esta vez no a una canción, sino a la “mejor artista en directo”.
Si los 80 habían supuesto su éxito a nivel nacional, los 90 la habían catapultado a nivel internacional. Sin embargo, Luz supo asimilar la fama que trajo consigo el triunfo y conjugó su ambición musical con la necesidad de huir del escaparate mediático. El escenario era el papel en blanco en el que iba escribiendo su autobiografía: “Es paradójico que, reconociéndome como una mujer reservada e incluso tímida, pueda ser capaz de compartir (en las canciones) aspectos tan íntimos y que acepte que estos puedan llegar a ser interpretados de maneras completamente distintas”.
Una artesana de sí misma
El nuevo siglo se inició con una agradable sorpresa: la obtención, junto a Pablo Guerrero, del Premio Goya a la mejor canción original con Tu Bosque animado por la película de animación El bosque animado, sentirás su magia, que hacía revivir tanto la maravillosa anterior película de José Luis Cuerda como la insuperable novela de Wenceslao Fernández Florez.
A finales de 2002 saca Con otra mirada, del que se extraen tres singles: Ni tú ni yo, Dame un beso y A veces un cielo (“Caminar/ sobre las hojas del otoño/ es romántico y resbaladizo/ subamos al coche/ a hacer el amor/ que me muero de frío”). En el otoño de 2004 publica Sencilla alegría, su décimo disco grande, grabado en Francia con la producción de Javier Limón, que contiene varios guiños a la música francesa, como Un nuevo día brillará, Tiempo al tiempo y Octubre, incorpora aires jazzísticos y flamencos, con la colaboración de grandes músicos nacionales e internacionales (Jerry González, Rui Veloso, Niño Josele…), e incluye, junto a las anteriores canciones, los temas siguientes: Ecos, la canción dedicada a las víctimas de los atentados del 11-M; Negra Sombra, basada en el que probablemente sea el poema más conocido, comentado e interpretado de Rosalía de Castro, pieza que contó con la colaboración del gaitero Carlos Núñez para su musicalización, y se convirtió en el tema principal de Mar adentro, la oscarizada película de Alejandro Amenábar, y Mi memoria es agua, que daría título a la biografía de “la cantante de la pena rota” escrita por la periodista Magda Bonet dos años después. En esta obra se reflejan algunos otros retazos de la personalidad de Luz, complementarios a “las cosas que están reflejadas, quizás de forma excesivamente sutil, en mi música, y que explican cómo soy”. En 2005, ve la luz el recopilatorio Pequeños, medianos y grandes éxitos, un extenso elepé que contaría con una versión francesa al año siguiente, y en el que se puede apreciar la gran versatilidad interpretativa de la artista astur-galaica.
A principios de 2007, Luz es operada de cáncer de mama. Seis meses después plasma su experiencia con el tratamiento en Vida tóxica: “Yo seguí activa. No tenía fuerzas para actuar en vivo, pero sí para trabajar en el estudio o en casa. Y, por lo que sea, a mucha gente eso le inspira: ‘Si esta puede, yo también’. Y eso está bien”. El disco está repleto de composiciones de la propia Luz que muestran, con intensidad poética, su vigor dolorido, pero también sus ansias de vivir, ahora mayores que nunca, como es el caso del primer single, Sé feliz: “Si la soledad te enferma el alma,/ si el invierno llega a tu ventana,/ no te abandones a la calma,/ con la herida abierta./ Mejor olvidas/ y comienzas una nueva vida (…)/. Si un día encuentras la alegría de la vida,/ sé feliz”.
Quizás este sea el disco en el que mejor se cumple lo que decía el escritor Ernesto Sábato, para quien la obra maestra surge ante situaciones límites de la vida, esas “dolorosas encrucijadas en que intuimos la insoslayable presencia de la muerte”. En este disco participan músicos de renombre internacional y cuenta con las colaboraciones de Carlos Goñi, Luis Auserón y Pablo Guerrero. Dos años después se puede escuchar La Pasión, un álbum de 13 canciones en el que rinde homenaje a grandes figuras del bolero de los años 40, 50 y 60 del siglo pasado, no actualizando los temas, sino tratando de recrear el ambiente en el que habían sido creados, para lo que Luz contó con arreglistas tan interesantes como Eumir Deodato. Y es que “las buenas canciones no te cansas de cantarlas, al menos, a mí me pasa”.
