En las temporadas más lluviosas solía modelar el barro en mil formas que dejaba secar, pero que pronto se tornaban en polvo. Fue con 15 años cuando decidió empezar a pintar utilizando cartones desechados a modo de lienzos. Derivaciones iniciales y espontáneas que calmaban esa imparable tendencia de unas manos que crean en un no parar de estar quietas.
Primitivismo decorativo
A primera vista, obras de color llamativo y plano que abordan a los ojos directamente, haciéndolos protagonistas en el espectáculo fenomenológico. Atraen a un nivel básico y esencialmente formalista, con su redondo resultado de carácter decorativo en el sentido menos peyorativo y digno. Poseen una cierta franqueza, autenticidad y sencillez que las podría conectar con aquellas obras africanas calificadas de “primitivas” por Picasso y demás modernos que, agotados de las vías convencionales occidentales, encontraran en ellas las nuevas fuentes de inspiración, perviviendo de manera clave en la esencia de la actividad contemporánea.
Ndugu viene de una familia de tejedores de vestiduras Kente asociadas a la familia real de Ghana y que en la actualidad son vestidas únicamente en ocasiones señaladas pero que, a la vez, se han convertido para la diáspora africana en un símbolo orgulloso de su herencia cultural. Consisten en ropajes de seda y algodón urdidos de formas y colores de simbologías concretas y diversas. No solo formalmente, sino todo lo que rodea al oficio marca claramente la actividad pictórica del autor.
Desde muy temprano, Ndugu comenzó asistiendo el oficio, cumpliendo la aparentemente nimia labor de observador mientras sostenía los hilos. Pronto asumió el deseo de querer aprenderlo por sí mismo, tarea imposible de manera autodidacta. Se necesitan años de práctica bajo la tutela de un maestro para desarrollar la labor con dignidad. Una práctica que tras horas de concentración provoca un exquisito y meticuloso baile de manos que provoca a la vez el vuelo de la imaginación. Oficio que exige extrema concentración y que no permite cometer ningún error, pues ambos lados deben realizarse de manera exactamente igual de perfecta y bella, a diferencia de las alfombras.
Una concentración que se traslada de manera menos intensa a su actividad pictórica, pero que pervive, sobre todo, a la hora de realizar las líneas geométricas que cruzan vertical y horizontalmente los campos de color, cuyos tamaños responden a un cálculo concreto previo realizado en el momento del sketch o borrador. En todas sus pinturas, estas líneas guardan el mismo tamaño (anchura de las horizontales: 5 cm. Y de las verticales: 4 cm). Esta equivalencia permite que, a pesar de que los cuadros tengan diversos soportes (lienzos, cajas, portadas de vinilos, paspartout) y tamaños (desde miniaturas a grandes formatos), puedan ser relacionados unos con otros, provocando un interesante juego a la hora de su exhibición.
Meticulosa perfección
Interconexión visual que crea una impresión multidimensional y escultórica. Los grandes campos de color son realizados por brochas o rodillos. Su delicadeza y ansia de perfección heredadas se prolongan hasta los últimos pasos, donde corrige cada ligera imperfección. El resultado es de una perfección exquisita, casi milagrosa que declarara el amor y respeto por la paciencia, la maña, el trabajo manual y el buen hacer.
Curioso que el resultado no nos resulte del todo ajeno. Nos remite fácilmente a las formas de la abstracción geométrica. A pesar de que Ndugu reconoce ser consciente de la existencia de autores como Mondrian, también añade no compartir nada sus complejidades filosóficas que suelen contaminar en muchas ocasiones la pintura. Huye de añadir inteligentes observaciones sobre sus motivaciones o guías a la hora de pintar. Sus obras más que transmitir ideas o filosofías, formalizan conceptos universales expresados de un manera local, asumida y apreciada. Actúan en sí de taumatúrgicos transportadores de básicas verdades como la armonía o la belleza. Por otra parte, también hay que comentar la diferente implicación y significación que el uso de un color y no otro supone en un artista como él. Su elección está imbuida de asociaciones directas anexas a una tradición ancestral muy diferentes a las variantes y más ligeras que flotan en Occidente.
Obras que no pretenden, son y son muchas cosas. Aúnan perfectamente conceptos eternamente enfrentados como son la universalidad y lo local, la tradición y lo contemporáneo. Obras que son en sí mismas una declaración de intenciones pacífica, que no poseen el mínimo rencor de cariz político y que, sin añadir ni un ingrediente frívolo, nos hacen con ellas descansar serenamente del mundo. Ejemplos de aquello que tanto anhelaba y practicaba Matisse: “Mi sueño es un arte lleno de equilibrio, pureza, reposo, sin temas inquietantes, de alivio a lo intelectectual…».