Es entonces cuando aquello que nos resulta incómodo es apartado hacia lo lejos, por convención, y las sociedades civilizadas se edifican sobre convenciones. Convenciones o conveniencias. Cuando Jean Dubuffet (1901-1985) defendió un “Arte Otro” se propuso levantar el velo que cubría de posibles prejuicios al arte más “académico” y luchar a favor de la libertad creativa, más allá de toda forma o idea, de todo “rito”, más allá de toda clase social.
Una reacción antiacadémica que, por supuesto, se debía al ámbito estético pero también a la carnicería que se vivió durante la Segunda Guerra Mundial, así como a la crisis de valores que sacudió Europa (y el mundo) tras la contienda.
En lo estético, hundía sus raíces en las vanguardias artísticas más radicales, así como en la progresiva decadencia que la “alta cultura” sufrió (sufría ya) como catalizador de las realidades sociales que se abrían paso a empellones desde, prácticamente, mediados del siglo XIX (señalo esa fecha, claro está, por citar un hipotético inicio); el informalismo europeo (en oposición al norteamericano), corriente donde tuvo cabida la obra de Dubuffet, siempre fue más cáustico, más crítico con el mundo que le rodeaba.
Origen en la experiencia humana
Los altos valores atribuibles a una sociedad que se había devastado a sí misma, no podían ser ya axiomas invariables en todo tiempo y lugar. Así como el derribo de los preceptos academicistas ha fundamentado, desde siempre, el avance y la evolución del arte y (a nivel simbólico-perceptivo) el del espíritu humano, la creación popular ha influido a menudo a dicha “alta cultura”, que entretanto, ha ido llenando museos y ambientes “exquisitos”.
Siendo el siglo XX un período tan rico en manifestaciones culturales a nivel popular, es lógico pensar que Dubuffet planteara (allá por 1945) un arte de lo cotidiano. Un arte que reflejase la pluralidad de emociones que le son exigidas a la cultura: todo un abanico de posibilidades cuyo punto de origen es la experiencia humana en todas sus dimensiones y en todos sus alcances, desde lo blanco, hacia lo negro, pasando por toda una infinita gama de grises. Dicho todo lo cual, se entiende por qué se le considera uno de los artistas más influyentes de su tiempo y de toda la segunda mitad del siglo XX. Su obra, sea escultórica, pictórica o musical (también) no puede dejar indiferente a nadie.
Sin embargo, a veces se afirma que los textos de este autor suelen ser tan interesantes como su propia obra matérica. Es del todo cierto, aunque a él, como buen artista plástico, no le resultase atractiva esa idea. Así, en 1959 Jean Dubuffet nos habló de sus “texturas sobre el suelo”. Se trata de obras donde el suelo cobra un papel inusitado como forma artística.
Al mencionar su trabajo, Dubuffet elude los “grandes temas”, aquellos valores atribuibles a lo absoluto y a lo sentencioso (que yo mismo, hago el inciso, he empleado al referir términos como “espiritual”, lo “humano”, etc… y que parecen o aparecen tan grandilocuentes o inevitables según el uso). Los considera, de hecho, implícitos en nuestra manera de ser en tanto que (Ay…) seres humanos. ¿Fue la obra plástica de este artista un nuevo repaso a estas cuestiones?
No. Él se vio atraído por los aspectos marginales de nuestra vida, porque, en realidad, ocupan la mayor parte de nuestro tiempo. Le atrajeron las acciones rutinarias. Rituales diarios que ignoramos por sernos tan comunes y que componen por sí mismos los incontables volúmenes invisibles que describen nuestra historia.
¿Es acaso el estado consciente del hombre el estado mismo del hombre o es en cambio la manera marginal de comportarnos? ¿Diríamos que la cautela sustituye a nuestra verdadera naturaleza? Al fin y al cabo, y tomando prestadas las palabras de Dubuffet, todo en esta vida son experiencias, todo es información, lo es incluso aquello a lo que no le damos importancia. Un trozo de tierra posee una información propia, aunque para nosotros sólo sea accesible una parte por medio de los sentidos. Algo tan común a todos como el suelo que pisamos nos debe hacer recordar que lo que tomamos como aspectos que nos diferencian del prójimo son tan sólo matices, formas de mirar y de sentir. Nos debe proporcionar algo más rico que un cúmulo de frases hechas o de ideas manidas. Empezando por sugerirnos una mentalidad, sin duda, más libre y receptiva.
Suelo terroso de Jean Dubuffet puede verse en la colección permanente del Museo Reina Sofía (MNCARS) de Madrid.
La fotografía de Jean Dubuffet pertenece al archivo del fotógrafo Bill Brandt. (Minneapolis Institute of Arts’ Department of Photographs).