La siguiente relación es una selección de “musas” que han influido en algunos de los artistas del último siglo, publicada recientemente por el diario británico The Guardian y firmada por el periodista Sean O’Hagan.
Lee Miller: Man Ray, Picasso, Roland Penrose
Lee Miller siempre estuvo detrás, pero también delante de una cámara. Comenzó a modelar a los 19 años en Nueva York, posando entre otros para el gran fotógrafo Edward Steichen, uno de los mayores representantes del Pictorialismo. A los 22 años comenzó a trabajar como asistente de Man Ray en París, convirtiéndose rápidamente en su amante, colaboradora creativa y musa.
Picasso también cayó brevemente bajo su hechizo, llegando a representarla en cinco de sus retratos. Más tarde, Lee se casó con Roland Penrose, el pintor surrealista, quien en su obra Noche y Día (1937) la retrató como una especie de diosa flotando en el cielo.
Desde su muerte, la reputación artística de Lee Miller ha ido en aumento, siendo considerada en la actualidad como una gran fotógrafa que también fue una gran musa.
Leigh Bowery: Lucien Freud
Antes de inmortalizar a la voluminosa y hasta entonces anónima funcionaria Sue Tilley, Lucien Freud quedó prendado de Leigh Bowery, un también gigantesco artista de performance, travesti, diseñador fetichista y deportista tirador de arco al que conoció en una actuación en traje de látex en la galería Anthony d’Offay de Londres en 1988.
A partir de ese momento, obsesionado con su figura, Freud le dedicó una larga serie de desnudos, representándole como una figura dionisíaca sacada del Renacimiento, tan mortal como llena de vida. «Lo encontré perfectamente hermoso», comentaba Freud después de la primera sesión de Bowery en su estudio, en la que este posó desnudo para el pintor.
Sara Lowndes: Bob Dylan
Como muchos otros grandes artistas, Bob Dylan tuvo muchas musas, desde la fantasía pasajera que fue para él Edie Sedgwick (también inspiración de Andy Warhol, para quien trabajó en varias de sus películas) hasta su primera novia duradera, Suze Rotolo, con quien apareció en la portada de su álbum The Freewheelin.
Sin embargo fue realmente su ex esposa Sara Lowndes quien sin duda destacó por encima de todas las demás y a quien dedicó su canción Sara (la única composición de Dylan que no habla en genérico sino que se refiere directamente a una persona real), contenida en el album Desire. Por si esto fuera poco, en la propia letra de esta canción Dylan afirma que escribió Sad Eyed Lady of the Lowlands (de Blonde on Blonde) para Sara Dylan.
Renée Perle: Jacques Henri Lartigue, John Galliano
El fotógrafo y pintor francés Jacques Henri Lartigue era un enamorado de la belleza femenina, que supo captar en múltiples ocasiones. Pero fue una modelo de origen rumano, Renée Perle, quien le cautivó –a él y a su cámara– como ninguna otra. Imagen tras imagen, Lartigue rindió homenaje a su estilo, elegancia y gran belleza, llevándola consigo como su amante/musa en un largo recorrido por las lujosas villas de vacaciones de Cannes y Biarritz en 1930.
Parece que, literalmente, la consideraba como su ángel, de quien dijo en una ocasión: «Veo en ella un halo de magia». Más recientemente, Renée Perle se convirtió también en la inspiración para una colección del diseñador de moda gibraltareño de madre española John Galliano.
Maud Gonne: Yeats William Butler
La actriz, feminista y revolucionaria irlandesa Maud Gonne fue el gran amor no correspondido del poeta y Nobel de Literatura (1923) también irlandés William Butler Yeats y, como consecuencia, un tema recurrente en buena parte de su poesía. Butler Yeats se encontró por primera vez con Maud Gonne en Londres en 1889, cuando esta contaba tan solo 22 años. A pesar de que pasaron las siguientes nueve noches juntos, ella se negó rotundamente a corresponder sus sentimientos.
Sin lograr superar la situación, William siguió dedicándole multitud de poemas, incluso después de que Maud se casara con el revolucionario John MacBride. Después de la muerte de su marido –fue ejecutado en 1916 por su participación en la llamada “Insurrección de la Semana Santa”–, William propuso de nuevo matrimonio a Maud. Sobre ella escribió: “¿Por qué debo culparla de haber llenado mis días de miseria?”
