Para ello, el MUICO ha elegido como comisario a un artista ya consagrado de su propia colección: Juan Ugalde (Bilbao, 1958). Éste, a su vez, propone una exposición temporal, además de incorporar una novedad: el apoyo a los jóvenes creadores. Es decir, la muestra se configura a partir de la presencia de obras de tres artistas jóvenes elegidos por el ya consagrado, y junto a obras de este último. Los tres tienen edades diferentes, escalonadas casualmente en intervalos de cinco años: Fernando García [1] (35 años), Miren Doiz [2](30) y Maíllo [3] (25).
La «acotación temática» de la exposición gira en torno a las maneras y acercamientos que, ejemplos de cuatro generaciones españolas, realizan estos creadores con respecto a la pintura como medio artístico. De alguna manera, es el comisario-artista, Juan Ugalde, el que marca la pauta. Siendo uno de los principales representantes del renacer de la pintura en España durante la década de 1980, destaca, sobre todo, su herencia experimental, que hibrida sin vergüenza pintura y fotografía, o collage, configurándose además como un interesante bricoleur de la narración visual.
Vuelta a la pintura
Y, ¿a qué nos recuerdan esas cíclicas y estratégicas vueltas laudatorias a la pintura? Un buen ejemplo precedente es el momento en el que Ugalde inició su carrera, al son de las tendencias internacionales denominadas transvanguardia [4], neo-expresionismo [5] y bad painting. [6] Todas ellas, maneras similares de arremeter contra la frialdad conceptual, a la vez que proponían una vuelta a la materia, a la artesanía y a la expresividad.
En 2011, la vuelta a la «maldita» pintura es algo más compleja. Esta recuperación sucede en un momento de vacas flacas y, por ello, resultaría natural una recuperación de los formatos bidimensionales y/o tradicionales, más fáciles de pasar de mano a mano en el intercambio mercantil. Claro ejemplo de esta tendencia fue la última edición de Frieze [7], con un clarísimo triunfo del collage, el dibujo y la pintura.
Pinturas expandidas
Sin embargo, como podemos ver en esta muestra, no todo es vuelta a lo más canónico, pues perviven y se rescatan maneras experimentales y huidizas, propias de aquellos tiempos pasados, aunque, no por ello, mejores.
Ejemplo de ello es la presencia, por una parte, de Miren Doiz [2](Pamplona, 1980) y sus pinturas expandidas. Entendidas como una derivación del medio, se hermana con artistas como Katharine Grosse [8] u Otto Zitko [9], por poner solo un par de ejemplos, además de con la denominada pintura pura dirigida hacia una abstracción gestual. Tales prácticas son el resultado de intentar alterar estéticamente la realidad, dejándose contaminar por el grafiti y el street art o la escenografía, proponiendo al espectador encontrarse dentro del cuadro. Destacaríamos la complejidad pictórica con la que procede la artista a partir de la experimentación con el color, sacándole provecho a todo lo que el medio le oferta, incluyendo degradados, cromatismos, rayados, veladuras e, incluso, atraverse con la incursión de objetos y materiales, entregándose a la tercera dimensión, generando algo así como collages gigantescos (aunque también incluye collages espaciales pequeños).
Y es que la sentencia de muerte que desde hace tiempo se pronosticaba para la pintura ha resultado ser una gran mentira. La pintura, eso sí, «estirada» en cuanto a término, está más viva que nunca, como ya declaró y demostró con la ambiciosa exposición y catálogo analítico David Barro [10] con su Antes de Ayer y Pasado Mañana, o lo que puede ser pintura hoy.
Grandes formatos
La exposición del MUICO podría funcionar a modo de micro-prolongación local de esa afirmación. Y es que ahora, más que nunca, la pintura se configura como el resultado de una intersección de lo que fue la propia pintura con la escultura, la instalación, la fotografía y la arquitectura. Aquellas propuestas que permanecen como lienzo (Ugalde y Maíllo) ceden casi siempre a la hegemonía de los grandes formatos, casi muralescos, conformándose el lienzo como medio tradicional de creación de realidades pictóricas, donde, a la vez, se da rienda suelta a la mezcla caótica de elementos de nuestro imaginario colectivo (diferentes épocas, tiempos, realidades, ficciones).
Fernando García [1] (Madrid, 1975) se niega como pintor y su inclusión en esta exposición afirma aquello que señalara el pensador francés Thierry de Duve [11], proponiendo dejar de entender la pintura como técnica para empezar a percibirla como tradición.
La pintura es una idea, una forma de pensar la propia pintura en su posibilidad de aprehender el mundo. Y García, a través de lo que podríamos llamar instalaciones, «pinta» a partir de la disposición en el espacio de elementos y materiales como lonetas, vigas de madera o impresiones fotográficas. Se nutre del objetc trouvé y el concepto, generando en su combinación una narrativa muy personal. Su parte en la exposición resulta algo esquiva o más bien perturbadora, sorprendiendo sin defraudar. La incursión de la misma en un discurso en torno a la pintura nos obliga a mirarlo con otros ojos, guiados a la vez por una curiosidad en busca de lúcidas conexiones.
Cerca del arte bruto
Sorpresa la que nos tenía preparada la presencia más joven de la muestra: Maíllo [3] [3](Madrid, 1985). De nuevo nos confirma el buen ojo que está teniendo la Galería Jose Robles [12] a la hora de ‘fichar’ talentos. A pesar de ser justamente, por formato, el más canónico (óleo sobre madera, lienzo o papel), trabaja un contenido que en apariencia y procedimiento lo sitúa cerca del arte bruto y todos sus elementos, a la vez que gestionándolos de una manera muy personal.
Aparte de las propias obras, sorprende la manera en la que, como creador, se auto-explica y narra su manera de entender la pintura, a la vez que representa una tradición perdida, la de ser pintor porque el cuerpo se lo pide. Trabaja desde las vísceras, entendiendo la creación como experiencia fisiológica, tras un estado exaltado y de catarsis, disfrutando y experiementado todo lo que la técnica pictórica y artesanal regala. La importancia de la escritura como forma y signo estético es un buen ejemplo de esa huida del concepto y el interés por la pintura como objeto, forma y materia. A la vez se mantiene cercano a maneras metafísicas y totémicas de entender la pintura. Por otra parte, rebaja ese elemento de genio creador, gustando de trabajar cercano al procedimiento industrial a base de series, probando diferentes medios (pintura, serigrafía, arcilla, etc.).
¿Falsa retrospectiva?
A pesar de que una presencia numerosa de obras de cada artista podría parecer una buena manera de profundizar sobre el trabajo individual de cada uno, ésta resulta al final algo excesiva, resultando en algunos casos una falsa retrospectiva. Y es que no debemos olvidar que es un proyecto curatorial, y quizá el diálogo entre las obras y el discurso que de ello debería emerger, se pierde un tanto por el número y distribución de obras y autores en el espacio.
Sin embargo, no deja de devenir buena ilustración de aquello que Rosalind Krauss señalara en cuanto a que «categorías como la escultura o la pintura han sido amasadas, estiradas y retorcidas en una extraordinaria demostración de elasticidad, revelando la forma en que un término cultural puede expandirse para hacer referencia a cualquier cosa (…) Lo nuevo se hace confortable al convertirse en familiar, al contemplarlo como una evolución gradual a partir de las formas del pasado».
Madrid. A vueltas con la maldita pintura. Museo Colecciones ICO (MUICO [13]).
Hasta el 19 de febrero de 2012.
Comisario: Juan Ugalde.
REVISTA / CÁTÁLOGO: Edición digital [14].
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