Composiciones supra-realistas
Con la misma paradoja puede explicarse Une Semaine de Bonté, novela-collage que se pueden visitar en la salas de la Fundación Mapfre de Madrid en Recoletos hasta el 31 de mayo, como de hecho se presentó la exposición cuando se mostró al público por primera vez, también en Madrid, en 1936. El catálogo oficial definía a los collages como un conjunto de “composiciones supra-realistas”, es decir, imágenes que sobrepasan lo real, que superan la realidad, a través de la buscada incoherencia de sus composiciones.
Es una explicación algo más compleja en la obra de Ernst que en la frase de Breton, pero la esencia de su significado es la misma: lo incomprensible de la realidad (por ejemplo el subconsciente, la simultaneidad, etc.), sólo puede representarse resaltando la imposibilidad de su comprensión, pues es su característica más definitoria desde nuestra perspectiva. Por eso siempre habrá paradoja. El ejemplo perfecto es la distancia que hay entre la apariencia de un cuadro cubista y su intención sincera de representar exactamente la realidad en su simultaneidad, tridimensionalidad, etc. El lenguaje se debe transformar, evidentemente, y liberarse de sus convenciones, exactamente igual que la escritura automática. Es la única manera de representar sinceramente algo inabarcable, pues obviamente ningún lenguaje puede expresarlo.
En el caso del surrealismo, concepto con el que se generaliza la obra de Ernst, la cosa se complica, ya que la paradoja no es el resultado de la dificultad para representar lo inabarcable, sino que está implícita en el propio término que define un tipo de esas representaciones. El francés “surréalisme” indica algo por encima de lo real, como el equivalente castellano superrealista o supra-realista. Ahí comienza la complejidad de los significados, pues se supone que lo que un surrealista sitúa sobre la realidad es precisamente aquello que subyace en ella: lo irracional, el subconsciente, la represión tácita, etc. Es obvio que es un acto de desvelar, pero ¿hasta el punto de situar lo que se descubre en un plano más real que la realidad percibida?
Término medio
La respuesta es un término medio: el surrealista toma una ocultación (un fenómeno incomprensible en su totalidad) y trata de convertirla en una obviedad. El resultado es una obra a medio camino entre lo explícito y lo implícito. Por eso el surrealista prefiere el arte figurativo al abstracto, es la única expresión posible, pues quedarse a medias es la única manera de obtener una representación que sea a la vez subyacente y sobresaliente con respecto a la realidad, aún cuando ambas cosas sean contrarias. De ahí la paradoja.
Une Semaine de Bonté es un extremo de esta manera de representar. Se trata de una serie de 184 collages obtenidos de xilografías de ilustraciones antiguas, divididos en grupos relativos a los siete días de la semana, cada uno con sus propios símbolos y acepciones. Constituye un extremo de paradoja surrealista porque en su caso, gracias al medio empleado, al doble significado se llega más por imposición que por elección. Como son imágenes construidas a partir de otras preestablecidas, siempre conservan un recuerdo de su sentido anterior que permanece en el nuevo. De ese modo el collage resultante nace con unos significados previos que deben acoplarse con los que le confiera el artista si pretenden expresar dos contrarios en una misma imagen.
Una polisemia obligada que se aprecia especialmente en la forma de los collages, ya que se distingue su estética previa al primer vistazo, y en ocasiones incluso se pueden identificar sobre la superficie las partes añadidas o sustraídas. Eso hace que a primera vista se descubra que son producto de una alteración y no de una creación, surgiendo preguntas sobre qué es lo nuevo y qué es lo que se ha alterado para construirse. El espectador se cuestiona sobre la naturaleza de las partes y del todo por separado, simplemente con mirar los collages. Y lo que ve no contribuye a clarificar las cosas, por supuesto, más bien al contrario. Las imágenes crean una realidad híbrida desde su apariencia, con seres, cosas y situaciones en constante debate entre lo que fueron y lo que son. No puede ser de otra manera, la forma tiene que construirse con una estética de lo incongruente, pues de otro modo no pueden exhibir y al mismo tiempo ocultar los significados.
La forma prepara el terreno al contenido, se podría decir. Es evidente el papel más que esencial que juegan símbolos y metáforas en esta construcción, cuyos mecanismos de comunicación escapan igualmente a las intenciones del artista. Las imágenes son el resultado de una mezcla de partes que constantemente evocan sus posibilidades de anterioridad. Lo lógico es pensar que el sentido del conjunto se descifra descubriendo el de las partes que lo conforman, por lo que la incongruencia aparece como metáfora, como mecanismo de expresión de un sentido superior.
Complejidad conceptual
Pero la lógica no sirve para analizar estos collages, y lo único que presenta un aspecto menos esquivo es precisamente aquello que mantiene la vaguedad de significados opuestos: la incongruencia en sí misma. Los collages son absurdos por la misma razón por la que lo es el surrealismo, porque es la única manera de expresar lo absurdo absoluto, la incongruencia general de la naturaleza humana. Por eso son inquietantes, porque se intuyen como reflejo, su irrealidad debilita las percepciones de la nuestra, que deja de ser fiable, pues se ha descubierto la fragilidad de sus convenciones. Se desvela una ocultación, sí, pero manteniendo el enigma: inmediatamente se nota que hay algo que está siendo deliberadamente expuesto (son imágenes impactantes), pero es imposible decir con exactitud qué es.
De ese modo se condiciona la complejidad conceptual de la serie. Al final son imágenes en las que sí que confluyen significados contrarios de lo real, gracias a esta estética de lo incongruente compuesta con materiales predeterminados. Sobresale una dimensión de la incoherencia y otra subyace, ambas con el mismo origen y, aparentemente, en la misma realidad.
Pero esta lectura es apenas una intuición, una interpretación subjetiva. Y las verdaderas preguntas, qué subyace y qué sobresale, carecen de respuesta segura. Lo único seguro es precisamente la incoherencia, la irrealidad, y ese es el éxito de Max Ernst. Equilibrar una combinación imposible de incertidumbres y expresiones contrarias para formar una obra de inmensa trascendencia estética.
Madrid. Max Ernst. Une semaine de bonté –los collages originales-. Fundación Mapfre. Instituto de Cultura. Pº de Recoletos, nº 23.
Hasta el 31 de mayo de 2009.
Comisario: Werner Spies.