El éxito de la muestra radica en que asume las particularidades vitales de Roth para hacerse sólo una idea global de ellas, para que funcionen como intermediarias de la creación literaria y nunca como algo condicionante. Eso constituye un auténtico triunfo, pues se trata de uno de esos artistas cuya figura oculta la trascendencia de su obra: fue judío germanófono durante el auge del nacionalsocialismo, un lúcido y desengañado escritor que se inventaba la historia de sus orígenes, casado con una mujer esquizofrénica, viajero incansable, forzado emigrante y muerto de alcoholismo.
Un francés venido del este
Claro que su obra se ajusta inevitablemente a una vida tan particular, y sólo es el producto creativo, subjetivo, de un hombre con unas circunstancias concretas. Y lo cierto es que las circunstancias de Roth quizá sean especialmente determinantes, pues sólo con el tiempo contradictorio que le tocó vivir -donde los pilares que soportaban una sociedad se transformaban radicalmente de la noche a la mañana- su figura, y lo que es más importante, su obra, se define a través de enormes pero comprensibles contradicciones. Por lo tanto, precisamente por vivir una vida tan singular, la contradicción se traspasa al presente: no se puede comprender su obra sin entender cómo fue su vida, aunque una oculte la otra.
Al fin y al cabo, se trata de un artista que se definió a sí mismo como “un francés venido del este de Europa, un humanista, un racionalista con espíritu religioso, un católico de cerebro judío, un verdadero revolucionario” (carta a Benno Reinfenberg, 1 de octubre de 1926), que fue capaz, entre otras cosas, de adoptar el punto de vista de un antisemita vehemente, y que trató de comprender el horror de su época en todas sus formas. Algo imposible de hacer para la mayoría mientras dicho horror se estaba desarrollando, pero que Roth entendió con una lucidez casi inexplicable, obligatoriamente contradictoria desde las perspectivas de su presente.
Y no se trata tanto de la situación política como de las mentalidades de su tiempo, algo aún más complejo. Sus escritos dan buena cuenta de ello, especialmente sus novelas, situándose siempre en un terreno ambiguo, en una tierra de nadie conceptual tanto o más contradictoria que el propio autor. Y sus protagonistas son siempre igual de paradójicos: miembros de la extrema derecha que dependen de judíos revolucionarios, revolucionarios que acaban comandando pogromos, apátridas cuyo único destino es hacer la guerra o miembros alienados de la sociedad que defienden unos valores que los acabarán condenando.
Sentido de la contradicción
La vida y la obra de Roth se explican mediante este sentido de la contradicción, y eso es quizá lo que lo convierte en un escritor genial, el hecho de que uno no sepa nunca dónde situarle. Ello no implica, claro está, que sea su principal característica artística o vital. Sus obras no adolecen de un estilo ni de una composición contradictoria o paradójica. Son textos que nunca son caóticos ni desordenados, al contrario. Tampoco en vida fue paradójico en sus posicionamientos, pues en ese sentido fue muy claro desde el principio y supo ver el peligro de los años treinta desde la década anterior.
Lo que significa esta contradicción es la forma que tuvo Roth de percibir su presente, que necesariamente aparece como algo paradójico, pues la única forma de entender una época tan proclive a justificar atrocidades por medio de falsos maniqueísmos (judío-ario, revolucionario-contrarrevolucionario) es a través de una posición que contemple las contradicciones que la definen verdaderamente, y más cuando se está inmerso en ella.
Como muestra, y para terminar, queda la siguiente anécdota. Cuando Soma Morgenstern, igualmente judío austríaco y escritor, se refugió en París en 1934, le comentó a su amigo Roth lo a salvo que podían sentirse los exiliados judíos en Francia, éste le respondió que allí apestaba a antisemitismo de la misma forma que en el resto de Europa (Huida y Fin de Joseph Roth, de Soma Morgenstern. Pretextos, Valencia, 2008). Morgenstern quedó perplejo, pues no se explicaba la contradicción entre esta opinión y el hecho de que Roth eligiese precisamente Francia para su exilio.
Desgraciadamente, el tiempo le acabaría dando la razón a Roth, demostrando que no todo era mucho más complejo de lo que aparentaba.