Evaristo Valle (1873-1951) es uno de los grandes nombres del arte de entre siglos y que, sin embargo, permanece sepultado bajo el peso de la historia. A la altura de otros ilustres pintores como Regoyos o Beruete, Valle no alcanzó en vida el reconocimiento que sin duda merecía. Su carácter introvertido y su dificultad en las relaciones personales supusieron un obstáculo importante en el impulso definitivo de su obra.
Enrique Lafuente Ferrari visita el estudio de Evaristo Valle, de la mano del amigo de ambos, Pedro González Coto, el 3 de septiembre de 1946. Lafuente Ferrari escribe sobre lo que vió: «Mi admiración se expresó de modo entusiasta, con todo el calor, al que Valle fue sensible. Lamenté que hubiera pintado tan de espaldas a Madrid, le dije que aquellos cuadros debían ser dados a conocer…Le pedí algunos datos sobre él y su obra prometiéndole escribir sobre su pintura y sobre la impresión que sus cuadros me habían producido».
Evaristo y su amigo Enrique conservan esta amistad hasta el final de la vida del pintor, alimentada por la admiración y respeto mutuo que se profesaban. Valle siente un especial agradecimiento hacia Lafuente Ferrari ya que, en el ocaso de su carrera y de su vida, encuentra un incentivo para seguir pintando, jaleado por las palabras de ánimo de Enrique y por la sincera devoción que tiene para con su obra.
Será a través de Lafuente Ferrari cómo Valle entre en contacto con el coleccionista bilbaíno Félix Fernández-Valdés Izaguirre. Enrique ejerce como intermediario en la adquisición de algunas obras para el vasco, entre ellas La niña y la vaca, Pueblo y Lluvia.
Perseguidor de la luz
El 21 de septiembre de 1947 lleva a la Exposición de Pintores Locales celebrada en el Salón del Instituto Jovellanos de Gijón cinco cuadros y en abril del año siguiente expone en la Sala de Arte El Escorial de Gijón cuatro paisajes en una muestra colectiva de pintura. El final de este año culmina con la gran exposición de pintores gijoneses del I Salón de Navidad, inaugurada el 20 de diciembre en el Salón del Real Instituto Jovellanos y en la que Evaristo expone también otras cuatro obras.
El último año expositivo de Valle se cierra con dos importantes muestras. La primera de ellas se inaugura en los salones del Real Instituto Jovellanos de Gijón del 6 al 20 de septiembre de 1949. Es una muestra individual, formada por 32 obras de tardía factura y organizada como homenaje al gran Valle por el propio Ayuntamiento de la ciudad. La segunda, el II Salón de Navidad que, patrocinado por la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Gijón, tendría lugar del 20 de diciembre de 1949 al 10 de enero de 1950 en el Real Instituto Jovellanos.
Valle fallece el 29 de enero de 1951 a consecuencia de un cáncer de estómago en su estudio gijonés del número 28 de la calle Enrique Cangas. Evaristo seguía siendo un hombre ilusionado por la vida, lleno de inquietudes que desde joven decidió vivir hacia adentro, y truncadas ahora por la muerte.
En el diario La Voluntad, el 31 de enero de 1951, se recogen los juicios de dos amigos y críticos de arte: José Francés y Lafuente Ferrari. El primero considerando al pintor como incansable «perseguidor de la luz a lo largo de horas furtivas y cambiantes, haciéndola sonreír en cielos brumosos y en tierra húmedas”. El segundo definiéndole como “una de las más exquisitas personalidades, no solo del arte español contemporáneo, sino quizá de todos los tiempos».
Publicaciones literarias
Así, tras la muerte de Valle tienen lugar dos acontecimientos relevantes: la publicación póstuma de su comedia dramática El Sótano, que había comenzado a escribir allá por 1934, y la inauguración de su busto en broce en el Parque Isabel La Católica de Gijón, obra de su amigo Manuel Álvarez Laviada.
[1]En lo que respecta a la producción literaria del artista gijonés, y como ya hemos señalado anteriormente, fueron dos obras únicamente las que publica en vida. La primera de ellas, Oves e Isabel, comienza a pergeñarse en 1917, momento de esplendor del movimiento regionalista. Muestra por vez primera los originales a su amigo Fernando Vela, quien lee con entusiasmo a Valle.
De ello tenemos noticias por la carta que Valle escribe al maestro Ortega el 5 de enero de 1918, donde además desea enviarle algún ejemplar si ésta llega a publicarse. «(…) Ahora Fernando Vela está leyendo una de mis novelas, y parece que le va gustando. En lo que lleva leído me ha hecho muy buenas observaciones. Si por casualidad llega a imprimirse, me tomaré la libertad de enviarle algún ejemplar (…)».
