Probablemente Gioia haya titulado su último libro –Cómo escuchar jazz– buscando seducir a un público con ganas de sumergirse en una de las mejores cosas que ha exportado nunca Estados Unidos, pero sería una pena que lo dejaran pasar los aficionados que peinan canas; a cambio de leer por enésima vez sobre la personalidad irascible de Miles Davis o el misticismo desatado de John Coltrane encontrarán una obra breve con mucha miga, con cantidad de interesantes y bien argumentadas reflexiones sobre el jazz clásico y el actual, dando cuenta de las mutaciones pasadas y augurando las más inmediatas.
Gioia expone y argumenta dando prioridad a su propia condición de oyente apasionado siempre presto a contagiar su entusiasmo. En realidad, en manual tan conciso y manejable están al final todas las respuestas a por qué le (nos) gusta tanto el jazz y las claves para que enganche al que aún no ha caído en sus redes. He aquí algunas.
Entrene el oído
Igual que no queda sino oír mucho un idioma para abrir el oído y llegar a entenderlo es preciso escuchar mogollón de discos para apreciar plenamente el pulso de una banda (“su metabolismo”), el fraseo tan particular de sus mejores solistas, el timbre que les distingue… Ojo: sin miedo y disfrutando siempre del proceso de aprendizaje. “La mayor parte es accesible a cualquiera dispuesto a escuchar y a abordarlo con paciencia”.
Déjese llevar por la improvisación
En el jazz hay partituras pero en ellas no figura una de sus esencias: la improvisación, tan estrechamente ligada a la personalidad. Cuenta Gioia que si conoce a un músico antes de oírle tocar puede prever fácilmente la manera en que improvisará; así el bromista aportará su dosis de humor del mismo modo que el tipo seguro de sí mismo tocará con asertividad. “Esta cualidad intensamente personal de la improvisación, su tendencia a reflejar la psique, puede ser el aspecto más cautivador del jazz”. Dicho de otra manera: si no hay expresión personal, no es jazz.
Asista al milagro
U2 o los Rolling Stones pueden repetir casi milimétricamente los conciertos de una gira. Tocan para grandes audiencias que en la mayoría de los casos acuden con unas expectativas parecidas y bastante concretas. Esta ley de la oferta y la demanda no suele producirse tanto en un concierto de jazz. Es más: no debe pasar. Gioia recuerda que el gran contrabajista Charles Mingus solía gritar a los integrantes de su banda “¡no lo hagas más!” después de un solo sublime, emocionante o muy aplaudido. Una buena consigna para evitar que el celebrado vuelva a recrear las mismas frases en la siguiente actuación. “Al jazz le entra una especie de rigor mortis cuando los que improvisan empiezan a bajar por ese camino tentador”. De ahí que los aficionados al jazz crean en los milagros bastante más que los seguidores del pop.
Conozca su historia y evolución
Mucho más corta que la de la música clásica y bastante más larga que la del rock, la historia del jazz acumula desde su origen más golpes de timón que ninguna otra (“cada revolución generaba una contrarrevolución; cada innovación dejaba al público preguntándose: ‘¿y ahora qué?’”) con Nueva Orleans como indiscutible punto de partida y el blues como materia prima original. Nació mestiza tomando prestado del ragtime, de las marchas militares o de la música de baile y desde entonces se ha apropiado casi de cualquier estilo que ha entrado en su radar: del tango al flamenco (que Gioia pasa por alto) pasando por la clásica, el fado o el hip hop. De la mano del autor nos adentramos cronológicamente en los sonidos propios de Nueva Orleans, Chicago, Nueva York o Kansas City; y conocemos los secretos de las grandes orquestas, la revolución del bebop o los preceptos de la vanguardia más libre.
Desconfíe de los agoreros
Los hay que llevan tiempo avisando que el jazz no vende, que apenas ocupa espacio en los medios de comunicación y que probablemente ya ha dicho todo lo que tenía que decir. Goia achaca el pesimismo a las consecuencias de la globalización y a la ausencia de héroes con la pegada y el potencial de marcar una época que tuvieron los Armstrong, Ellington, Parker, Davis, Coltrane o Coleman. “No se puede reducir la escena del jazz actual a dos o tres nombres representativos. Pero ¿eso es un signo de declive o un signo de vitalidad?”. Puede que falten esos nombres definitivos pero lo que es seguro, y así lo subraya en su libro, es que hoy todos los estilos del jazz “siguen vivos y prosperan en los escenarios”.
La era de los autodidactas pasó a mejor vida y las nuevas camadas de jazzistas llegan sobradamente preparados al estudio de grabación y a las salas de conciertos. Lo más importante es que vienen con las mismas ganas de probarlo todo que hace un siglo. El mundo del jazz no se deshace nunca de su pasado y al mismo tiempo siempre está mutando en su contacto con el exterior. No descarten una feliz convivencia entre las orquestas, quintetos y tríos clásicos de piano, contrabajo y batería con otras formaciones que incorporen DJ, raperos y programadores. El futuro no está escrito pero, como bien apunta Goia, será cualquier cosa excepto aburrido.
Cómo escuchar jazz
Ted Gioia
Traducción: Inmaculada Pérez Parra
Editorial Turner
232 páginas
22 euros