Esa es la conmoción que la verdadera poesía comporta. Como sólo se da con los grandes autores, tras haber leído a Valente ya no somos los mismos.
Serán ceniza…
Cruzo un desierto y su secreta
desolación sin nombre.
El corazón
tiene la sequedad de la piedra
y los estallidos nocturnos
de su materia o de su nada.
Hay una luz remota, sin embargo,
y sé que no estoy solo;
aunque después de tanto y tanto no haya
ni un solo pensamiento
capaz contra la muerte,
no estoy sólo.
Toco esta mano al fin que comparte mi vida
y en ella me confirmo
y tiento cuanto amo,
lo levanto hacia el cielo
y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.
Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,
cuando se me ha tendido a modo de esperanza.
Para quien firma este blog, la Sombra que suscribe estas palabras, esa que de principio asume el riesgo, y la posible injusticia también que esconde cualquier clasificación de este tipo, Valente es uno de los dos o tres poetas mayores, de más hondo calado, que ha dado la lengua española en la segunda mitad del siglo XX.
La víspera
El hombre despojóse de sí mismo,
también del cinturón, del brazo izquierdo,
de su propia estatura.
Resbaló la mujer sus largas medias,
largas como los ríos o el cansancio.
Nublóse el sueño de deseo.
Vino
ciego el amor
batiendo un cuerpo anónimo.
De nadie
eran la hora ni el lugar
ni el tiempo de los besos.
Sólo el deseo de entregarse daba
sentido al acto del amor,
pero nunca respuesta.
El humo gris.
El abandono.
El alba
como una inmensa retirada.
Restos
de vida oscura en un rincón caídos.
y lo demás vulgar, ocioso.
El hombre
púsose en orden natural, alzóse
y tosió humanamente.
Aquella hora
de soledad. Vestirse de la víspera.
Sentir duros los límites.
Y al cabo
no saber, no poder reconocerse.
En su amplia obra confluyen dos vertientes de una abrumadora personalidad creativa: la poesía en sí misma y la reflexión continuada sobre la génesis y el fenómeno poético. ¿Por qué se escribe? ¿De dónde procede lo poético? ¿Para qué, para quién? Son preguntas constantes en el autor que van corporeizando textos de una profunda belleza que colocan al lector frente a los grandes temas del hombre y de la vida.
Latitud
No quiero más que estar sobre tu cuerpo
como lagarto al sol los días de tristeza.
Se disuelve en el aire el llanto roto,
al pie de las estatuas
recupera la hiedra
y tu mano me busca
por la piel de tu vientre
donde duermo extendido.
El pensamiento melancólico
se tiende, cuerpo, a tus orillas,
bajo el temblor del párpado, el delgado
fluir de las arterias,
la duración nocturna del latido,
la luminosa latitud del vientre,
a tu costado, cuerpo, a tus orillas,
como animal que vuelve a sus orígenes.
Adscrito en un primer momento al llamado ‘Grupo poético de los 50’ o ‘Generación del medio siglo’, desde 1966 su poesía evoluciona hacia aquello que se ha dado en llamar ‘Poesía del Silencio’, muy influida por una peculiar forma de misticismo en el que se mezclan figuras como san Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, y autores taoístas y budistas, aunque siempre se sintió muy alejado del encasillamiento y de la pertenencia a grupo literario alguno.
Su aproximación a la mística, sin embargo, se aleja de cualquier dogma religioso y no postula necesariamente la creencia en una divinidad personal. Esta entrada en el misterio se produjo en gran parte bajo el magisterio de la filósofa malagueña María Zambrano. Asimilando ls mencionadas tendencias filosóficas y culturales históricas en poesía y prosa y con el influjo evidente de la música y la pintura, la escritura de Valente profundiza y, a su modo, se obsesiona con conceptos como la inefabilidad, el vacío y la nada.
hálito
Mientras pueda decir
No moriré.
Mientras empañe el hálito
las palabras escritas en la noche
no moriré.
Mientras la sombra de aquel vientre baje
hasta el vértice oscuro del encuentro
no moriré.
No moriré.
Ni tú conmigo.
El lenguaje y la materia son otras de sus obsesiones, no muy alejadas de su sensibilidad cercana a la mística. La materia como constante engendradora de formas y el lenguaje, al que Valente quisiera liberar de su uso puramente instrumental, son dos vías de acceso al misterio de la existencia.
El adiós
Entró y se inclinó hasta besarla
porque de ella recibía la fuerza.
(La mujer lo miraba sin respuesta.)
Había un espejo humedecido
que imitaba la vida vagamente.
Se apretó la corbata,
el corazón,
sorbió un café desvanecido y turbio,
explicó sus proyectos
para hoy,
sus sueños para ayer y sus deseos
para nunca jamás.
(Ella lo contemplaba silenciosa.)
Habló de nuevo. Recordó la lucha
de tantos días y el amor
pasado. La vida es algo inesperado,
dijo. (Más frágiles que nunca las palabras.
Al fin calló con el silencio de ella,
se acercó hasta sus labios
y lloró simplemente sobre aquellos
labios ya para siempre sin respuesta
Esta imagen de ti
Estabas a mi lado
y más próxima a mí que mis sentidos.
Hablabas desde dentro del amor,
armada de su luz.
Nunca palabras
de amor más puras respirara.
Estaba tu cabeza suavemente
inclinada hacia mí.
Tu largo pelo
y tu alegre cintura.
Hablabas desde el centro del amor,
armada de su luz,
en una tarde gris de cualquier día.
Memoria de tu voz y de tu cuerpo
mi juventud y mis palabras sean
y esta imagen de ti me sobreviva.
El fulgor
Con las manos se forman las palabras,
con las manos y en su concavidad
se forman corporales las palabras
que no podíamos decir.
XXXIII
Ya te acercas otoño con caballos heridos,
con ríos que rebasan el caudal de sus aguas,
con sumergidos párpados y vientres sumergidos,
con jardines que bajan descalzos hasta el mar.
Ya llegas con tambores enormes de tiniebla,
con largos lienzos húmedos y manos olvidadas,
con hilos que deshacen en aire la mañana,
con lentas galerías y espejos empañados,
con ecos que aún ocultan lo que ha de ser voz.
Y de sí desatado el cuerpo envuelto en oros
desciende oscuro al fondo oscuro de tu luz.
XXXVI
Y todo lo que existe en esta hora
de absoluto fulgor
se abrasa, arde
contigo, cuerpo,
en la incendiada boca de la noche.
Por debajo del agua
Por debajo del agua
te busco el pelo,
por debajo del agua,
pero no llego.
Por debajo del agua
de tu cintura:
tú me llamas arriba
para que suba.
Para que suba al aire
de tu mirada;
mi corazón me enciende,
luego se apaga.
Te busco el pelo
por debajo del agua,
pero no llego.
Graal
Respiración oscura de la vulva.
En su latir latía el pez del légamo
y yo latía en ti.
Me respiraste
en tu vacío lleno
y yo latía en ti y en ti latían
la vulva, el verbo, el vértigo y el centro.
El 11 de septiembre de 1998, apenas cuatro días después de que un escáner confirmara que padecía un cáncer en la boca del estómago, aquel que un par de años más tarde se lo llevaría por delante, José Ángel Valente desde la lucidez y la profundidad escribía:
Me cruzas, muerte, con tu enorme manto
de enredaderas amarillas.
Me miras fijamente.
Desde antiguo
me conoces y yo a ti.
Lenta, muy lenta, muerte, en la belleza
tan lenta del otoño.
Si esta fuera la hora
dame la mano, muerte, para entrar contigo
en el dorado reino de las sombras.