el Museum of Modern Art de Nueva York sobre la escultura del siglo XX y la exposición Rodin, en 1963, en el mismo museo, nos ha resultado imposible olvidarle. Y si en algún momento alguien caía en la tentación de devolver a Rodin al purgatorio del que tanto le costó salir, los museos y galerías del mundo no han dejado de maquinar y montar, y así a base de constantes, y tengo que decir, extraordinarias exposiciones, no nos han dado ni un minuto de tregua. Ahora le toca el turno al Musée d’Orsay. Bendita memoria.
Por qué la escultura es aburrida
“¿Por qué la escultura es aburrida?”, se preguntaba Baudelaire en 1846, y la verdad, motivos no le faltaban. “El origen de la escultura se pierde en la noche de los tiempos; es un arte de Caribes”, comenta el poeta nada más comenzar su disertación. Y ahora me toca preguntar a mí, ¿cómo puede ser que la escultura, que había despertado el interés y admiración del hombre desde el origen de los tiempos, fuese calificada en el siglo XIX de aburrida? y nada más y nada menos que por el crítico de la vida moderna por excelencia, Baudelaire.
En realidad no es ni más ni menos que por esto, porque a finales del siglo XIX la palabra moderno y escultura se repelían como el agua y el aceite. Sobrecargada por una tradición secular errónea, ahogada en las referencias ideológicas y narrativas, la escultura moría en las miles de escuelas y academias que solo buscaban la exaltación de ciertas virtudes, creando así un género tedioso y academicista que había olvidado su verdadero fin, dar forma a la materia, moldear, crear, transformar con las manos.
Si volvemos la vista atrás y ponemos nuestros ojos en Leon Battista Alberti y en su tratado De statua, entenderemos la crisis a la que llega la misma a finales del siglo XIX, y que acabará estallando a principios del XX. Explosión provocada principalmente por Auguste Rodin, y no puedo sino repetir la palabra explosión, ya que sus esculturas siempre parece que estén a punto de estallar en mil pedazos, usando como detonante la carga de pasión que el escultor les inyectaba a base de golpes, de duro trabajo y de más golpes.
Volver la vista atrás
A lo que íbamos… el artista italiano realiza una división de los escultores, diferenciando entre los que quitan material, los que solo añaden y los que quitan y añaden. Si seguimos su criterio, los verdaderos escultores serían aquellos que solo quitan, los tallistas, el resto no son más que la sombra del verdadero creador. ¿Por qué? Nos preguntamos hoy sin entender nada. Y cómo vamos a entender, viviendo como vivimos en un mundo de usar y tirar, en el que el continuo juego de oferta y demanda exige una constante transformación de todo. Alberti defiende que únicamente un material duro obliga al escultor a definirse desde un punto de vista matemático y menos expresivo, lo que dotaría a su obra de intemporalidad, mientras que el resto de escultores se contentan con lograr un cierto grado de expresividad, cayendo siempre en lo temporal.
En la famosa polémica del parangón entre la pintura y la escultura, una de las cosas que los escultores alegan es que la suya resulta una obra más real (3 dimensiones) y más duradera. La función de la escultura no era otra que resistir a la intemperie, perdurar en el tiempo, ser en el futuro un espejo a través del cual asomarse al pasado, a su presente, dando así testimonio de sus logros y sus conquistas, de sus dioses y sus héroes.
¿Pero qué sucede en una época en la que se proclama la muerte de dios y en la que los héroes son hombres de carne y hueso, que firman autógrafos y se pasean entre nosotros camuflados por sus enormes gafas de sol? Explosión, dinamismo, cambio. La escultura tuvo que renovarse o morir, de nuevo por medio de una explosión, Rodin.
“Bella Materia”
Constantin Brancusi comentaba: “Rodin llega y lo transforma todo. Gracias a él, la escultura volvió a ser humana en sus dimensiones y en el significado de su contenido”. Y es justo aquí donde reside la importancia de Rodin, en su manera de acercar la escultura a la vida, humanizándola, devolviéndole la masa y el volumen, el cuerpo. En sus obras prevalece por encima de todo esa “Bella Materia” que tanto alababa Giorgio de Chirico en los cuadros de Gustave Courbet. Y si nos ponemos a comparar, los desnudos del pintor y las esculturas de Rodin son más de lo mismo, carne, piel, superficies a través de las cuales asoma la vida, palpitando.
El gran logro de Rodin fue recuperar las lecciones de Fidias y de Miguel Ángel, moldeando la escultura desde dentro, dotando a sus obras de una expresividad y una tensión máxima, que logra acercarlas a la vida, siendo a su vez atravesadas por la muerte. Crea obras que piden ser tocadas, piezas sensuales y carnales que demuestran su fascinación por la superficie, pero una superficie de lo menos superficial, ya que esa sensación de movimiento permanente que transmiten proviene de intensas tensiones internas. Sus esculturas tiene una textura que recuerda a la superficie del agua, como las ondas que se forman en un río, un fluir continuo y lleno de movimiento que no hace sino manifestar algo que el escultor ha logrado insuflar a su obra, pasión, corazón.
Tocar con los ojos
Auguste Rodin logró bajar a la escultura del pedestal en la que el paso de los siglos la había subido y devolverla de nuevo a la vida, a la naturaleza, que no es más que piedra y barro. Su novedosa valoración del fragmento y del accidente no hace sino reafirmar su condición de escultor de la vida moderna, el amor por lo inacabado que le permite fijar lo fugitivo, lo inasible.
¡Pero ante las piedras, yo las siento! Las toco por todas partes con la mirada al desplazarme (…) y de eso va todo, de tocar con los ojos. Y de qué iba a ir si no, de tocar, y es justo aquí donde reside la gran lección del maestro. Tocar, usar las manos, mancharse de barro. La materia, la estructura y el volumen volvieron a la escultura de manos de Rodin. Después de él, otras muchas aprendieron la lección: Joseph Bernard, Lehmbruck, Bourdelle, Matisse, Duchamp-Villon, Maillol, Giacometti… Puede que las nuestras no logren nunca moldear la vida, pero para todos aquellos que deseen tocar de otra manera, París les espera. Miren.
París. ¿Olvidar a Rodin? La escultura en París, 1905-1914. Musée d’Orsay.
Hasta el 31 de mayo de 2009. Madrid, Fundación cultural Mapfre, del 23 de junio al 4 octubre de 2009.
Comisaria general: Catherine Chevillot, conservadora jefa en el museo de Orsay.