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En homenaje a Ramón Gómez de la Serna

El propio Ramón creía que la biografía debía hacerse desde la anécdota, puesto que los pequeños hechos de lo cotidiano son los que mejor definen a los genios que se reseñan. Se trata de que se comprenda la personalidad del personaje, y para ello hay que entender al personaje en su presente, en su vida cotidiana, entender la atmósfera que respiraba y la realidad con la que se enfrentaba. Algo que sólo se refleja en acontecimientos o momentos particulares de la vida del biografiado, cuya trascendencia, si logra detectarse, facilita la comprensión del verdadero papel del personaje, pues obligan a mirarlo desde su punto de vista, como si estuviera vivo. Dichos actos o momentos dependen, como es lógico, de la vida particular de cada personaje, en el caso de Ramón se han elegido dos, aunque podrían haberse escogido muchos más: la impresión del Manifiesto Futurista y su velocísimo exilio a Argentina.

Hito sin precedentes

El primer hecho es profundo por el ambiente en el que se inserta. Hay que imaginarse a Ramón saliendo de la calle de la Puebla, 11, hoy 9, con el número de Prometeo bajo el brazo en el que constaba la traducción del manifiesto de Marinetti. Simplemente la calle que vio nacer lo que constituye un hito sin precedentes en la historia de la vanguardia española, sus habitantes y su escenario, suponen un contraste tan brutal con el acto en sí mismo que la figura de Ramón adquiere proporciones gigantescas, y su audacia unas dimensiones absolutamente épicas.

El Madrid de 1909, y especialmente el Barrio Maravillas de 1909, foco de golfos, bohemios y demás gentes del mal vivir, por no hablar de la fauna española típica de la Restauración, de apariencia más respetable pero de moral mucho más reprobable, resulta el escenario más descabellado para dar a conocer lo que fue la posición estética más avanzada de su momento. Y algo de lo más activo y agresivo, además, pues el Futurismo se caracteriza por eso precisamente.

Es como imaginarse un cuadro de Solana, por citar algo cercano a Ramón y con cierto tipismo, a cuyos personajes se les intenta explicar cómo funciona el cubismo y qué se debe hacer para cambiar la vida con él a través de la velocidad y la violencia. Algo inverosímil completamente, que da buena cuenta de la improbabilidad de Ramón, una característica esencial no sólo en lo que se refiere a sus obras y a una idea más o menos formal de estética, sino sobre todo a la aptitud con la que dichas obras se insertaban en su presente: resultando, al menos al principio, de lo más improbable.

Cuando todo resulta inconexo

Su Concepto de la Nueva Literatura, leído en público, además, la publicación del panteón de escritores finiseculares en Prometeo, incluso el banquete a Larra celebrado ese mismo año, todo resulta inconexo entre sí excepto en que el ejecutor es el mismo, y la única conclusión segura es que éste debe ser un solitario, un precursor al que se entiende demasiado tarde. La mezcla de nuevo y viejo no puede entenderse de otra manera, nada más puede explicar a un personaje que se declara heredero de Larra al tiempo que amigo de Marinetti.

Por eso, la imagen de Ramón saliendo de la “oficina” de Prometeo con el ejemplar de ese mes impreso constituye uno de sus mejores retratos y se debe insistir en el hecho, puesto que sucede en un momento en el que en las calles de Madrid el encuentro con alguien considerado “moderno”, como podía considerarse moderno a Marinetti, era de lo más quimérico. Alejandro Sawa acababa de morir hacía apenas un mes, y sus contemporáneos pertenecían mucho más a lo “viejo” que a lo “nuevo” en la jerarquía vanguardista, aun y cuando Ramón se sintiese su deudor. Si se enlaza un hecho con otro, muerte de lo viejo y publicación de lo nuevo, Ramón sale como un héroe terriblemente lúcido que escoge la opción más imposible, por moderna, del panorama cultural español de su momento.

Circunstancias de la historia

El otro hecho revelador es el escasísimo tiempo que tardó Ramón en salir de España tras estallido de la Guerra Civil. El golpe militar fue el 18 de julio, y él ya estaba en Buenos Aires en agosto. Al parecer, fue la visión de Pedro Luis de Gálvez armado hasta los dientes lo que asustó a Ramón y le decidió a irse. Lo cierto es que responde a concepciones más generales de las circunstancias españolas de ese momento, aunque bien es verdad que Gálvez adquirió cierto protagonismo durante la contienda, oscuro protagonismo que lo relaciona con checas y demás sucesos.

La estampa de Gálvez a la zapatista debía ser terrible, pero la huida acelerada de Ramón responde al mismo sentido de improbabilidad que sus actos estéticos más audaces. No escoger bando no estaba tolerado en una época tan tensa, y es justo lo que hace Ramón: no elegir y encima darse a la fuga. Es otra prueba de la fuerza de su personalidad, a través de lo improbable, que se demuestra porque de hecho le costó parte de su posteridad y, por supuesto, trastocó para siempre su modo y calidad de vida. La independencia y audacia que demuestra es tanta o mayor que la que demostró con la publicación del Manifiesto Futurista, su figura adquiere las mismas dimensiones heroicas (de la modernidad), y la posición es la misma: absolutamente solitaria.

En 1909 es un joven casi desconocido y en 1936 un clásico de crítica y mercado. Sin embargo, su postura es esencialmente la misma, y los actos inverosímiles de afirmación personal son los mismos. Por eso resulta pertinente homenajear al escritor madrileño en lo que sería su cumpleaños recordando dos hechos, igual o más elocuentes que cualquier obra de su situación en la vida cultural española de su época: solo frente a todos.