Es bien conocida su hiperactividad y polifacetismo, no sólo en el ámbito cinematográfico, combinando la labor de actor con la de productor y director, sino también en el de la escritura y la música. Todo esto mientras realiza una tesis doctoral en Yale y un curso de arte digital en la Rhode Island School of Design. Parece que, después de todo esto, aún le ha quedado tiempo para presentarse como otra joven promesa del mundo del arte contemporáneo, y lo ha hecho de manera fulminante y eficaz, saltándose muchos de los pasos previos para construirse una carrera en este mundo (aunque no se saltó el del aprendizaje).
Tiene a su favor no sólo a miembros del selecto sistema, sino un conocimiento mañoso de los mecanismos básicos del arte actual y sus tendencias. Nunca hay que olvidar que aquellos que vienen del éxito mainstream y se embarcan a probar otros palos siempre son vistos con el ceño fruncido, desconfianza y nada de mano izquierda. Sin embargo, en cuanto estos consiguen unos resultados medianamente decentes, se les aplaude con mayor intensidad que al resto.
Retorno a lo natural
La presentación europea del James Franco artista aconteció como propuesta individual desplegada en los dos ‘venues’ berlineses de la galería Peres Projects [1]. Ciudad y espacio galerístico no fueron los únicos puntos clave para propiciar un triunfo, pues también se tuvo tino en la elección del día de la inauguración, haciéndolo coincidir con la Berlinale (Festival Internacional de Cine de Berlín), lo que aseguró una multitudinaria acogida de celebridades varias, prensa y curiosos en general. Ulrich Obrist y Klaus Bisenbach personificaban la guinda vistosa de la esfera artística.
La exposición ya venía avalada por la aceptación que tuvo en Nueva York y reúne piezas realizadas en los últimos cuatros años. Sin embargo, todo ello se ha ideado bajo la coartada paradójica –para el caso– de la retrospectiva, bajo el título The Dangerous Book Four Boys, que hace referencia al bestseller publicado en 2006 por Han y Conn Iggulden a modo de manual destinado a los chicos de entre ocho y ochenta años. En él, a través de trucos y consejos del tipo saber construir una casa en un árbol, conocer cómo orientarse en la oscuridad o confeccionar los mejores aviones de papel, se alude a esa infancia perdida, típicamente americana, caracterizada por el contacto con la naturaleza y el aprendizaje a través de la aventura y el ingenio, estereotipado en el ‘boy scout’, picarón enterrado irremediablemente para siempre bajo la actual bunkerización virtual del infante.
Ese retorno a lo natural lo observamos repetidas veces como leitmotiv en la obra de Franco, bajo la presencia de la infancia y la adolescencia (muy de moda en la actualidad), de animales, parajes y elementos naturales, pero el artista lo modifica –no solo desde el título– de manera sutil, añadiendo cierto ingrediente viciado, oscuro o anormal a lo bucólico y tradicional. Páginas del libro expuestas han sido garabateadas por el autor. La memoria de la infancia aquí se mezcla con pesadillas, traumas y castigo y destrucción (fuego, disparos y abandono).
Detritos mentales y objetuales son sacados del mercadillo de los recuerdos de la infancia y adolescencia y sus símbolos son convertidos en fetiches exhibibles (juguetes, posters, caballitos de tiovivo, peluches). Todo ello se dispone por montaje espacial en un collage diogenesco y caótico donde se reflexiona acerca de aspectos como la familia, la nostalgia o los recuerdos.
Distintos formatos
Los formatos expuestos son variados: dibujos, fotografías, esculturas, instalaciones, pero, sobre todo, vídeos (19 piezas), medio con el que se siente cómodo, no sólo por defecto profesional sino porque con ellos reconoce asumir todo el poder. Como video-artista no sólo se presenta como hijo pródigo de McCarthy, Waters, Korinne o Clark en cuanto a temática y estetización (The Goat Boy), sino también del Warhol, que experimentó radicalmente con el proceso (Burning House). En varias de estas cintas, Franco escapa del papel marioneta de actor, jugando en papeles más performáticos y libres.
En los vídeos destacamos la constante provocación de la incomodidad en la mirada del espectador, a través de estos trucos derivados de los errores cotidianos en el uso de una videocámara (zoom en momento erróneo, falta de luz, movimientos alterantes, fragmentación constante del cuerpo grabado), que, sin embargo, ahora se utilizan a propósito a modo de experimentaciones formales y estéticas. Todo ello, unido a la eliminación del sonido, va anulando el placer de la mirada en el espectador, focalizando en la indagación visual discontinua que disloca la tradicional y lógica línea narrativa occidental.
Una muestra interesante, en primer lugar, por funcionar a modo de foco revulsivo de ciertos aspectos patentes en la actualidad del arte contemporáneo y sus relaciones con otros medios, expectaciones y audiencias. Más allá de todo su envoltorio, circunstancias y aspectos contextuales, destacaremos la fuerza de varias de sus piezas a pesar de la ausencia de cierta frescura y un ligero resabiamiento que incluye esos trucos que gustan tanto y triunfan de manera facilona en ciertos círculos. En cualquier caso, es solo el principio de una carrera que juega con todos los elementos para ser meteórica.