Pero el cómic, le pese a quien le pese, conforma una de las experiencias artísticas que mejor ha enlazado con la visualización de la experiencia del siglo XX. Su carácter tradicional como medio cultural de masas, unido al prejuicio ya caduco en tanto a su orientación al público infantil o juvenil, hubo de contribuir a su alejamiento de los altares artísticos reservados a otro tipo de manifestaciones tradicionalmente más «serias».
Por fortuna, esto ha cambiado bastante, y si podemos verlo así es gracias a ciertos movimientos o figuras claves en el pasado reciente del cómic que contribuyeron de manera decisiva a la dignificación del medio. Los nombres a citar serían muchos, empezando por Robert Crumb y Richard Corben en el underground americano, o bien grandes creadores de las escuelas europeas, como Dino Battaglia, Hugo Pratt, Crepax o Gerard Lauzier, pasando por un larguísimo y errático etcétera.
Enfants terribles
Entre todos ellos merecen especial mención los enfants terribles del cómic francés fraguados a la sombra de la revista Metal Hurlant a primeros de los setenta del siglo pasado, léase Enki Bilal, Druillet, Caza y demás. Entre todos ellos sobresale una figura monumental, como es la del recientemente fallecido Jean Giraud (8 de mayo de 1938-10 de marzo de 2012), también conocido como Moebius.
Este extraordinario dibujante, también guionista y colaborador en temas de cinematografía, es sin duda uno de los grandes pilares de la historieta francobelga de todos los tiempos. Fue, asimismo, merecedor de los más prestigiosos galardones del medio, como la Insignia de las Artes y las Letras de Francia (1985). Reconocido autor de uno de los personajes más populares del western, como es el entrañable teniente Blueberry –al que concibió en las páginas de la revista Pilote en 1964 bajo la égida de René Goscinny–, su escisión personal en el alter ego de Moebius fue posterior, pero siempre corrió paralela a otras manifestaciones de su particular enfoque del arte, en el que concebía el dibujo como una revelación del alma, de formas, conceptos e ideas. Así, la firma por la que Giraud es hoy más conocido aparecería a la par que su trabajo en Pilote, en esta ocasión en la publicación Hara-kiri como rúbrica casual de páginas satíricas. La explosión vendría años más tarde en Metal Hurlant.
Reelaboración minimalista
El contexto era inmejorable, ya que por entonces la Nouvelle Vague llevaba años revolucionando el cine europeo, toda vez que comenzaba a sonar fuerte el comix underground americano. La Metal Hurlant supondrá para Moebius un terreno abonado para la exploración de la propia creatividad y un campo de juegos para el uso del dibujo como ejercicio sensitivo, encauzado hacia la inmersión en los niveles más profundos de la conciencia. Es quizá por ese afán de indagación interior, tan acorde a ciertos entronques temáticos de la fantasía y la ciencia-ficción, que Moebius enlazó con los conceptos básicos del sustrato del arte moderno, obligándose a sí mismo a paliar en parte su inmenso virtuosismo técnico en aras del ejercicio de una suerte de reelaboración minimalista, que le sirve bien como vehículo para plasmar rasgos oníricos que indagan en la expresión sensorial a partir de experimentos cromáticos y compositivos, como podemos ver en su serie sobre el inclasificable personaje Arzach.
Posteriormente vendría la serie de El garaje hermético, en el que Giraud es ya plenamente Moebius, presentando toda una serie variante de estilos gráficos donde lo bufo se mezcla con el hiperrealismo, alterando esquemas y morfologías de personajes, experimentando para quebrar con los equilibrios de las monocromías del blanco y el negro y enarbolando la asociación errática de ideas en la construcción de mundos. Algo que retomará –aunque de forma algo más accesible– con la gestación del imprescindible El Incal. Le aplico el término de imprescindible no por el guión de Jodorowsky, disparatado e inquietantemente pretencioso, sino por la cima gráfica que supone dentro de la obra de Giraud.
También cine
Su influencia en el cine, sea explícitamente objeto de reconocimiento o no lo sea, es innegable. Trabajó en Alien (1979) con Ridley Scott, quien reconoció en ámbitos coloquiales (que no de forma acreditada) la influencia estética que para perfilar Blade Runner (1982) hubo de tener el dibujante francés. Más aún, ya que en una mítica historieta de Moebius firmada en 1976, The Long Tomorrow, es donde podemos encontrar las claves para gran parte de la puesta en escena que marca el paisaje urbano del filme.
Sea como fuere, lo cierto es que con la muerte de Jean Giraud el cómic queda huérfano de uno de sus grandes apóstoles, un visionario que entendía bien la naturaleza del medio como algo imbricado directamente a la experiencia artística, independiente de filosofías más o menos profundas o veraces, en tanto a una imaginería plástica y temática que es hoy, no cabe duda, inmortal.