Negra sombra
Sin embargo, la negra sombra del cáncer volvió a caer de repente sobre esta mujer de mirar valiente. Esta vez tampoco aceptó tenerla como acompañante más allá del quirófano y la quimioterapia. No la dejó alargarse por el lado de la desesperanza. Rehuyó utilizar cualquier metáfora para protegerse. El tumor jugaba a engañarla, pero ella sabía manejarse en las distancias cortas. Sin miedo a lo por venir, sin eufemismos vanos. Cerrando la herida de su pecho. Abriendo su corazón. Lanzándose a campo traviesa de sus sentimientos.
A comienzos del año 2011 reanuda la gira internacional que había tenido que dejar aplazada desde la primavera del año anterior y recorre los escenarios de medio mundo dando una muestra de su gran fuerza interior para enfrentarse, aferrada al timón de su vida, a los vientos más desfavorables que se puedan presentar: “He pasado dos periodos de cáncer y sus consecuencias, y lo he manejado sin drama, sin caer nunca en el lamento”. A finales de ese mismo año se pone a la venta un nuevo recopilatorio que lleva por título Un ramo de rosas, que incluye algunas canciones nuevas, como la que da título al álbum y la hermosa composición de Violeta Parra: Gracias a la Vida.
Tras los zarpazos del cáncer siente la necesidad de no perder el tiempo, aunque pueda pasarse horas enteras entre el mundo real y el onírico, y piensa que “vivir, aun con dificultades, es una maravillosa aventura”. Al acabar el periplo de conciertos comienza a poner en práctica una idea que le ha venido rondando por la cabeza desde hace algún tiempo: llevar a cabo un festival de música anual, con fines benéficos, en su pueblo natal. En el verano de 2012 nacía el Festival de la Luz en la aldea de Orros, concello de Boimortos (La Coruña). Por otra parte, aunque su mayor objetivo no es ser premiada (“me premian cada noche que actúo con el aplauso”), se siente halagada (“como cuando me dicen guapa”) con la ristra de reconocimientos con la que le distinguen distintas instituciones: Premio Rolling Stone por una vida dedicada al rock, Grammy Latino honorífico, Medalla de las Artes de Francia, Premio Nacional de Músicas Actuales…
Un disco grande
En noviembre de 2013, Luz presenta un disco grande –en el más amplio sentido de la palabra– con material inédito, una buena parte del cual es producto de su propia inspiración, titulado Almas gemelas. El trabajo, fruto de un equipo de destacados colaboradores, entre los que se encuentran el célebre compositor griego Vangelis, el músico brasileño Carlos Antonio Jobim y la letrista argentina Claudia Brant, se realiza en dos ediciones: una sencilla, compuesta por 10 canciones en español y otra, especial, que contiene siete temas más en diferentes idiomas.
No es fácil destacar cualquiera de las composiciones sobre las otras, pero si hubiera que hacerlo, quizás nos quedaríamos con Ella y yo, un ejercicio de personificación de la enfermedad, que adquiere rostro y voz para que Luz, que la ha padecido, pueda establecer una relación de tú a tú con ella; ¿Por qué no vuelves amor?, el primer corte del disco: “Por qué no vuelves amor/ a colgarte de mi brazo,/ a decirme muy despacio/ mi nombre a pleno pulmón”, y Paisajes, el single con el que se cierra la versión corta del LP. Almas gemelas pone de manifiesto que Luz se va haciendo cada vez más inclasificable porque es capaz de asimilarlo todo y de dominar desde las más puras esencias del rock hasta cualquier forma de balada, pasando por el jazz y la bossa nova.
Al mismo tiempo, sus letras van ganando belleza poética con cada nueva composición, lo mismo si se trata de expresar vivencias placenteras, como la contemplación de un paisaje, o si se muestra de manera sutil una experiencia dolorosa, como la vivida por la cantante en cualquiera de sus dos convalecencias, durante las cuales nunca dejó de pintarse los labios en la cama, lo que demuestra tanto su vitalidad como su fino sentido del humor. La intérprete y la autora son ya dos aspectos complementarios, como la materia y la energía, de su única realidad como artista. Paso a paso, Luz se ha convertido ella sola en un género musical.
En abril de 2017, Luz da comienzo en Francia a una gira que ha de llevarle por los cinco continentes durante dos años. Mientras tanto, publica un disco homenaje a Dalida con motivo del treinta aniversario de la muerte de la mítica cantante francesa, de origen italiano y nacida en Egipto: Luz Casal Chante Dalida, A mi manera, con una clara declaración de intenciones: “Volver el tiempo del revés/ para poder disfrutar a mi manera./ Vivir, vivir, esa es la opción/ que yo elegí./ Desde el deber hasta el placer/ puedo sentir… Y continúan los premios. Ahora es la Comunidad de Madrid quien le concede la Medalla Internacional de las Artes.
