Pero, ¿es esto arte?
En primer lugar, Maniquí juega a confundirnos: ¿Es esto arte? No sólo me hace dudarlo el hecho de que este maniquí no se diferencia en nada de cualquier otro de tipo industrial, sino también el que fuera pensado directamente para ser utilizado en el escaparate de una peletería y no para ser expuesto en una galería. Si no es artesanía sino fabricación industrial; si no nace con vocación estética sino con fines comerciales, ¿qué es lo que lo convierte en obra de arte?
Quizá deduzcamos la razón al echar una ojeada al resto de la producción de este escultor durante los años 40 y 50. En efecto, frente a una serie de obras que podríamos clasificar dentro de una figuración relativamente tradicional –como los relieves de Tauromaquia (1939) o la serie de cabezas femeninas La comedia humana (1940)–, que son aquellas que respondían a encargos de tipo oficial, encontramos otro tipo de obras muy diferente entre las que provenían de una actividad más íntima y alejada de la esfera pública: Maniquí, pero también la serie de esculturas Objetos hallados o Esculturas intactas (1945), responden a este segundo grupo.
Las llamadas Esculturas intactas son una serie de pequeñas figuras elaboradas con materiales y objetos que el escultor recogía durante sus paseos por las playas gallegas donde veraneaba. Ramas, conchas, guijarros de repente se convierten en pescadores, mujeres o peces. Piezas éstas increíblemente breves y modestas, pero de una indudable belleza, en las que se respira un sentido lúdico derivado de ese origen como mero entretenimiento veraniego. Se trata aquí de ese juego del “todo se parece a algo” que a todos nos es tan familiar –una nube con forma de elefante, dame un seis y un cuatro y aquí tienes tu retrato–; pero Ferrant juega a más cosas con nosotros.
En sus Tableros y Estáticos cambiantes, por ejemplo, propone un auténtico “lego artístico” al presentar al espectador una serie de piezas que él mismo debe colocar y combinar a su gusto para generar un relieve u otro. El resultado final, la obra de arte propiamente dicha, cada vez será diferente; idea que desarrolló en hierro y tres dimensiones en la serie Esculturas infinitas, con la que en 1960 ganaría el Premio Especial de la Bienal de Venecia.
El juego, espacio donde la modernidad está a salvo
Volviendo a Maniquí, y habiendo repasado toda esta producción, la de tipo personal y no oficial durante los años de la postguerra, podremos finalmente averiguar por qué, pese a no reunir ninguna de las características del “gran arte”, no dudamos ni por un momento de que este maniquí absolutamente convencional y comercial debe ser considerado como tal.
Porque en obras como ésta comprobamos que la experiencia de la vanguardia de preguerra no fue totalmente cercenada por la Guerra Civil, tal y como la historiografía creyó durante muchos años. En efecto, durante la postguerra ese vanguardismo no desapareció del todo, aunque sí tuvo que esconderse. Y lo hallamos, tímido pero auténtico, en aquellos géneros “menores” que podían pasar más inadvertidos al aparato represor: en el dibujo, la ilustración, el grabado, y, sobre todo, en el juego.
En Maniquí, finalmente, sentimos latir la sinceridad de un artista de la talla de Ángel Ferrant que, más que hacer un arte moderno, vivió en moderno él mismo. Un hombre que mezcló en su obra los más diversos medios de expresión mucho antes de que se hubieran inventado etiquetas como la de “artista interdisciplinar”, que estuvo implicado en cada una de las iniciativas renovadoras que surgieron durante la época (Amics de l’Art Nou, Academia Breve de Crítica de Arte, Escuela de Altamira…) y que representa ese “exilio interior” que, según se ha dicho, fue casi más duro que el exterior.
Pero Maniquí ha desaparecido de su antigua ubicación, junto a los lienzos surrealistas de Miró y Dalí, en la segunda planta del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. ¿Estará jugando con nosotros al escondite?
Maniquí, 1946. Madera y acero. 167 x 41 x 19 cm.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía – Colección permanente.