Enmarcada en la corriente literaria regionalista, la novela -de 195 páginas- cuenta la historia de un político, Pantaléon Oves, que, enamorado perdidamente de una joven aldeana, Isabel, ve mancillado su honor y ultrajada su honra por las constantes infidelidades de la joven. Valle muestra aquí, empleando como trasfondo el paisaje asturiano y las transformaciones sociales y agrícolas que la industrialización estaba causando, la corruptela política, los intereses personales del poderoso y la bajeza moral del ser humano. Con grandes dosis de humor e ironía, Valle critica el poder político y los cambios paisajísticos y sociales que se producen bajo la defensa del auge económico impulsado por la naciente burguesía.
Influenciado por la novela regionalista del también asturiano Armando Palacio Valdés, especialmente por su obra La aldea perdida (1903), y por la obra de su buen amigo Ramón Pérez de Ayala, a quien regala La paz del sendero en recuerdo del poema escrito en 1903 por el autor asturiano y titulado del mismo modo.
Entre la pintura y la escritura
La novela es editada por el propio Valle pero resulta un auténtico fracaso y decide, momentáneamente, aparcar la pluma para retomar el pincel de nuevo. Sin embargo, el asturiano sigue emborronando cuartillas en su estudio y construyendo, en su desbordante imaginación, mundos y vidas que no son los suyos pero que reflejan mejor que nada la inagotable capacidad creativa de su alma.
Habrán de pasar 15 años desde la publicación de Oves e Isabel para que se decida de nuevo con una obra digna de ser editada. Comienza así a escribir su comedia dramática El sótano, que será publicada póstuma en 1951, meses después de su muerte.
Escribe Valle este drama durante los sucesos de la Revolución de Octubre en Asturias, momento especialmente significativo y que se convierte en antesala del estallido de la Guerra Civil apenas año y medio después. La obra es una composición breve, donde el autor, en 70 páginas, sitúa a un grupo de personajes encerrados en un sótano. El suceso, tal y como lo escribe Valle en la acotación inicial, se sitúa en una capital de provincia cualquiera al norte de España en el año 1937, es decir, en plena Guerra Civil. Valle desconocía en el momento en que la escribió, el cariz que tomarían los acontecimientos y el inicio de la guerra. Por ello se muestra en cierto modo como visionario, como anunciador que pone sobre aviso al hombre frente al propio hombre, al ser humano como enemigo de sí mismo y como participante de cierto pesimismo antropológico.
En cuanto al argumento se refiere, la obra cuenta la dramática situación que viven un grupo de ocho personajes encarcelados en el sótano de referencia. Las cualidades y rasgos morales de cada uno de ellos les harán enfrentarse a su situación de modo dispar. Todos han sido atrapados por poseer una cómoda situación económica o por estar posicionados políticamente, en este caso, de la facción o partido perdedor.
Frente a la dificultad de asumir esta dura realidad, el drama presenta el dilema de sus personajes en aceptarla o revelarse y en el modo en que lo hará cada uno de los prisioneros. Todos son víctimas de sus propios miedos y pasiones y solo el personaje de Gabardina y de la criada Asunción serán capaces de afrontar el drama. A lo largo de toda la obra y siempre enmarcada en el mismo contexto sórdido y asfixiante del sótano, los personajes irán mostrando su auténtico yo hasta reconocerse a sí mismos. Esto les llevará a rechazarse y terminar asumiendo la realidad de su locura o de su muerte.
Uno de los grandes
En relación directa con las danzas medievales de la muerte, con el teatro expresionista de Bertolt Brech y precursor del teatro del absurdo de Ionesco, la obra de Valle muestra el drama interno de unos personajes que son incapaces de aceptar un destino irrefutable: su propia muerte. Bajo el disfraz y la máscara huyen de sí mismos, mostrando la incapacidad del hombre de reconocerse. Solo la luz del conocimiento, representada por la presencia de un cirio-vela, único punto de luz de todo el drama, permitirá a los personajes enfrentarse a sí mismos, a los otros y a su destino.
En definitiva, Evaristo Valle se nos muestra como uno de los grandes artistas nacionales del periodo de entre siglos. Un artista unitario que en su moderno humanismo mezcla pluma y pincel sin más guion que el de su alma. Con su apasionada y lírica visión de la naturaleza humana, con su humildad de genio doliente, sufridor en un mundo que muchas veces no comprendió y que otras tantas le daría la espalda, Valle construyó como nadie un universo personal a golpe de recuerdos que guardaba en su prodigiosa imaginación y que, dormidos en su alma, despertaban cuando las dudas asaltaban su tímida y genial personalidad. Es ahora cuando, tras la perspectiva que el tiempo otorga, Valle despierta de su letargo para sentar de nuevo la modernidad inmortal de su arte.
Sobre la autora
[5]Alicia Vallina Vallina es doctora en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Posee estudios de Arte Moderno por la Universidad de Cambridge (Christie´s Education London). Es funcionaria de carrera y ejerce como Técnico de Museos Estatales en la Subdirección General de Protección de Patrimonio Histórico de la Secretaría de Estado de Cultura.