Que corra el aire
Su último disco, nacido este mismo año, es Que corra el aire, un álbum que contiene diez canciones de composición propia, entre ellas: Días Prestados, una toma de conciencia de que “estamos aquí de paso” y es necesario disfrutar el momento: carpe diem, carpe noctem (lo mejor es “hacer el amor, no la guerra”, y, cuando no se pueda, al menos, “hacer el humor y no pillar perras”); sendos recuerdos de sus padres (Que corra el aire hace referencia a la costumbre de su madre de airear la casa y Meu Pai es un reconocimiento a la huella de su padre), y la conmovedora Lucas. Además, el elepé contiene Amores, un homenaje a su admirada Mari Trini. Pero, como ella misma comenta, “no hay que explicar las letras de las canciones”, es mejor escucharlas. El Golden Music Awards es el último gran premio recibido.
Luz Casal lleva vendidos más de seis millones de discos en todo el mundo. Sin embargo, necesita al público para sentirse ella, para seguir suministrando remedios a la farmacia de su corazón: “Sin el público no sería yo, podría parecer que hablo sola. Necesito al público… Nunca dejaré la música, nunca, hasta el último suspiro, pero siempre necesitaré al público”. Es tan acérrima defensora de los derechos de autor (“Confieso que la primera vez que vi un disco mío en la acera de una calle sentí algo parecido a una violación”) como de contribuir a la Hacienda pública sin escapismos ni subterfugios. Mujer de emociones profundas, pero de lágrima nada fácil, se desarma ante la sonrisa, la ocurrencia o la travesura graciosa de un niño. Confiesa “no tener soltura para la mentira”, afirma “tener el ego bajo llave” y asegura que “hablar me cuesta; escribir, menos; cantar, nada”. En cualquiera de los tres casos, prefiere las palabras corrientes a las asombrosas, pues considera que, en la canción, como en la poesía, el trabajo bien hecho no consiste en buscar el vocablo más recóndito, sino en encontrar el de textura más sencilla y adecuada, el que mejor se adapte a lo que se va horneando cada día.
Luz Casal es una artesana de sí misma. En estos cuarenta años de búsqueda incansable de nuevos retos ha tratado de bajar hasta el fondo, como el minero que desciende con su linterna a las entrañas de la Tierra, pertrechada de curiosidad para extraer los secretos ocultos de la composición musical, para buscar historias verdaderas que luego puedan ser cantadas, para descubrir sentimientos que no pueden ser aprendidos. Sus canciones están trabajadas a conciencia, cinceladas, pulidas, vueltas a escribir y a musicar antes de infundirles el último soplo y dejarlas libres para que cada cual pueda escucharlas a su manera.
Cuando se observa la construcción de su insólita trayectoria profesional, da la impresión de que ha vivido más de una vida. Su obra es un creciente integrador que, a pesar de los quiebros, guarda una unidad y coherencia de fondo estimuladas por su esencia rockera y la situación personal de la cantante con el tiempo y todo lo que le ha tocado vivir.
La música, como la poesía, es depositaria de la utopía y de los sueños, y también se convierte en camino de liberación, y es responsabilidad del creador-intérprete allanar ese camino. Cuando canta, Luz parece tener sus ojos (grandes, como en un asombro permanente) y el corazón (jarreando siempre savia nueva) puestos en esos objetivos.
Artista proteica, su música es la de la superación. No cree en las etiquetas. De ahí su versatilidad: cada estilo, cada género musical tienen su momento, su emoción, sus sensaciones y, como decía Borges, el tiempo se encargará de abolir cualquier regla, cualquier estética. Sus firmes certezas personales: el amor, la amistad, el compromiso, la profesionalidad…, se transforman en una cierta querencia por la incertidumbre en el ámbito de la creación musical, pero el principio de incertidumbre –no hay que olvidarlo– es uno de los que rigen la física actual, que tanto parece interesarle a esta cantante tan singular.
Luz Casal acaba de cumplir 60 años y 15 discos originales. Entre mis recuerdos, No me importa nada, Piensa en mí, Besaré el suelo, Lo eres todo, Te dejé marchar, Mi confianza, Se feliz, Ella y yo, Días prestados… son temas que ya forman parte de nuestra memoria musical. Cada cual tiene su canción favorita, pero en lo que todos seguramente coincidimos es en desear que siga despierta, incluso en el filo de un cuchillo. Porque, parafraseando a José Manuel Caballero Bonald, todos tenemos la misma edad: somos la Luz que nos queda por vivir.