Además del aullido con el que el incendiario Little Richard daba el banderazo de salida a Tutti Frutti, uno de los grandes clásicos del rock and roll de los años cincuenta, Auanbabuluba Balambambú es el título escogido por el periodista y escritor Nik Cohn [1] para dar título a un volumen de tintes legendarios que la editorial La Felguera ha tenido felizmente a bien recuperar para el mercado español. Felicísima noticia, sin duda, para cualquier aficionado a la cultura pop, pues, habiendo sido editado en su día (otros intrépidos aventureros, Nostromo, tuvieron el buen gusto y la osadía de hacer la correspondiente edición en un año tan en principio poco propicio como 1973, y, ya en 2003, el Círculo de Lectores hizo lo propio), llevaba cerca de dos décadas descatalogado y convertido en codiciada pieza de colección.
Nacido en 1946 en Londres, Nik Cohn vivió, sin embargo, sus primeros años en Derry, Irlanda del Norte. Era hijo del prestigioso escritor e historiador inglés Norman Cohn y de la también escritora rusa Vera Broido.
Desde muy joven, una de sus formas favoritas de pasar su tiempo libre era acudir a la tienda de discos local a contemplar las novedades discográficas y pasar la tarde de charla con el dependiente de la tienda, de quien extraía una sin duda valiosa información.
Cohn empezó a colaborar de forma regular en Queen, una revista juvenil fundada nada menos que en los años sesenta del siglo XIX y que fue particularmente influyente entre la juventud británica de un siglo después.
Como aficionado y como periodista desde los primeros años sesenta, cuando apenas tenía 17 o 18 años, Cohn frecuentaba los ambientes musicales del momento: tiendas de discos, clubes y hasta locales de ensayo de numerosos grupos, llegando a trabar amistad con muchos de ellos.
Suculento material de primera mano, pues, para colocarse en condiciones de aceptar el encargo que su iluminado editor le hizo a comienzos del año 1968 (cuando, por cierto, ya tenía un par de novelas publicadas): se le ofrecería a Cohn un confortable retiro de siete semanas en un apacible alojamiento rural en la península de Connemara (al oeste de Irlanda) para escribir una “historia del rock and roll”.
A un ritmo de unas diez horas de escritura al día, Cohn cumplió con el encargo, entregando el que inmediatamente se convirtió –y sigue siéndolo– en el más célebre de los libros sobre música pop (solamente, acaso, se le acerca la igualmente maravillosa obra de Bob Stanley Yeah, Yeah, Yeah).
Auanbabuluba Balambambú es una obra trepidante, afilada, ingeniosa y divertida, que avanza a toda velocidad, componiendo un personalísimo pero más que atinado mosaico de lo que fue la música pop desde sus orígenes, a mediados de los años cincuenta, hasta la fecha en la que se escribe, 1968 (tres años más tarde se lanzaría una reedición con algunos nuevos apuntes del propio autor).
Es precisamente el hecho de estar escrito en el mismo momento en el que está sucediendo lo narrado lo que le otorga un muy singular atractivo: no hay perspectiva histórica (ni, mucho menos aún, atisbo alguno de nostalgia), pero sí se revela con sobredosis de frescura y desparpajo el contundente impacto que produce cada una de las sucesivas novedades que aparecen casi a diario en el fascinante panorama musical de la época.
Enormemente agudo, ingenioso, irónico y dotado de un habitualmente ácido pero saludable sentido del humor, Nik Cohn aborda su ambiciosa empresa con un estilo ágil, usando frases concisas y concluyentes, evitando artificios y circunloquios. Escribe a quemarropa, convencido de que, ya que es él quien escribe, también es solamente su soberana visión la que se impone, dejando bien a las claras cada una de sus filias y cada una de sus fobias.
Por supuesto, hay cosas que, vistas con perspectiva, no se tienen en pie, como sus pronósticos acerca de los Rolling Stones o el hecho de dedicar todo un capítulo a un personaje tan escasamente relevante como P.J. Proby, y hay opiniones tan atrevidas y rotundas que resultan irritantes y parecieran más producto de un ánimo provocador que de una convicción real. No importa; se trata de un precio realmente asumible a cambio del cual recibimos un gratísimo rato de lectura palpitante, encendida, brillante.
Perlas escogidas
Enormemente atrevido y desprovisto de complejos (y de prudencia), Nik Cohn puebla las casi 400 páginas de Auanbabuluba Balambambú de intrépidos juicios de valor que cuestionan a menudo la condición de vacas sagradas de muchos de los protagonistas de su historia. Por supuesto, muchos le fascinan y cae rendido a sus pies, pero otros muchos le aburren o le parecen vulgares, mediocres o auténticos estafadores. Se atreve con todo, incluyendo el que posiblemente sea el comentario fundacional del irritante mito según el cual el bueno, el auténtico y el talentoso de los Beatles era John Lennon, mientras que Paul McCartney era un blandengue y un hortera.
La siguiente colección de citas es solamente una pequeña muestra de la afilada pluma del autor.
– Bill Haley: “Era espantoso, pero era el primero y esto fue lo que le hizo triunfar”.
– Richie Valens: “(Cuando murió en accidente de aviación) tenía 17 años y ya contaba en su haber con algunos de los peores discos de la historia del pop”.
– Tommy Steele: “Era todo pelo y todo dientes. Las personas mayores lo miraban sin sentirse ofendidas”.
– Otis Redding: “Barrigudo, con rodilleras en los pantalones, calcetines blancos, todo un aficionado”.
– The Beatles: “Mi opinión es que Lennon tiene un gran talento y McCartney carece de él. Es melódico, agradable, original, pero demasiado cursi”.
– Cilla Black: “Cuando se dejaba ir, su voz se convertía en un fragor destemplado monstruosamente estrepitoso, la melodía se perdía y se desencadenaba un verdadero infierno”.
– The Rolling Stones: “No creo que duren (…) Existen para tener éxito en un momento dado y luego desaparecer. Y si les queda algún sentido de la elegancia, se matarán en un accidente aéreo, tres días antes de cumplir los 30”.
– Bob Dylan: “Era un tipo raro. Técnicamente no era nada, tocaba mal la guitarra y la armónica, siempre desafinada; su voz era fea, nasal, gemía. Sin embargo, tenía una fuerza magnética, se te metía en la cabeza”.
– The Small Faces (a quienes reconoce como uno de sus grupos favoritos): “Tenían el clásico don de engañarse a sí mismos. Se creían artistas cuando no eran más que unos bobos”.
– Donovan: “Las mismas cosas que le hacían atractivo como persona, su inocencia y su gran dulzura, hacían su música insoportable”.
– Crosby, Stills, Nash & Young: “Blandos y estúpidos”.
Aquí tienes la lista de canciones que acompaña este artículo:
Bill Halley. Rock Around The Clock
Elvis Presley. Hound Dog
Little Richard. Tutti Frutti
The Silhouettes. Get a Job
Eddie Cochran. Summertime Blues
Lonnie Donegan. Rock Island Line
Chubby Cheker. Limbo Rock
The Ronettes. Sleigh Ride
The Beach Boys. I Get Around
Steve Wonder. Uptight! / A Place In the Sun
The Beatles. Paperback Writer
The Searchers. Needles and Pins
The Rolling Stones. She´s a Rainbow
Manfred Mann. Mighty Queen
Bob Dylan. Just Like a Woman
The Small Faces. Sha La La La Lee
P.J. Proby. Mission Bell
The Byrds. Feel A Whole Lot Better
Love. Always See Your Face