Arthur Rimbaud: Dylan Thomas, Bob Dylan, Allen Ginsberg, Jim Morrison, Patti Smith
El inquieto y salvaje espíritu de Rimbaud ha sido recogido por muchos artistas del siglo XX, entre los que se incluyen Dylan Thomas, Bob Dylan, Allen Ginsberg y Jim Morrison. Pero cuando se evoca a Rimbaud como “musa”, quien sobresale es la cantante y poetisa punk estadounidense Patti Smith, que en su poema Devociones. A Arthur Rimbaud escribe: «Rimbaud era un canto rodado (a rolling stone). ¿Son perseguidos todos los profetas?”, haciendo explícita la relación entre el poeta visionario y el grupo pionero del rock and roll, que también influyó en ella profundamente. Más que nadie, Smith mantuvo vivo el legado de Rimbaud, asimilando su estilo para crear un sorprendente híbrido entre el rock y la poesía.
Catherine Deneuve: Luis Buñuel, Yves Saint Laurent
Catherine Deneuve representa a un tipo de musa muy actual. Icono mundial del más exquisito de los estilos, su particular encanto francés y su misteriosa e indescifrable belleza hicieron que se convirtiera en la musa preferida tanto por Luis Buñuel como por Yves Saint Laurent, dos temperamentos artísticos muy diferentes.
Buñuel vio en ella algo inalcanzable que la hacía perfecta para sus intencionadamente perversas y agudas películas. Yves Saint Laurent, sin embargo, supo captar su elegancia natural y su estilo atemporal. Durante más de 30 años fue la cara de su sello, una musa fiel que sólo llevaba sus creaciones, la encarnación de una visión del diseñador.
Zelda Fitzgerald: F. Scott Fitzgerald
Pocas musas literarias han logrado personificar toda una época a la vez que inspiraban a su más brillante cronista. Zelda Fitzgerald fue la enfant terrible más representativa de los llamados locos años veinte, quien, según sus propias palabras, «no tenía un solo sentimiento de inferioridad, timidez o duda, además de carecer del más mínimo principio moral».
Fue el árbitro no sólo de la edad moderna, sino también de todo lo que ha seguido, desde el culto a las celebridades a la idea de la belleza perdida. Y fue, sobre todo, el modelo literario para muchas de las heroínas que salieron de la pluma de su marido, F. Scott Fitzgerald, quien en una ocasión escribió sobre ella: «No sé si Zelda y yo somos reales o si somos personajes de una de mis propias novelas».
Gala Dalí: Salvador Dalí, Louis Aragon, André Breton, Max Ernst
Elena Ivanovna Diakonova, conocida más tarde como Gala, nació en 1894 en el seno de una familia de intelectuales rusos. A los veinte años ya era amante, esposa y musa del poeta Paul Eluard, convirtiéndose en una figura clave del movimiento surrealista que inspiró a artistas como Louis Aragon, André Breton y Max Ernst. Para Breton, de hecho, llegó a resultar un tormento emocional hasta el punto de que años después afirmó que “la despreciaba”.
Gala conoció a Salvador Dalí –10 años menor que ella– en 1929, pasando inmediatamente a ser su musa para toda la vida, inspirando muchos de sus cuadros y, según palabras del propio artista, a “salvarle de la locura”. A pesar de sus muchas aventuras amorosas, Dalí llegó a retratarla como la Santísima Virgen, además de representarla en varias pinturas de tipo religioso.
Alice Liddell: Charles Dodgson (Lewis Carroll)
La musa niña de Charles Dodgson (Lewis Carroll) fue Alice Pleasance Liddell, hija de un matrimonio amigo de Dodgson, quien a la edad de 10 años fue la inspiración que le llevó a escribir su famoso libro Alicia en el país de las maravillas, después de haber pasado una bonita tarde, el 4 de julio 1862, en compañía de Alice y sus hermanas disfrutando de una comida campestre e inventando historias para entretener a las niñas.
Charles Dodgson también la fotografió en muchas ocasiones, la más famosa, la toma que la representa como una niña mendigo, un retrato que combina la fantasía y la seriedad de un modo más bien inquietante. La naturaleza de la amistad/enamoramiento de Dodgson con Alice se ha convertido en una fuente de debate espinoso desde entonces, pero de cara a la historia basta decir que sin Alice, no habría existido Alicia.